El año 1968 es recordado por los mexicanos por dos eventos de signo contrario. Uno se refiere a la protesta estudiantil del 2 de octubre en Tlatelolco y su trágico desenlace. El otro, marcadamente virtuoso, es la inauguración, diez días después, de los Juegos de la XIX Olimpiada de la era moderna. Ambos acontecimientos testimonian las tensiones y aspiraciones de nuestro país, que entonces conoció el divorcio de sus políticas interna y exterior; el mismo México que con el correr del tiempo ha construido una democracia moderna y consolidado su prestigio diplomático.

En la historia patria, el 68 es parteaguas. De un lado queda el tiempo previo, el de los caudillos locales y nacionales, en algunos casos usufructuarios del movimiento revolucionario y responsables de su desvirtuación ideológica y manipulación política. Del otro, el de las últimas cinco décadas, periodo complejo, de inéditos retos sociales pero también de crecimiento económico y consolidación democrática, que no obstante las dificultades ofrece hoy la plataforma para desplegar una diplomacia original y activa, congruente y previsible, nunca sumisa, que es respetada de manera global.

El 68 mexicano ocurrió por las insuficiencias de la Revolución Mexicana para beneficiar a todos los sectores de la población y de un sistema político que exigía urgente apertura. El movimiento estudiantil no escapó a una vibrante coyuntura internacional, donde la tensión bipolar amenazaba con derivar en una confrontación atómica. Vienen a la memoria las revueltas de la década previa en Hungría y Polonia, la Revolución Cubana y la crisis de los cohetes en 1962, el asesinato del presidente Kennedy y la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, la vergonzosa guerra en Indochina, la generación hippie y los Beatles, la descolonización en África y la carrera por la conquista del espacio. A estos eventos se agregan las manifestaciones estudiantiles en las universidades de París en mayo de 1968 y de Kent, Ohio, un par de años más tarde, así como las ocurridas en la entonces República Federal Alemana, Argentina, Checoslovaquia, España, Italia, Suiza y Uruguay.

Insatisfecha como la de otras naciones, la juventud mexicana del 68 reclamaba justicia social, oportunidades para todos y democracia. Exigía, igualmente, libertad de prensa y de los presos políticos, fin al charrismo sindical así como respeto a las minorías y el registro del Partido Comunista, entonces clandestino. Eran tiempos de ideologías y militancias polarizadas, de contubernio entre los poderes fácticos del Estado para evitar el “contagio rojo” y mantener el orden público.

Paradójicamente, el 12 de octubre de ese mismo año, México abrió sus brazos al mundo y fue anfitrión de los Juegos Olímpicos. A la violencia de Tlatelolco se opuso un rotundo mensaje a favor de la paz y el desarrollo. Se refrendaron entonces los valores de la política exterior mexicana y su compromiso con el desarme, la justicia económica y el derecho internacional. Patrimonio de toda la nación, el 2 de octubre no se olvida y tampoco el notable empeño y talento de las sucesivas generaciones de mexicanos para reinventar la política interna, encaminarla por la vía democrática y seguir desplegando una diplomacia que hoy es motivo de sobrado orgullo.

Internacionalista.