Una vez que Platón definió el Estado perfecto y el gobierno que le corresponde, en La república, enumeró las diferentes etapas que eran resultado de la corrupción de la aristocracia: la ideal. Rubén Salazar Mallén (1905-1986), escritor y académico de la UNAM, dice lo anterior en su libro Desarrollo histórico del pensamiento político*, y prosigue con el tema. La aristocracia, aquí, no es lo que nos imaginamos sino el sistema de gobierno dirigido por los mejores hombres, los más sabios, los más experimentados, los de más edad, sí, los filósofos. Cita: la timocracia, la oligarquía, la democracia y la tiranía. Estos estados se van alejando más y más de la justicia hasta convertirse en una dictadura.

Salazar Mallén explica: “La oligarquía rompe la unidad del Estado” y da origen a la lucha entre pobres y ricos, que, al final, puede dar origen a la democracia. No se queda en este planteamiento, cita a Platón: “El gobierno se hace democrático cuando los pobres, consiguiendo la victoria sobre los ricos, degüellan a los unos, destierran los otros, y reparten con los que quedan los cargos y la administración de los negocios”.

En seguida dice que, según el filósofo, la democracia se divide en tres partes: “los ricos que deben su riqueza al trabajo; el pueblo, que vive del trabajo de sus manos, y los demagogos, que viven de halagar al pueblo.” (En negritas por mí.) “De estos demagogos, los más audaces e inescrupulosos, los ‘zánganos con aguijón’, se hacen pasar por protectores del pueblo”…

Y el escritor cierra la lógica de su pensamiento con un dardo certero: cuando al peor “zángano con aguijón” se le reconoce su “protección del pueblo” (y cita): “sube descaradamente al carro del Estado, destruye a derecha e izquierda todos aquellos de quienes desconfía, y se declara abiertamente tirano”. La democracia se convierte, así, en una tiranía.

Cuando, en nuestra pobre realidad, el Santo de la devoción de muchos, plagiando las palabras de ese otro Santo, Hugo Chávez, de la deplorable Venezuela, declara: “Yo ya no me pertenezco, estoy al servicio de la nación (…), mi amo es el pueblo de México”, nos hace pensar que corremos el grave riesgo de hallarnos en la última etapa, la del tirano, por sus palabras, sus actos impositivos, sus promesas de seguir en su propio camino pase lo que pase —o cambiando de opinión, según convenga—, pero sin variar su identificación inmodesta con la entelequia del “pueblo”, para “gobernar obedeciendo” -este concepto ya lo había manejado el Subcomandante Marcos hace 24 años.

Creemos que cuando se establece la democracia se piensa en el bien común. Éste sería uno de sus principios. México ha sido democrático, pese a sus detractores, hasta el momento —el 1 de julio de 2018— en el que en un acto democrático, se hace del poder el presidente ya en funciones —desde esa fecha, aunque no había sido revestido con la banda presidencial aún, primer paso fuera de la legalidad— y empiezan a surgir todas las dudas sobre aquel sistema de gobierno.

¿Para qué luchar por la democracia si ésta nos va a dar la espalda en el primer descuido?

Escritor, académico y periodista.

Surge un problema de lenguaje cuando se confunden los conceptos República y Democracia, Presidente y Tirano. Se presume de republicanos, dicen, como Juárez, y muchos lo toman como lo democrático. La república es el imperio de la ley. Por otro lado, la democracia es “el gobierno del pueblo”. Desde Atenas, en el siglo V a. C. Entonces “el gobierno del pueblo” —éste no es parte de los privilegiados que tienen el conocimiento y la experiencia, según se comenta en La república de Platón— podría no ubicarse en el imperio de la ley.

Ante esta confusión de lenguaje, algunos se conforman pensando que solo son seis años y ya. Aunque, si en cinco meses, del 1 de julio al 30 de noviembre, nos devaluaron el peso; se divirtieron con su “consulta ciudadana” hecha cínicamente a modo —los acólitos estaban encantados: “por primera vez se nos tomó en cuenta”, con lo que demostraron otra vez su fanatismo—, para cancelar el proyecto del aeropuerto más importante de meso y suramérica, comercial, turística, política, socialmente; una “consulta ciudadana” sobre un tren que ya estaba aprobado y que, declaró antes el Santo, empezará a construirse el 16 de diciembre. ¿Qué no nos espera en seis largos años a partir del 1 de diciembre?

Todo esto es de muy humor negro. Pero cada paso del ahora presidente —Santo, para sus devotos— me recordó cada paso que dio el sargento Hugo Chávez —lo vi por la televisión venezolana en su programa “Aló, presidente”, tocar su silbato, tal vez recordó su paso por el ejército, y dijo, “qué sabroso pito”, y volvió a pitarlo para regocijo de sus fanáticos. Qué democrático era… cómo pitaba su silbato.

En este confuso panorama, la democracia no es ni tan eficiente ni tan confiable como parece. Pero, entonces, ¿para dónde dirigir la mirada? El país se encuentra inerme, como si flotara en un témpano de hielo perdido en las aguas polares. Seis largos años. ¿Y si se les ocurre que deben continuar defendiendo a los pobres?

*Rubén Salazar Mallén, Desarrollo histórico del pensamiento político, t. I y II, México, UNAM-Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, 1984 (Primera edición, 1962).