Los libros de Francisco Hinojosa son historias para primeros lectores, leídas por padres lectores. De los más de treinta títulos de este autor mexicano y universal, resulta imprescindible para estos días decembrinos de lectura Una semana en Lugano, aventura veloz que engancha desde la primera página. Transcribo el inicio del libro editado por Alfaguara.

Todo comenzó el día en que Pedro salió de su casa para esperar el camión de la escuela. En vez del camión se topó con un tanque de guerra. Bajó de él un soldado vestido con un auténtico traje del ejército, se le puso enfrente y le gritó:

—¡Número 23!

—¡Presente! —contestó Pedro de manera automática, ya que ése era su número de lista en la escuela.

—Tengo órdenes de llevarlo al cuartel.

—Pero…

Tengo órdenes de no dejarlo hablar hasta que lleguemos con mi general.

—Pero… —no hubo pero que valiera porque otro soldado bajó del tanque, lo cargó con un solo brazo y lo metió adentro.

Por más que quiso, Pedro no pudo ver hacia dónde se dirigían por la sencilla razón de que los tanques no tienen ventanas. Después de una hora, en la que no pudo decir ni una sola palabra y en la que nadie le dio ninguna explicación, el tanque se frenó, el soldado volvió a levantarlo con un solo brazo y lo depositó en una elegante oficina.

Al rato llegó el general Gándara, con el traje tan cargado de medallas que parecía un arbolito de Navidad. La seriedad de su cara explicaba el evidente miedo que le tenían sus subordinados.

—¡Número 23! —le gritó.

—¡Presente! —volvió a responder Pedro, llevándose la mano a la frente, tal y como vio que lo habían hecho los otros soldados.

—Tiene usted una importante misión que cumplir con nosotros…

Engancha desde la primera página.

—Pero…

—¡Silencio! Aquí usted no puede hablar hasta que yo le dé permiso, ¿entendido?

Asustado, sin saber cómo explicarle que seguramente había una confusión y que ya se le había hecho tarde para entrar a la escuela, sólo se atrevió a mover afirmativamente la cabeza.

—Por lo que veo, número 23, ni se imagina cuál es la razón por la que lo hemos traído.

Movió la cabeza hacia los lados.

—Ya sabrá todo a su tiempo. Por lo pronto vaya a ponerse su uniforme. No me gusta ver aquí a gente vestida con esa ropa… Dígame, ¿en su escuela lo dejan usar ese tipo de zapatos rojos?

—Son tenis, señor, se llaman tenis..

—¿Y sus papás le dan permiso de usarlos?

—Sí, claro, ellos también los usan. Y ya que usted mencionó a mis papás ¿acaso ellos saben que estoy aquí?

—No le he dado permiso aún de preguntarme nada.

—Sí, pero…

—Será mejor que borre esa palabra de su vocabulario. En el ejército los peros no existen.

Se le ocurrió entonces a Pedro levantar la mano, como lo hacía en la escuela cuando necesitaba hacer una pregunta o ir al baño. Al parecer, el general lo entendió y se compadeció de él.

—Por lo que veo, está usted muy inquieto. Le voy a dar permiso de hacer una pregunta, sólo una.

—Gracias, señor. ¿Mis papás ya saben que estoy aquí?

—¡Por supuesto que no, número 23! ¿Nos cree tontos o qué?

—Es que si no me ven llegar…

—No le he dado todavía permiso de hablar otra vez, y como ya hizo su única pregunta, en este preciso momento se va a cambiar de ropa.

 

Novedades en la mesa

En las mesas de novedades para niños y jóvenes, otro clásico de Francisco Hinojosa: La peor señora del mundo, editado por el Fondo de Cultura Económica.