La gran voz búlgara del momento es la soprano Sonya Yoncheva, quien a su bello y poderoso registro, a una impecable técnica, suma un desbordado dominio escénico y una enigmática hermosura. Si bien la connotada escuela búlgara de canto se ha caracterizado sobre todo por su invaluable aporte en tesituras bajas —sobre todo el ya legendario Boris Christoff y el también muy admirado Nicolai Ghiaurov, dos bajos de alcurnia—,Yoncheva amplía la nómina, en su registro, de las Welitsch (la Salomé, por antonomasia), Kabaivanska, Evstatieva, Takova y Stoyanova, sin olvidar, por supuesto, a las excelsas Ghena Dimitrova (para muchos, una de las mejores Turandot) y Anna Tomowa Sintow (otra straussiana de abolengo), y claro, la portentosa mezzo Vasselina Kasarova, de quien el propio Karajan dijo que representaba “el modelo de artista moderna”.

Ganadora del concurso Operalia en 2010, su debut en el mismo Met de Nueva York tuvo lugar en 2013, con una muy aplaudida Gilda de Rigoletto que igual la reveló como una muy dotada intérprete verdiana. Su celebrado The Verdi Album de este mismo 2018, para el prestigiado sello Sony del que es artista exclusiva, confirma el porqué de su protagónica presencia en importantes teatros del mundo con las trágicas heroínas del gran genio de Le Roncole que mucho han contribuido a extender y fortalecer su prestigio: la Leonora de Trovador, la Isabel de Valois de Don Carlos, la Desdémona de Otelo, la Luisa Miller, la Doña Leonora de La fuerza del destino, la Amelia de Simón Bocanegra o la Abigail de Nabucco; La Traviata figura en su primer disco en solitario Paris, mon amour, del 2015, con protagonistas cuyas historias se desarrollan en la capital francesa, y con justicia, su Violetta Valéry es considerada la mejor del momento.

Así lo ha hecho notar en su reciente visita a México, donde acaba de ofrecer un apoteósico recital con la Orquesta Sinfónica de Minería, en la Sala Nezahualcóyotl. Toda la primera mitad ha sido precisamente con varias de las arias incluidas en su arriba citada antología Paris, mon amour, donde destaca además la elegancia de su canto en un idioma que aprendió muy bien en su larga estancia de especialización en Francia. Declarada admiradora de igual modo de la obra de Jules Massenet, del autor de Werther incluyó cuatro aires donde pudimos admirar sus pulcros fraseo y técnica de respiración donde parecieran no existir interrupciones y todo fluyera en una sola y diáfana línea impecable de canto armónico y seductor, pletórico de matices y amplísimos registros entre las notas agudas y graves que de su emisión emanan con sorprendente naturalidad: “Il est doux, il est bon” de Herodías, “Pleurez, pleurez, mes yeux” de El Cid, “Adieu, notre petite table” de Manon (con toda justicia, incluida nuevamente en los encores) y “Dis-moi que je suis belle” de Thaïs.

Educada en la connotada escuela búlgara de canto.

Bello y robusto timbre

De igual manera una muy seria pucciniana desde que en 2014 había cantado en el mismo Met la moribunda Mimi de La Bohemia (con la misma obra hizo su debut en La Scala de Milán, en 2017), toda la segunda parte estuvo conformada con aires de obras del compositor de Lucca. De quien ha confesado igualmente tener entre sus autores de cabecera, lo cierto es que le viene muy bien a su declarado registro de también soprano lírica con muy buena factura y sólida pasta, con notable cuerpo vocal. De hecho, otro de sus más sonados éxitos en el Met, donde tanto se le quiere y respeta, ha sido precisamente con la Floria Tosca que la misma Callas tenía entre sus roles de mayor estima, y con la que la ya consagrada cantante búlgara encendió a los siempre difíciles público y crítica neoyorquinos que con este paradigmático rol pucciniano ha aplaudido a muchas otras grandes sopranos ya sea lírico-spinto o dramáticas. Así lucieron su bello y robusto timbre en arias tan característicamente puccinianas como “Se come voi piccina” de Le villi, “Oh mio babbino caro” de Gianni Schicchi (éxito de muchísimas prime donne, sustituyó a la originalmente programada “Il quelle trine morbide” de Manon Lescaut), “Donde lieta usci” de La Bohemia y “Un bel di vedremo” de Madama Butterfly, conmoviéndonos por igual tanto en los pasajes de poder como con los aterciopelados pianos que en otros abordajes equivocados de Puccini pareciera hacernos suponer que nunca existieron en la partitura. De hecho, la Ana de Le Villi y la Mimi de La Bohemia por supuesto de igual modo están presentes en el ya referido Paris, mon amour con sufridas heroínas que constatan su trágico infortunio en la capital francesa.

Su propio esposo, el conductor venezolano Domingo Hindoyan (otra realidad de ese admirable e influyente gran proyecto que ha sido el Sistema Nacional de Coros y Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela —hasta antes de que este hermano país se convirtiera en lo que ahora tristemente es—, como la del actual titular de la Orquesta Sinfónica de Los Ángeles, el también violinista Gustavo Dudamel), fue en esta ocasión el director huésped al frente de la Orquesta Sinfónica de Minería. Conociéndola a la perfección, nos sorprendió su conducción a la vez emotiva y mesurada, inteligente y consciente de que la estrella es la diva, y en su provecho asume que su tarea primordial es cuidarla y facilitar que luzcan sus enormes potenciales tanto vocales como interpretativos.

Prestigio ganado a pulso

Las partes de solo fueron las de más notable brillo para la orquesta, por ejemplo, en los cuatro movimientos de la Suite de la misma ópera El Cid (“Castellana”, “Alborada”, Aragonesa” y “Madrileña”) que rebosan el talento orquestador y melódico de un Massenet que como otros franceses contemporáneos suyos se sentían tan atraídos por España y sus tan característicos ritmos. Ese avasallador influjo hispánico se notó de igual modo en uno de los encores de la cantante, la celebérrima habanera de Carmen (ha cantado la Micaela en el Covent Garden de Londres) de Georges Bizet, “L’amour est un oiseau rebelle”, que aunque escrita para mezzo, muchas notables sopranos de amplio registro se han sentido tentadas a interpretar al menos en sus más lucidas y siempre esperadas arias, como con sobrados garbo y solvencia lo hizo ahora —y sabemos acostumbra hacerlo— Yoncheva. ­­Además de con la inicial obertura de la ópera L’étoile que resalta el gran colorido del también francés Emmanuel Chabrier, la orquesta destacó de igual modo a plenitud en el poético e inspirado gran pasaje que es el Intermezzo de la mencionada ópera Manon Lescaut, sin duda una de las más bellas páginas del genio orquestador y poético de Puccini, y del que Hindoyan acentuó la participación protagónica aquí de las cuerdas. Otro tanto habría que decir con otro de los generosos agregados por parte de la diva, “Je soupire et maudis destin… O Paris, gai séjour de plaisir”, de la opereta del francés Alexander Charles Lecocq, donde la soprano terminó de encender al público con sus adicionales dominio escénico, chispa, coquetería y hasta buen sentido del humor.

Continuamente presente en los más importantes teatros del mundo donde ya goza de un prestigio que se ha ganado a pulso y por méritos propios, el haberla podido oír ahora en México, en el mejor momento de su carrera que sigue ascendiendo como la espuma, ha sido posible gracias a los esfuerzos compartidos de Pro Ópera, la propia Orquesta Sinfónica de Minería y Arte&Cultura Grupo Salinas.