Las relaciones políticas entre la Secretaría de Educación Pública, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación a partir de la constitución de esta última han sido invisibles unas, vergonzantes otras. Subrayo relaciones políticas porque al final de cuentas en esos engarces la educación juega un papel secundario o sirve de pretexto cuando no está ausenté por completo.

Max Weber es por antonomasia el estudioso de la burocracia. Tras analizar su nacimiento y desarrollo, llegó a la conclusión de que “Una burocracia muy desarrollada constituye una de las organizaciones sociales de más difícil destrucción” (en Economía y sociedad, FCE). La burocracia es la plenitud del orden político racional.

Sin embargo, en la plaza pública y en conversaciones informales, cuando se habla de burocracia, la gente no piensa en un orden racional, sino en las situaciones absurdas que encara cuando tiene que hacer un trámite cualquiera. A veces se pone enfrente de murallas infranqueables y se hace referencia a Kafka, aunque tal vez nunca se le haya leído. “Una situación kafkiana”, se dice cuando un ciudadano entra al laberinto de los trámites.

La burocracia no es homogénea, se divide en estamentos (para seguir con la terminología de Weber) y no solo germina en el sector público; se reproduce en instituciones de todo tipo, en los sindicatos y asociaciones. En México, el modo corporativo que engendró el régimen de la Revolución Mexicana asentó burocracias estables en los sindicatos, pero al servicio del presidente, no de la sociedad.

El segmento burocrático más grande —y tal vez el más denso— del país es el de la SEP. En la base se encuentran los directores de las escuelas y culmina con el secretario de Educación Pública. Es un funcionariado que en su mayoría es de origen magisterial. En un sistema educativo normal eso no tendría nada de raro, los docentes conocen el sistema, saben de las urgencias de sus pares, entienden las reglas implícitas del funcionamiento de las escuelas y son expertos en administrar relaciones laborales. Pero el sistema educativo mexicano no es normal, la mayoría de los maestros que llegan a puestos burocráticos no fue por méritos profesionales, sino sindicales, por lealtad al jefe. Y las relaciones laborales corporativas —asentadas en décadas de práctica— tienen un alto grado de arbitrariedad: son kafkianas. Aun los iniciados tienen problemas para interpretarlas. A este fenómeno respondió la consigna de “recuperar la rectoría de la educación” de la reforma educativa del gobierno de Enrique Peña Nieto.

La Ley General del Servicio Profesional Docente fue el instrumento de la tecnología del poder que le permitió a la SEP comenzar a poner orden en un mundo laboral caótico, plagado de corruptelas y malformaciones.

Cuando los líderes de la CNTE dicen abrogar la reforma neoliberal, se refieren al retorno de las reglas anteriores. No lo ocultan. Pero el presidente López Obrador, en su conferencia del 22 de marzo expresó que gracias al diálogo entre la Secretaría de Gobernación y la SEP se aclaró el malentendido con la CNTE. “Un tema que me informaron ayer que trataron muy destacado, el hecho de que… no los mueve el interés de manejar las plazas, lo que se decía es que buscaban regresar a la venta y tráfico de plazas, ellos dejaron de manifiesto que eso es secundario”. El jefe Ejecutivo dijo que se tiene que utilizar una nueva narrativa en la redacción de los cambios a la Constitución, dejando a un lado el lenguaje neoliberal o tecnócrata, que no gusta a la CNTE, y puso como ejemplo el término “evaluación”.

 

El segmento burocrático más grande —y tal vez el más denso— del país es el de la SEP.

 

No obstante, Genaro Martínez Morales, secretario de Organización de la CNTE, en la víspera de regresar a México a cercar la Cámara de Diputados para evitar que se dictamine el proyecto de reforma de la reforma educativa, asentó con palabras diáfanas: “Lo que queremos es que nuevamente se nos incluya en los preceptos del apartado B del artículo 123 de la propia Constitución, para que sean respetados nuestros derechos laborales” (Excélsior, 26 de marzo). Otros dirigentes han expresado que la abrogación consiste en eliminar la evaluación para el ingreso al servicio magisterial (pase automático para los egresados de las normales) y que su gente participe en la repartición de plazas en las secretarías de Educación locales. Al buen entendedor: queremos que se nos regrese todo. De allí al retorno de la herencia y venta de plazas no faltaría mucho.

Pienso que el presidente López Obrador si bien logró sentar a los dirigentes a negociador con la Segob y la SEP, no los disciplinó. Tampoco un cambio de lenguaje los dejará satisfechos. Ellos eran felices en el mundo kafkiano —que no ha desparecido— y les retumba en el alma la racionalidad burocrática que se exterioriza en leyes, reglas explícitas —que exigen transparencia y equidad— y rutinas legítimas.

El martes 26, la CNTE bloqueó de nuevo la Cámara de Diputados. Hubo diálogo —o tal vez monólogos antípodas en la SEP— donde también participó el diputado Mario Delgado, pero la disidencia mantiene su punto: vuelta al 123 o seguirá la protesta.

Las relaciones políticas son de poder. Si la reforma de la reforma educativa no se resuelve pronto, la SEP seguirá enmarañada en redes que le tienden las facciones del sindicato, no solo la CNTE, también los fieles de Elba Esther Gordillo y del grupo de Alfonso Cepeda Salas.

No entiendo por qué un presidente que, cual profeta armado, canceló la construcción de un aeropuerto moderno a un costo elevado nada más para que se supiera quién ejercía el poder no ejerza ese poder contra quien lo llama neoliberal e insinúa que es fascista.