Nunca había sido tan difícil predecir el futuro. Ya el siglo XX nos mostró que nuestra capacidad predictiva no es muy fuerte. La certidumbre financiera de finales de los años 20 culminó con la gran depresión en Estados Unidos; las expectativas optimistas de la economía soviética, albergadas durante más de tres cuartos de siglo, resultaron tan falsas como las predicciones, en este siglo, del “absurdo” intento de Gran Bretaña por salir de la Unión Europea que terminó en el brexit o el “imposible” triunfo de Trump.

Todos los procesos y sus consecuencias son el producto de muchos factores que dificultan las predicciones precisas. Los problemas nunca tienen una sola causa, ningún acontecimiento la tiene y con frecuencia solo podemos predecir tendencias y estar preparados para lo que pueda venir sin tener total certidumbre.

La inseguridad que nos agobia no es sólo producto de la desigualdad o de la falta de bienestar, la corrupción, el triunfo de un partido político o la evolución de la economía son también producto de varios factores, y la baja calidad educativa no es solo culpa de maestros poco preparados. Por ello, tenemos que estar prevenidos para que las posibles soluciones también fallen y deban ser corregidas en el camino.

Algunas tendencias nos ilustran la incertidumbre futura hacia el año 2030, 60 por ciento de las profesiones serán susceptibles de automatización, lo que implica que los trabajadores de empleos rutinarios podrían ser desplazados. Ochenta por ciento de las profesiones que se requerirán aún no se han inventado, es decir, que muchos de los jóvenes que se gradúen en los próximos años deberán tener la capacidad de adaptarse y, sobre todo, de aprender por su cuenta. Y como consecuencia de lo anterior, entre 60 y 80 por ciento de los negocios que serán exitosos no existen aún.

El reto para alcanzar un buen futuro es la formación de jóvenes con la disciplina, flexibilidad, habilidad y capacidad para evolucionar de manera permanente frente a esos cambios, pero sobre todo jóvenes que hagan su trabajo con pasión y entrega. El trabajo a medias nunca tiene buen fin, es mediocre.

Desgraciadamente muchos de los jóvenes universitarios asisten a la universidad sin mucha convicción de aprender y sin la entrega que requiere una formación sólida, menos aún parecen contar con la capacidad de autoprendizaje. Van a la escuela más por obligación familiar o social que por gusto y convicción. Los altos índices de deserción reflejan la ineficiencia de varios procesos y en ocasiones la mala formación didáctica o disciplinaria de los maestros, pero un factor fundamental es el escaso interés de los estudiantes por su misión más importante: estudiar.

Pareciera que su futura profesión, o la escuela, les gusta, pero poquito. Apenas les agrada.

Y es que, además, el tiempo promedio que dedican a estudiar ha disminuido notablemente en los últimos años, mientras que el tiempo dedicado a las redes sociales y al uso de la televisión se han incrementado.

Para ser exitoso en cualquier oficio o profesión no se requiere solo de una buena formación, es indispensable la pasión por el trabajo que se realiza. Cuando uno observa la aparente facilidad con la que un deportista estrella se luce, detrás hay muchas horas de entrenamiento y el entusiasmo de hacer lo que le gusta, lo mismo ocurre con un científico, un artesano o un profesionista. Un buen estudiante es el que se apasiona por el estudio, si esto no sucede, el mejor consejo es dedicarse a otra cosa que logre realizar con ímpetu y seguro con mayor éxito y felicidad. Si se siguiera este consejo, nos sobrarían universidades. Lo que nos hace falta son estudiantes enamorados de su carrera profesional, no jóvenes que asistan a la universidad por compromiso. Una predicción que sí podemos hacer con certeza es que si no hacemos lo que nos toca con preparación y entusiasmo, el futuro no solo nos alcanzará sino que pasará encima de nosotros.