Del año 1968, en México se recuerdan varias hechos importantes: uno es la primera olimpiada en un país de Latinoamérica y el Tercer Mundo y, otro, el movimiento estudiantil —sobre todo en los ambientes opuestos al gobierno— y de éste el trágico acontecimiento del 2 de octubre en Tlatelolco. Pero, casi nadie recuerda que en aquel mítico año prevalecía una cultura a la que daban vida otros jóvenes en muchas partes del mundo. Algo como un movimiento internacionalista sin pretenderlo. El cual guardaba relación estrecha con el rock, la música juvenil per se en las metrópolis y en otras ciudades occidentales como la de México, y, del otro lado, del pensamiento intelectual y las ideas.

La posguerra

El movimiento del 68, siendo tan importante, no fue lo que originó los cambios de conducta, moral, sexo, familia, alumno-profesor, padre-hijo, percepción y derechos de los jóvenes (en seguida los adolescentes y niños), sino que, cuando se dio, ya existía un marco de descontento por la opresión social contra el individuo y, por ende, los jóvenes. Venía desde los años 50. Elvis Presley, James Dean y el filme Rebelde sin causa, y el rock and roll de los 50, que se perfiló como un estilo de vida, habían abofeteado al “buen comportamiento” social y familiar.

Además, hay que tomar en cuenta las dos guerras mundiales, tan cercanas una de otra. En la posguerra aparecieron los beatniks, un movimiento de jóvenes de contracultura estadounidense, junto con la popularidad del jazz y del blues. Los beatniks son el antecedente de los hippies (¿se acuerdan de “amor y paz” de la pasada campaña electoral?, fue tomada de los “viejos” hippies; al “presidente electo” nada más le faltaban las flores en el pelo y más pelo), movimiento contracultural estadounidense de los 60. Sin olvidar a los violentos hell angels, y los pandilleros, cadeneros, navajeros, patín y trompón, de la ciudad de México, que, a su manera, también presentaron una rebelión juvenil en contra de su sociedad que antes los había marginado: como Los Nazis de la Portales, tan auténticos como los pachucos angelinos de El laberinto de la soledad de Octavio Paz.

El perfil guerrillero, con el que desesperados jóvenes tenían la esperanza de darle una voltereta a las cosas desde diferente perspectiva, no influyó en los brotes antes citados, puesto que éstos no guardaban esperanzas de “cambio”, fuera del momentáneo e individual. Aunque los hippies llegaron a organizarse en comunas donde compartían todo, un poco religiosamente, en las que no faltaban tampoco los líderes abusivos. El abuso está muy a la mano de los que se pasan de listos en cada uno de los movimientos sociales.

En la cultura de 1968, con las canciones trovadorescas de Bob Dylan, el toque de The Rolling Stones, The Animals, Cream, Led Zeppelin, The Yardbirds, la Ola Inglesa, o The Doors, tantos más, se enseñoreaba el pesimismo, no el conformismo.

La Ciudad de México fue pionera del rock and roll en Latinoamérica. Además de los grupos y cantantes juveniles de 1959 a 1963-4, surgieron grupos en 1966-7, como los Dugs Dugs, que intentaron, marginalmente, tocar el rock “pesado”. Para otros pocos influía la lectura de los escritores “existencialistas”, Albert Camus, El extranjero y El mito de Sísifo, Jean-Paul Sartre, La náusea, además Hermann Hesse, en mi caso, los poetas y escritores malditos franceses, el Conde de Lautreamont, Franz Kafka, El proceso, El castillo o La metamorfosis: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, luego de un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto”.

Cárcel de Acapulco

El mundo, para muchos jóvenes, no era un lugar promisorio del futuro, como se dice en los discursos políticos, sino un camino plagado de ansiedades, angustias y trampas que iba… no se sabía a dónde.

Esta certeza probablemente la tenía el joven Samsa antes de transformarse en un asqueroso insecto. Esta hermosa historia depresiva la leí poco antes de 1968, con la mirada borrosa por las lágrimas. No podía dejar de leerla, ni quería hacerlo. Quería disfrutar de esa terrible verdad.

En el campo de las ideas, la Universidad Libre de Berlín, y en La Escuela de Frankfurt, “los filósofos de la destrucción”, como Herbert Marcuse, el francés Edgar Morin, sociólogos como McLuhan, Herbert Read, aun Max Weber, habían hecho la crítica del marxismo y de las sociedades contemporáneas.

A mí me tocó vivir la violencia de la sociedad en contra de los jóvenes que se atrevían a elegir fuera de sus reglas. Fue en 1967, en una aventura que he narrado en mi breve autobiografía Confesiones de una sombra, en la que terminé en la cárcel de Acapulco, un cuchitril infame (¿derechos humanos?), por “ser una oveja negra” tipo hippy, decía un amigo del grupo.

Ya en 1968, con esta pésima experiencia, no iba a dejarme atrapar por la marejada política masiva, ni tan juvenil ni tan clara, en la que no confiaba. Pero, compartí con otros jóvenes el acto de rebelarse públicamente, aunque nunca observé que se fuera tomar el poder.