Elena Garro solía dar un consejo a los escritores que se acercaban a ella: “Quiere a tus personajes”. Y eso es justamente lo que hacía en la práctica Truman Capote, que fue su contemporáneo y amigo. Capote amó a sus personajes, así fuera Marilyn o un trío de asesinos, por eso logró mostrarlos tal cual eran y helar la sangre de sus lectores. En recuerdo del genio de Nueva Orleans (30 de septiembre de 1924–25 de agosto de 1984), transcribo las primeras líneas de su novela A sangre fría (tomadas de la edición de Anagrama).

El pueblo de Holcomb está en las elevadas llanuras trigueras del oeste de Kansas, una zona solitaria que otros habitantes de Kansas llaman “allá”. A más de cien kilómetros al este de la frontera de Colorado, el campo, con sus nítidos cielos azules y su aire puro como el del desierto, tiene una atmósfera que se parece más al Lejano Oeste que al Medio Oeste. El acento local tiene un aroma de praderas, un dejo nasal de peón, y los hombres, muchos de ellos, llevan pantalones ajustados, sombreros de ala ancha y botas de tacones altos y punta afilada. La tierra es llana y las vistas enormemente grandes; caballos, rebaños de ganado, racimos de blancos silos que se alzan con tanta gracia como templos griegos son visibles mucho antes de que el viajero llegue hasta ellos.

Obra cumbre de la novela-no ficción, 1966.

Holcomb también es visible desde lejos. No es que haya mucho que ver allí… es simplemente un conjunto de edificios sin objeto, divididos en el centro por las vías del ferrocarril de Santa Fe, una aldea azarosa limitada al sur por un trozo del río Arkansas, al norte por la carretera número 50 y al este y al oeste por praderas y campos de trigo. Después de las lluvias, o cuando se derrite la nieve, las calles sin nombre, sin árboles, sin pavimento, pasan del exceso de polvo al exceso de lodo. En un extremo del pueblo se levanta una antigua estructura de estuco en cuyo techo hay un cartel luminoso —Baile—, pero ya nadie baila y hace varios años que el cartel no se enciende. Cerca, hay otro edificio con un cartel irrelevante, dorado, colocado sobre una ventana sucia: Banco de Holcomb. El banco quebró en 1933 y sus antiguas oficinas han sido transformadas en apartamentos. Es una de las dos “casas de apartamentos” del pueblo; la segunda es una mansión decadente, conocida como “el colegio” porque buena parte de los profesores del liceo local viven allí. Pero la mayor parte de las casas de Holcomb son de una sola planta, con una galería en el frente.

Cerca de la estación del ferrocarril, una mujer delgada que lleva una chaqueta de cuero, pantalones vaqueros y botas, preside una destartalada sucursal de correos. La estación misma, pintada de amarillo desconchado, es igualmente melancólica: El Jefe, El Superjefe y El Capitán pasan por allí todos los días, pero estos famosos expresos nunca se detienen. Ningún tren de pasajeros lo hace…

  

Novedades en la mesa

1968-2018 Historia colectiva de medio siglo contiene 50 textos de 50 autores que escriben acerca de cada uno de los 50 años transcurridos desde la masacre del 2 de octubre. El libro, editado por la UNAM, fue presentado en la Feria Internacional del Libro Universitario.