Giusseppe Tomasi di Lampedusa (23 de diciembre de 189–23 de julio de 1957), príncipe de Lampedusa y duque de Palermo, es el autor de una sola novela, El gatopardo, que no vio publicada en vida pero se convirtió en uno de los libros más leídos de su tiempo, al sintetizar la postura cínica de los poderosos. Luchino Visconti la llevó al cine con Alain Delon, Burt Lancaster y Claudia Cardinale. Transcribo el fragmento que contiene la frase convertida en lugar común:

 

[…] Mientras se afeitaba la mejilla derecha, vio en el espejo, detrás de él, el rostro de un jovencito, una cara delgada, distinguida y con una expresión de temerosa burla. No se volvió y continuó afeitándose.

—Tancredi, ¿qué diablos hiciste anoche?

—Buenos días, tío. ¿Qué hice? Nada de nada: estuve con mis amigos. Una noche de santidad. No como cierta gente que conozco que estuvo divirtiéndose en Palermo.

[…] La voz ligeramente nasal del sobrino poseía tal carga de brío juvenil que era imposible encolerizarse […] Se volvió y con la toalla bajo la barbilla miró al sobrino. Vestía de cazador, chaqueta ajustada y botas altas […]

—¿Por qué vienes vestido de esta manera? ¿Qué pasa? ¿Un baile de máscaras por la mañana?

El muchacho se había puesto serio: su rostro triangular asumió una inesperada expresión viril.

—Me voy, tiazo, me voy dentro de una hora. He venido a decirte adiós.

El pobre Salina se sintió el corazón oprimido.

—¿Un duelo?

—Un tremendo duelo, tío. Un duelo con Franceschiello que Dios Guarde. Me voy a la montaña, a Ficuzza. No se lo digas a nadie, sobre todo a Paolo. Se preparan grandes cosas, tío, y yo no quiero quedarme en casa. Además, me echarían mano en seguida si me quedara.

El príncipe tuvo una de sus acostumbradas visiones repentinas; una escena cruel de guerrillas, descargas de fusilería en el bosque, y su Tancredi por los suelos, con las tripas fuera como el desgraciado soldado.

—Estás loco, hijo mío. ¡Ir a mezclarte con esa gente! Son todos unos hampones y unos tramposos. Un Falconeri debe estar a nuestro lado, por el rey.

Los ojos volvieron a sonreír.

—Por el rey, es verdad, pero ¿por qué rey?

El muchacho tuvo uno de sus accesos de seriedad que lo hacían impenetrable y querido.

—Si allí no estamos también nosotros —añadió—, ésos te endilgan la república. Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico?

Un poco conmovido abrazó a su tío.

—Hasta pronto —dijo—. Volveré con la tricolor.

La retórica de los amigos había descolorido también un poco a su sobrino. Pero no, en aquella voz nasal había un acento que desmentía el énfasis. ¡Qué chico! Las tonterías y al mismo tiempo la negación de las tonterías.

Novedades en la mesa

Hanna Arendt, El orgullo de pensar, Fina Birules (compiladora), Gedisa, volumen en el que una decena de autores analiza la obra de esta discípula de Heidegger, considerada la filósofa política más importante del siglo XX.