A partir de la aplicación, en 1982, de las políticas neoliberales en nuestro país, la economía (y la sociedad) mexicana ha experimentado una reestructuración profunda que ha tenido consecuencias en todos los ámbitos. Una de las transformaciones más importantes es, sin duda, la orientación de la economía hacia la exportación, o dicho de otra manera, hacia el mercado externo, con la reducción consecuente del mercado interno. El discurso de empresarios y funcionarios que pretendía justificar esa transformación sostenía que tal reorientación proporcionaría divisas para financiar el crecimiento de la economía, que al atraer la inversión extranjera se crearían empleos y que los cambios enrumbarían el país hacia el ingreso al restringido club de las naciones del primer mundo, o, como se dice ahora, a una economía de clase mundial.

Lo cierto es que de esos ofrecimientos solo se cumplió el de atraer la inversión extranjera, pues, en efecto, México pasó a ser, en competencia solo con Brasil, el país de América Latina que recibió mayor monto de inversión extranjera. Lo malo es que esa atracción no se sustentó en la modernización del aparato productivo, ni consiguió formar cadenas productivas en el interior, sino al contrario, desarticuló las ramas industriales al vincular las plantas (en su mayoría maquiladoras), con cadenas productivas externas. Y lo peor es que la llegada de tanta inversión extranjera se sustentó única y exclusivamente en la baratura de la fuerza de trabajo, o sea, en el hecho de que los salarios en México se sitúan como uno de los más bajos en el mundo y solo alcanzan a representar una décima parte de los que se pagan, por ejemplo, en Estados Unidos.

En cuanto a la obtención de divisas, hay que señalar que ciertamente el ingreso al GATT (la actual Organización Mundial del Comercio) y luego la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, recién negociado y con nuevo nombre, determinaron un crecimiento acelerado de las exportaciones realizadas desde nuestro país, pues se multiplicaron por más de diez veces. Sin embargo, precisamente por la extranjerización de la planta productiva, por la desarticulación de las ramas industriales propiciada por las políticas neoliberales, las importaciones han sido aún más dinámicas que las exportaciones. Así, según la información más reciente del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), las exportaciones, entre enero y septiembre de este año, sumaron 333,146 millones de dólares, pero las importaciones las superaron al ascender a 343,369 millones, lo que significa que en este periodo la balanza comercial de México registró un déficit de nada menos que 10,223 millones de dólares.

Este resultado negativo se debe principalmente a la importación de lo que se llama bienes intermedios, que tuvieron un monto de 263,145 millones de dólares, y que son productos que se utilizan en la fabricación de otros. El déficit, pues, se explica por lo que mencionábamos al principio. Lo que sucede es que la mayoría de las exportaciones las realizan empresas extranjeras establecidas en México, que están vinculadas a sus casas matrices y que importan, generalmente de sus propios países, una parte significativa de los insumos que utilizan en la producción efectuada en México. A lo que se suma que también la importación de los bienes de capital y los de consumo igualmente han aumentado en estos meses en tasas de alrededor de 13 por ciento.

La orientación de la economía hacia el mercado exterior, entonces, no ha resultado un buen negocio para México, en tanto el déficit se ha mantenido a lo largo de los años y ha provocado una salida permanente de divisas.