Al concluir el año, el entusiasmo por el multilateralismo del secretario general de las Naciones Unidas contrasta con el deteriorado compromiso de Washington con el orden liberal que ayudó a edificar después de la Segunda Guerra Mundial. A la par de esta realidad, los tentáculos diplomáticos y militares de Rusia se expanden por diversas regiones, con la declarada intención de apoyar a gobiernos amigos de Moscú a consolidar hegemonías y decantar los equilibrios de poder de la posguerra fría. En el teatro global, China y Estados Unidos están enfrascados en una guerra comercial que amenaza la estabilidad financiera global y perfila la economía del gigante asiático como la más importante de los próximos años.
Con más pena que gloria, 2018 se apaga con un entorno mundial viciado. En Europa, las buenas gestiones diplomáticas entre Grecia y Macedonia, que pusieron fin al contencioso del nombre de este último país a mediados de año, desentonan con el avance de la intolerancia, la xenofobia y el aislacionismo. En el Viejo Continente, los afanes unionistas ceden a las diferencias sobre la mejor manera de afrontar retos comunes, señaladamente la migración, el terrorismo y la cooperación económica. El resultado es el brexit, que envía un desalentador mensaje a la comunidad internacional y cuya consecuencia la padecerán las naciones balcánicas y del flanco oriental europeo, que seguirán retrasando su progreso económico en esa estratégica región. Algo similar se gesta en América Latina y el Caribe, donde es cada vez más claro que los intereses nacionales y subregionales de cada país ponen a prueba la ya de por sí desgastada narrativa de la hermandad, que se funda en la historia y valores comunes.
En Asia, la tensión crece. Al poderío creciente de China se agrega el voluntarismo nipón para resarcir su antigua fuerza militar en el área. Por su parte, en la península coreana no está claro el alcance de los coqueteos pacifistas ni mucho menos la voluntad recíproca de Moscú y Washington para apoyar esfuerzos a favor de un nuevo entendimiento regional, incluso contrario a sus propios intereses. Por otro lado, a la prolongada guerra en Afganistán, donde la presencia de la fuerza multinacional se perpetúa y atiza radicalismos, se añaden los denominados conflictos congelados en la Cuenca del Mar Negro, donde Rusia es árbitro implacable.
En Oriente Medio el horno no está para bollos; la tragedia humanitaria en Siria y los nuevos desarrollos de la disputa por Jerusalén incrementan la volatilidad levantina y alejan la posibilidad de la paz sustentada en el establecimiento de dos Estados, Israel y Palestina, con fronteras seguras e internacionalmente reconocidas. En el continente africano tampoco brilla la esperanza; el progreso de Kenia, Sudáfrica y Ghana, entre otros países, antagoniza con el fundamentalismo de Boko Haram (Estado Islámico en África Occidental), que opera en Nigeria, Camerún, Chad, Niger y Mali, y genera la condena mundial por el secuestro de cientos de niñas que reciben educación occidental. Tal es el estado del mundo; un caudal de agudos desencuentros, que, por si fuera poco, tienen como corolario guerras híbridas (espionaje electrónico) y el hasta hoy inexorable avance del cambio climático.



