A la memoria de Jorge Medina Viedas, hombre sabio y generoso.

Quien se dio a conocer en la revista Cuadernos del Unicornio que el siempre generoso Juan José Arreola editaba a finales de la década de los cincuenta, Fernando del Paso (Ciudad de México 1935-Guadalajara, 2018) ganó realmente presencia con la aparición de su primera novela José Trigo que publicó Siglo XXI en 1965, donde el entonces joven narrador experimental proponía complejos malabarismos tanto estructurales como lingüísticos. Entreverado retablo sobre la ciudad de México en el que incluso se ha leído una lúcida premonición del sangriento 1968, sorprendió por sus artificios y desplantes que en varios sentidos incluso superaba lo hecho más de un lustro atrás por Carlos Fuentes con La región más transparente, que junto con Casi el paraíso de Luis Spota y El sol de octubre de Rafael Solana habían conformado una traída de gozosa ruptura con la antes todavía protagónica impronta narrativa rural.

Donde se concentra ya la poética de un narrador que tras la búsqueda de nuevos cauces expresivos tendía estrechos vínculos con una tradición europea que desde el Ulises de James Joyce había trazado los senderos de una novedosa novelística apuntalada en un quiebre discursivo donde la diversidad de voces y tiempos condensan las distintas preocupaciones e intenciones de un creador dispuesto ya a romper con la tradición decimonónica, José Trigo constituye un más que prometedor primer impulso de quien ya se sabía un escritor de tiempo completo. Quien fue capaz de trazar su personal itinerario escritural sin dudas ni disonancias interiores, esta primera parada sería a su vez anticipación de lo que vendría por delante.

Premonición del sangriento 68.

Escribir o morir

Otro salto gigantesco en este sentido sería su subsiguiente Palinuro de México de 1977, que el propio Del Paso decía le había llevado escribir casi dos décadas, en cuanto la narración precedente había sido una especie de preámbulo preparatorio, un auténtico caldo de cultivo tras la escritura de esta especie de novela total de iniciación que exige un lector no sólo atento y paciente, más que enterado, sino de igual modo obsesivo con cuanto el arte narrativo es capaz de generar y perseguir con respecto a lo que Kundera ha dado en llamar, como tema casi primigenio de la novela moderna por antonomasia, “la búsqueda de la esencia del ser”.

Una mucho más honda reflexión a posteriori además de todo lo que se había gestado con el movimiento de ya casi una década atrás, cuando alcanzó su momento de cocción cuanto empezaba a manifestarse el por qué y la razón de ser de esta especie de gran novela fundacional, Palinuro de México nos sitúa ante un escritor hecho y derecho, cuyo oficio bien responde a aquella famosa frase del gran poeta alemán Rainer Maria Rilke que siempre me gusta citar para definir una vocación creativa tan vital como inaplazable: “Escribir o morir”. Donde se sirve mejor de la ironía, su héroe, a diferencia de lo habitual en la literatura tremendista a la usanza de La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, por ejemplo, no muere el 2 de octubre, sino que paradójicamente mal sobrevive cuando es atropellado por una tanqueta en el Zócalo —crítica, si acaso, de la naturalista necrofilia—, en una especie de acto preparatorio menor para nada consignado en las crónicas centradas en la matanza mayor de la Plaza de la Tres Culturas, en Tlatelolco.

Novela total.

Quien con Palinuro de México había alcanzado ya el pináculo de sus prefijados propósitos de obsesivo novelista experimental, mostrando sin dilación los poderes de su inteligencia narrativa, tras la consecución de un modelo difícil de resumir y con escasos equivalentes en lengua española (entre otros, Tiempo de silencio y su consecuente e inacabada Tiempo de destrucción del hispano-marroquí Luis Martín-Santos, y por supuesto el Gabriel García Márquez de Cien años de soledad y el Carlos Fuentes de Terra Nostra), hace de su creador un caso más bien aislado y sin generación en el contexto de las letras mexicanas.

Su cosmopolitismo, que lo ligó a un trabajo diplomático que de igual modo aprovechó para la ardua investigación de su subsiguiente Noticias del Imperio (Diana,1987), se acaba de evidenciar en esta novela histórica que bien ratificó la maestría de un dotado polígrafo que aquí teje fino en torno a la trágica aventura de Maximiliano y Carlota en tierras mexicanas. Constituye la consagración de un escritor que con un pequeño puñado de libros —como es el caso inigualable de Rulfo— confirmó que para llegar a la diáfana claridad es casi siempre necesario transitar por previos ejercicios de más entreverada búsqueda, con lo que esta su tercera y última narración bien podría compararse, por ejemplo, con lo que para el propio García Márquez representó la escritura —después la ardua gestación de su paradigmática Cien años de soledad— de su mucho más humana y desgarradora novela de igual modo histórica El general en su laberinto, tras el no me menos conmovedor epígono existencial del libertador Simón Bolívar en tránsito hacia la muerte.

Comunicación e identidad

De igual modo un poeta correcto e inspirado, de lo que dan constancia sus antológicos De la A a la Z y Sonetos del amor y de lo diario, por ejemplo, de igual modo cultivó el teatro con sus versiones escenificadas Palinuro en la escalera y La loca de Miramar, y con su hermosísimo homenaje a Federico García Lorca, en el centenario del natalicio del inolvidable gran poeta y dramaturgo andaluz victimado por la dictadura, La muerte se va a Granada. Hombre culto y de igual modo un gran conversador, un serio humanista que igual proyectó sus luces en el ensayo de creación y hasta en otros misceláneos infantiles, Fernando del Paso fue un intelectual de tiempo completo, generoso, y así pude entablar mayor contacto con él cuando de alguna manera intervine para que llevara su no menos propositiva obra pictórica a exponer a Chihuahua, al Museo de Arte Contemporáneo “Casa Redonda”.

Premio “Xavier Villaurrutia”, y “Rómulo Gallegos”, y Nacional de Ciencias y Artes, y “De Literatura en Lenguas Romances” de la FIL de Guadalajara, y “Alfonso Reyes”, y Medalla “Sor Juana Inés de la Cruz”, y miembro del Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua, se hizo de igual modo acreedor al “Cervantes” en el 2015, como tributo culminante a un sabio y dotado escritor que contribuyó con su obra consistente y valiosa a enriquecer este maravilloso instrumento de comunicación y sobre todo de identidad que es nuestra lengua española.