Personalidad a la vez extravagante y enigmática, la popularidad de Freddie Mercury (1946-1991) va mucho más allá de haber sido una de las primeras figuras públicas que con su prematura muerte mucho ayudó a crear conciencia en torno al sida y sus posibles vehículos de contagio. En este sentido, y éste es precisamente uno de sus mayores atributos, la recientemente estrenada cinta Rapsodia bohemia (Bohemian Rhapsody, Reino Unido-Estados Unidos, 2018) exalta sus indiscutibles talento y creatividad, como la figura más destacada de la famosa banda inglesa de rock Queen que mucho contribuyó en la evolución del género.

Más allá de las aportaciones de los otros miembros de ese otro famoso cuarteto inglés que experimentó sus mayores triunfos en las décadas de los setenta y ochenta, luego del gran vacío tras la separación de Los Beatles, qué duda cabe que Queen ha estado siempre asociado sobre todo a la personalidad y el legado de Mercury, sui generis vocalista y creador no sólo de los de más los temas exitosos del grupo sino también de su sello (marca registrada) indiscutible. A ya veintisiete años de su fallecimiento, Bohemian Rhapsody hace honor al inspirado compositor, al intérprete de estilo inconfundible, al desinhibido showman.

Freddie Mercury, en una imagen de 1977.

Protagónico compositor

Director antes de otros apenas taquilleros filmes como algunos títulos de la saga de ciencia ficción X-Men y Superman returns, quizá la nueva película de Bryan Singer no se erija precisamente como un clásico, pero tiene como una de sus mayores virtudes, además del oficio mostrado y su más que amable ritmo, hacer un sentido homenaje y no haber optado —ésa hubiera sido la salida más obvia y burda— por un tratamiento amarillista. Algún sector de la crítica me parece que injustamente se ha excedido y no siempre con razón en juzgar un biográfico Bohemian Rhapsody que se deja ver con placer por los muchos fans que todavía tienen el grupo y su máxima estrella, sin decir tampoco, es cierto, que en lo formal abone nada nuevo al género. Es más, se sabe que Singer no terminó el rodaje y el más experimentado Dexter Fletcher recibió la estafeta en las últimas semanas, lo cual sin duda habrá contribuido a prender las alarmas en torno a un proyecto más bien accidentado que seguramente tuvo que replantearse ajustes necesarios sobre la marcha.

En vida del grupo, Mercury se llevó siempre los reflectores, y tras su precoz deceso en 1991, cuando su fama se había acrecentado luego de su intervención con la mundialmente conocida gran soprano catalana Montserrat Caballé para los Juegos Olímpicos de Barcelona de un año después (aunque juntos grabaron el tema, ya sólo la recientemente desaparecida diva pudo cantarlo), la leyenda se acrecentaría. Sin embargo, y si bien centra su atención con justicia en el protagónico compositor y vocalista, el guionista Anthony McCarten le da con justicia voz también a los otros tres integrantes todavía vivos que igual contribuyeron con su talento y su trabajo (el guitarrista Brian May y el baterista Roger Taylor ya tocaban justos desde antes, pues el bajista John Deacon se sumó hasta después) a hacer de Queen uno de los grupos más populares y celebrados de su tiempo, y ellos generosamente de igual modo aprobaron rendir justo tributo a su amigo desaparecido y compañero de tantas lides.

Así, como mero documento, Rapsodia bohemia apuesta por una narrativa que centra su mayor interés en la creación y el desarrollo del grupo, en circunstancias y contexto correctamente reproducidos, con un no menos agradecido tratamiento humano que hace énfasis en la naturaleza psicológica de sus personajes y las relaciones que los sigue desde sus inicios —como la banda Smile— hasta su participación ya como Queen en el reencuentro que los llevó a intervenir en el mundialmente publicitado concierto colectivo Live Aid para combatir la hambruna de África, con sede en Londres y Nueva York, en 1985.

Un agradable recorrido por los grandes éxitos de la banda a lo largo de sus casi dos décadas de triunfal carrera, con epicentro sobre todo en el proceso compositivo del referencial tema que da nombre a la película (del antológico disco Una noche en la ópera, de 1975), Bohemian Rhapsody intenta ambientar con lujo de detalles principalmente esa década de mayor esplendor en la vida de Queen, entre 1975 y 1985. Así aparecen, además, en otros diferentes famosos conciertos del grupo por el mundo (por ejemplo, en el mismo Londres, Montreal o Río de Janeiro), “We will rock you” de Brian May en una atronadora versión que estremece, o la pegajosa “Another one bites the dust” de John Deacon, o la casi bailable “Radio Ga Ga” de Roger Taylor, o el ya himno deportivo “We are the champions” del mismo Mercury, entre otros tantos hits del grupo que encendían a multitudinarios auditorios que llenaban estadios para verlos y escucharlos.

Un honor al estilo inconfundible de Mercury.

Muchos admiradores

En un tono más bien melodramático —y hasta nostálgico— que no abusa ni de la crisis que llevó a un aislamiento temporal del personaje central desahuciado ni de su aparente frivolidad pública, con lo que se trata con seriedad cuanto lo amerita y por lo mismo no se excluye una buena dosis de humor inteligentemente diseminada, los todavía muchos admiradores y los nuevos de otras generaciones posteriores pueden muy bien atestiguar tanto la fragilidad como el potencial de un cantautor que dentro y fuera del grupo donde se formó dejó honda huella. Sus amigos y compañeros de generación, de grupo, viven para contarlo, para corroborarlo, y desde sus conciertos en homenaje póstumo transmitieron su sincero débito para con quienes confiesan los marcaría indeleblemente y de por vida.

Quizá haya aquí también que llamar la atención en el extraordinario trabajo del joven protagónico de ascendencia egipcia Rami Malek, a quien si bien en un principio nos cuesta verlo como Freddie Mercury a quien caracteriza con excesivo subrayado en algunos de sus rasgos más visibles, conforme avanza la película nos va convenciendo con un abordaje comprometido y hondo del personaje. Lo secundan bien, es cierto que con menor peso específico, Gwilym Lee, Ben Hardy y Joseph Mazzello, y la además hermosa Lucy Boynton que da vida a la pareja —su cercana amiga de por vida, de hecho heredera de buena parte de su riqueza— del protagonista hasta que decidió confesar abiertamente su homosexualidad. También figura, en otra importante parte catártica tanto para el grupo como para el mismo Mercury, el irlandés de sólida trayectoria actoral Allen Leech.

Con atinada fotografía de Newton Thomas Sigel y un más que sobresaliente montaje del también compositor y director californiano John Ottman que ha acompañado a Singer en otros proyectos (se sabe que el primer actor Robert de Niro, declarado seguidor del grupo y del inolvidable cantautor, participó en la producción), esta Rapsodia bohemia ha vuelto a los primeros lugares otra vez añejos éxitos de Queen que en ningún momento han dejado de oírse del todo, abonando de igual modo con honestidad y sincera devoción a rendir tributo a una leyenda del rock que sigue viva en la mente y el corazón de sus muchos admiradores por el mundo.