El francés Denis Diderot (5 de octubre de 1713-31 de julio de 1784) escapó de la vida eclesiástica impulsado por el amor de Antoniette, y ejerció el oficio de filósofo, editor y escritor desde la clandestinidad de los seudónimos. Emprendió la monumental tarea de la Enciclopedia y cumplió una condena en Vincennes por publicar su Carta a los ciegos para uso de los que pueden ver (1749). Prolífico y siempre clandestino. Transcribo las primeras líneas de su relato “Los dos amigos de Bourbonne”, publicado en el volumen Esto no es un cuento, de la colección Relato Licenciado Vidriera de la UNAM, con la traducción e introducción de César Ramiro Vásconez.

Había aquí dos hombres a los que podríamos llamar el Orestes y el Pílades de Bourbonne. Uno se llamaba Olivier, el otro Félix; nacieron el mismo día, en la misma casa, y de dos hermanas. Se alimentaron de la misma leche, pues una de las madres murió en el parto y la otra se encargó de los niños. Se educaron juntos; estaban siempre separados de los otros: se querían como se existe, como se vive, sin darse cuenta; lo sentían a cada momento, y puede ser que jamás se lo dijeran. Olivier salvó una vez la vida de Félix, quien presumía de ser un gran nadador y estuvo a punto de ahogarse; ni el uno ni el otro lo recordaban. Cientos de veces Félix sacó a Olivier de aventuras enojosas a las que lo conducía su carácter impetuoso; jamás el otro pensó en agradecérselo: volvían juntos a casa sin hablar o hablando de otra cosa.

Obra desde la clandestinidad.

En el sorteo de la milicia, el primer billete fatal cayó sobre Félix. Olivier dijo:

—El siguiente es para mí.

Cumplieron su tiempo de servicio; retornaron a su región: con más cariño del uno hacia el otro del que sentían antes. Lo cual no lo podría asegurar: pues, amigo mío, si las mercedes recíprocas cimentan las amistadas reflexivas, puede que no aporten nada a aquellas que llamaría de buena gana amistades animales o domésticas. En el ejército, en una batalla, Olivier estuvo a punto de ser descabezado de un sablazo; Félix se interpuso maquinalmente al golpe y quedó cortado: se dice que estaba orgulloso de esta herida; por mi parte, no lo creo. En Hastembeck, Félix quedó bajo una pila de cadáveres y Olivier lo rescató. Cuando se los interrogaba, algunas veces hablaban del auxilio que habían recibido uno del otro, jamás de aquellos que se habían dado el uno al otro. Olivier hablaba de Félix, Félix hablaba de Olivier, pero no se elogiaban. Luego de algún tiempo en su región, se enamoraron; y el azar quiso que fuese de la misma muchacha. No hubo entre ellos ninguna rivalidad; el primero que percibió la pasión de su amigo se apartó: fue Félix. Olivier se casó; y Félix, harto de la vida sin saber por qué, se precipitó en toda clase de oficios peligrosos; el último fue el de contrabandista…

Novedades en la mesa

Sexo igual a inmortalidad, parece preconizar la catalana Anna Carreras en su novela Un francés a media noche (editorial Navona), un texto de erotismo moderno y duro.