Una mirada a… Anne Brontë y la inquilina

 

El secreto de la viuda Graham es haber sido víctima de la violencia de género y el alcoholismo de su marido. Anne Brontë (17 de enero de 1820–28 de mayo de 1849) relata la historia en La inquilina de Wildfell Hall, su segunda novela, criticada en la época por la crudeza del tema y lo explícito de las descripciones. Transcribo algunas líneas del comienzo de la novela.

Como saben, hace un mes se dijo que alguien iba a alquilar Wildfell Hall. Y… ¿qué creen que ha ocurrido? ¡La casa está habitada desde hace más de una semana! ¡Y nosotros no sabíamos nada!

[…]

—Ha hecho habitables dos o tres habitaciones; vive allí sola, con una vieja criada.

—¡Oh, no! Eso lo estropea todo. Yo esperaba que fuera una bruja —observó Fergus, mientras cortaba una tostada gruesa y la untaba de mantequilla.

—¡No digas tonterías, Fergus! ¿No es extraño, mamá?

—¿Extraño? ¡Apenas puedo creerlo!

—Pues puedes creerlo, porque Jane Wilson la ha visto. Fue hasta allí con su madre, quien, naturalmente, cuando se enteró de que había una extraña en la vecindad estuvo en ascuas hasta que la vio y consiguió enterarse de todo lo que pudo sobre ella. Se llama señora Graham y está de luto, aunque no de luto riguroso, y es bastante joven, dicen, no más de veinticinco o veintiséis años, ¡y muy reservada! Hicieron todo lo posible para averiguar quién era, de dónde venía, todo; pero ni la señora Wilson, con sus obstinadas e impertinentes indiscreciones, ni la señorita Wilson, con sus hábiles maniobras, pudieron obtener una sola respuesta satisfactoria, o por lo menos una alusión casual, una expresión fortuita calculada para aliviar su curiosidad o que arrojara el más débil rayo de luz sobre su historia, sus circunstancias, o sus parientes. Por otra parte, apenas fue amable con ellas y evidentemente se mostró más deseosa de decir “adiós” que “mucho gusto en conocerlas”.

[…]

Al día siguiente, mi madre y Rose se apresuraron a cumplimentar a la bella reclusa. Poco más sabían cuando volvieron; pero mi madre declaró que no lamentaba el viaje […] la señora Graham, aunque fue poco complaciente con la curiosidad de sus interlocutoras y aparentó ser algo obstinada, no parecía incapaz de reflexión. Sin embargo, uno llegaba a preguntarse qué había hecho durante toda su vida, pues la pobre había mostrado una lamentable ignorancia sobre algunas cosas y ni siquiera se había avergonzado de ello.

—¿Sobre qué cosas, madre? —pregunté.

—Sobre el gobierno de la casa, los pequeños secretos de la cocina […] le di algunos consejos útiles y varias recetas excelentes, cuyo valor evidentemente no pudo apreciar, pues me rogó que no me preocupara, que llevaba una vida tan tranquila y sencilla que estaba segura de que no tendría que hacer uso de ellos. “No importa, querida —le dije yo—; es algo que toda mujer respetable debería saber; además, aunque vive usted sola ahora, no siempre será así. Ha estado casada y probablemente (casi podría decir con toda seguridad) volverá a casarse”. “Se equivoca usted, señora —dijo ella, casi con arrogancia—; estoy segura de que nunca volveré a casarme”. Le contesté que yo sabía más de estas cosas.

Novedades en la mesa

Llegó a las librerías la nueva entrega de Haruki Murakami, La muerte del comendador. Libro 2, editado por Tusquets.