Desde antes del inicio del nuevo gobierno, los “analistas” contrarios a Andrés Manuel López Obrador anunciaron drásticas caídas de la inversión, así como una devaluación del peso, y el descenso en la tasa de crecimiento del producto interno bruto. En días recientes, tanto la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), como el Banco de México (Banxico), anunciaron una disminución en sus previsiones de la tasa de crecimiento del PIB para este 2019 y la propia Secretaría de Hacienda también se alineó con Banxico, mientras el presidente López Obrador señaló que Hacienda se había quedado corta y que probablemente la tasa se mantendría en el 2 por ciento para este año y en 3 para el 2020.

En este debate, hay que aclarar, en primer lugar, que las previsiones de unos y otros no se diferencian mucho, puesto que Hacienda, que había dicho a principio de año que esperaba que la tasa oscilara entre 1.5 y 2.5, ahora disminuyó su previsión a entre 1.1 y 2.1, es decir, descendió cuatro décimas de punto porcentual.

Por otro lado, hay un aspecto muy importante, que tanto la OCDE, como el Banco de México, como Hacienda, advierten que la razón para disminuir su previsión de crecimiento en nuestro país es que los organismos internacionales han calculado que la economía mundial registrará este año una desaceleración, es decir, crecerá, pero en una menor tasa de lo que se había previsto anteriormente.

 

La economía mundial registrará este año una desaceleración, es decir, crecerá, pero en una menor tasa de lo que se había previsto anteriormente.

 

Hacienda, además, señala que aparte de las perspectivas de la economía mundial y de que la desaceleración afectará a Estados Unidos que, como se sabe, es el país del que desgraciadamente depende nuestra economía, también hay una tendencia a la baja en el precio del petróleo, que es nuestro principal producto de exportación, así como un descenso en la producción de Pemex, que obviamente repercute sobre los ingresos gubernamentales. Tanto las tendencias de la economía internacional, como la baja en el precio del petróleo son fenómenos externos sobre los que el gobierno mexicano no puede influir. En el caso de la disminución de la producción de Pemex, se trata de una realidad que no se explica a partir de los últimos cuatro meses, sino que viene de años atrás, tanto por la reforma energética que dejó en manos de empresas privadas, nacionales y extranjeras, varias áreas de la industria energética, como por el abandono y aun castigo a Pemex a través de los recortes presupuestales y del sometimiento a un régimen fiscal que obligó a la empresa productiva del Estado a entregar montos de recursos que superaron, a lo largo de varios años, las utilidades obtenidas en su operación, lo que determinó el crecimiento de su deuda y el consiguiente aumento del pago de intereses y amortizaciones.

Hay otro dato que vale la pena mencionar, al que el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado, que es una organización perteneciente al Consejo Coordinador Empresarial, calificó de sorpresivo, y es que en enero se registró un repunte económico de 0.2 por ciento respecto a diciembre pasado y de 1.2 por ciento a tasa anual de acuerdo con información del Inegi.  La importancia de ese repunte, aunque sea pequeño, está en que rompe la tendencia a la baja que había registrado la economía en los meses anteriores, pues sólo en diciembre pasado se registró una caída mensual de -0.4 por ciento, o sea que la economía no creció sino que tuvo una cifra negativa.  El instituto empresarial advierte que al contrario de los pronósticos sobre la caída en enero por los problemas de desabasto, el comercio al menudeo aumentó en 1.9 por ciento en enero y las ventas aumentaron en 24 estados de la república. En la industria igualmente hubo un repunte de 0.6 por ciento, que también rompió la tendencia, después de tres meses consecutivos a la baja. Estos son datos reales y no pronósticos sobre lo que sucederá.