Lev Davidovich Bronstein, verdadero nombre de León Trotsky (Yánovka, Ucrania, 1879-Coyoacán, México DF, 1940), primero héroe y luego villano de la revolución de octubre. De su exilio, regresó en 1917 a Rusia, se unió a los bolcheviques para coorganizar el estallido de la revolución. Comisario “del pueblo para la guerra” (1918-1925), fue el creador del ejército rojo, que dirigió. Brillante teórico y polemista que, junto con Lenin y contra Stalin, como se ve en la magnífica miniserie Trotsky: el rostro de una revolución*, encabezó la revolución que habría de ser protagónica de su siglo. Más que la mexicana (1910), por sus provocaciones, invasiones y propaganda ideológica internacional. Finalmente, su escandaloso fracaso: económica, política y socialmente. La tesis del “proletariado internacional” no funcionó, pero tardó setenta años en derrumbarse. La mexicana sigue en pie de un modo o de otro.

Lev Davidovich Bronstein, verdadero nombre de Trotsky (1879-1940).

Cómo tratar a los héroes

La serie de televisión fue hecha por rusos en el marco de la conmemoración de los 100 años de la revolución de octubre. Se ve el compromiso narrativo con los hechos políticos, sociales y militares contados. Es posible. En México, no lo creo. Porque en Trotsky se presentan los protagonistas tal como fueron en la vida real. En México, la historia patria parece una ficción, según los intereses de una de sus partes: Independencia, liberales del siglo XIX y los de la Revolución Mexicana. Todavía, ahora, el presidente que eligieron los mexicanos habla como si estuviéramos en el siglo XIX: de “conservadores” y “liberales”, aún más, “liberales puros”.

Habría que analizar Trotsky: el rostro de una revolución, para aprender un poco a cómo tratar a los héroes y villanos nacionales, haciendo a un lado los muchos lugares comunes existentes. Hay que agregar que la información sobre nuestra historia está en las bibliotecas principales, hemerotecas y hasta en las librerías. Siempre he dicho que en México no existe la censura, solo la autocensura. Padecemos la veneración (religiosa) de ciertos símbolos y protagonistas (santos), en estos días se resumen en Juárez, Madero y Cárdenas, que impide verlos fuera de las leyes tácitas de sometimiento a una manera de presentar la historia de México.

Los rusos hicieron Trotsty: el rostro de una revolución. Hay que resaltar la desmitificación de los héroes en esta serie. Sin hacer propaganda “contrarrevolucionaria”, como se acostumbraba argumentar. Vemos a un Trotsky con poder personal, que se impone a quienes lo rodean, en varios órdenes.

Vive el momento del psicoanálisis y de Sigmund Freud, cuando se puede decir en voz alta que casi todo rueda alrededor del sexo. Y él lo lleva a cabo en su vida propia. La moral burguesa, incluida la sexual, es prescindible. Según Trotsky: el rostro de una revolución, él practicaba el sexo hasta con violencia (si es que no todas las prácticas sexuales lo son) con sus incontables amantes, que aceptaban su influjo.

Con esta misma fuerza ejercía su política: “La revolución permanente”. No quería una revolución nacional sino internacional. Lo paradójico es que pesara más en la balanza de la revolución rusa de 1917 un personaje oscuro, vulgar, ignorante, taimado, llamado Josef Stalin. Suelen vencer o sobresalir los mediocres. Como Stalin, cuyo único mérito reconocible es el de haber sido constante, “necio” —como dijera el presidente electo mexicano cuando supo que había ganado.

El asesino, el catalán Ramón Mercader del Río (1913-1978), ca. 1940.

A la orilla de Río Churubusco

Pero Trotsky no solo practicaba y escribía sobre política sino que tenía escritos sobre literatura —claro está, al servicio de la revolución; con la revolución todo, contra la revolución nada, como dijera Fidel Castro—. Por razones como éstas, en la revolución de octubre institucionalizada no se podía escribir de una manera libre, como debe ser la literatura y el arte, porque todo debe ser según el dogma revolucionario. En México se denostaba lo institucional de nuestra revolución, pero a la rusa se le ponderaba exactamente por la misma razón.

Lo entendemos en la serie Trotsky en sus pláticas interminables con Frida (Diego se esfuma; Trotsky y Frida se relacionan… sexualmente también) y con el que sería su matador, Jackson, que lo entrevista (es el disfraz, en realidad era Ramón Mercader, un fanático). La policía mexicana le dijo por teléfono que Jackson no era el que creían. La mano larga del dictador Stalin lo había alcanzado hasta un país remoto: México. Valiente, como debió de haber sido Trotsky, se enfrentó a Mercader y, pese a sus muy vividos 61 años, lo golpeó con el bastón y le llamó “cobarde”; ni siquiera tenía tamaños para hacer lo que se esperaba que hiciera, le gritó. La orden, según este diálogo, era que lo matara. Lo obliga de esa manera, después de humillarlo a golpes de bastón, a que termine su “misión revolucionaria” y fue asesinado, como se sabe y como se vio en la serie, con un golpe mortal en la cabeza dado con un piolet que ornamentaba una pared del despacho de Trotsky, aquí, en la orilla del río Churubusco, en Coyoacán, México DF.

*Trotsky: el rostro de una revolución, miniserie dirigida por Alexander Kott y protagonizada entre otros buenos actores por Konstantin Khabensky, Canal 22, Series estelares, junio-agosto, 2018.

(Están invitados a la presentación de mi libro 1968. Los ejércitos de la noche, martes 11 de septiembre próximo, 19 horas, en la SOGEM, 4º piso. Comentarios de José Luis Camacho, Edwin Alcántara y el autor. José María Velasco 59, Col. San José Insurgentes).

La serie León Trotsky: el rostro de una revolución se transmitió por Canal 22.