Para mi amigo y colega Salvador García Soto,

en su cumpleaños número 50

 

Gran acopio de todas sus profundas reflexiones filosóficas, musicales y escénicas, Richard Wagner (Leipzig 1813-Venecia 1883) acometió la concepción de su nodal complejo operístico El anillo del Nibelungo después de un tan largo como excéntrico peregrinar. Construcción mitológica signada por la libertad, el compositor utilizó para su más ambicioso proyecto —su singular talento daría de igual modo cauce a otros portentos de la talla de Tristán e Isolda y Pársifal— las más diversas fuentes germánico-escandinavas, como la épica pagana Edda o el poema lírico Nibelungen-Lied. Y lo cierto es que solo se sirvió aquí de la tradición germánica más antigua como fuente primaria, conforme la ideología que condujo el empleo y el ordenamiento de dichos materiales respondió más bien al entreverado fenómeno cultural de su tiempo; es el caso, por ejemplo, del socialismo-anarquista que preponderaba a mediados del siglo XIX, que resultó determinante en la formulación del mito de la “maldición del oro”, de la renuncia por quien desea poseerlo, de la esclavitud que tal posesión genera sobre grandes masas de enanos condenados al trabajo minero, del hundimiento de cualquier civilización  —la nuestra, por ejemplo— obcecada por la ambición.

 

Un trabajo descomunal

Presente habitualmente en las más importantes casas de ópera del mundo, en ocasiones incluso sin la reposición de los otros títulos de El anillo del Nibelungo, La Walkiria ha vuelto a aparecer en el MET de Nueva York donde regularmente se monta todo el complejo. En una nueva extraordinaria producción del gran teatrista y director de cine quebequense Robert Lepage (con propositivos diseños de escenografía, iluminación y vestuario de los muy activos Carl Fillion, Etienne Boucher y François St-Aubin, respectivamente) que como es costumbre pudimos disfrutar gracias a la transmisión en vivo que en el Auditorio Nacional y varios cines suele hacerse de varios títulos de cada temporada, este espectacular montaje de la primera jornada del ciclo (el título previo, El oro del Rin, es el prólogo) ha servido de cierre para la más actual, con toda una gran máquina (“deux ex machina” como peso inexorable del destino, desde el teatro griego del que mucho bebió Wagner) computarizada que posibilita la existencia de los dos mundos —el de los dioses y el de los humanos— y alcanza su clímax precisamente con la celebérrima “Cabalgata de las Walkirias”. Pero tratándose de una inversión y un trabajo descomunales, todo el ciclo tendrá cabida en la siguiente temporada, con el estreno en ella —ya se había presentado también El oro del Rin— de las siguientes y últimas dos paradas, Sigfrido y El ocaso de los dioses.

Convocadas auténticas voces wagnerianas con ya un muy probado prestigio en otras importantes casas de ópera en las que en la actualidad se oferta la obra de este excepcional e inconfundible gran músico alemán, la estupenda soprano dramática estadounidense Christina Georke encarna a la Walkiria predilecta de Wotan, Brunnhilde; cantante de abolengo, fue celebrada desde su premonitorio “Hojotoho” y el anuncio de la muerte del héroe en el segundo acto, llegando con plenitud primero a la citada gran Cabalgata y después al desgarrador ruego “War es so schmählich” del acto siguiente donde destacan sus recursos y gran técnica.

 

 

Gran reparto de intérpretes wagnerianos

Dentro de un reparto marcadamente anglosajón, el también ya aplaudido tenor heroico australiano Stuart Skelton da vida a un Siegmund no solo con las falcultades vocales de necesarios poder y resistencia, sino en su caso además con un bello timbre que nos recuerda a otros cantantes wagnerianos de su tesitura como los ya legendarios Jon Vickers o James King. La de igual modo extraordinaria soprano dramática Eva-Maria Westbroek, ella holandesa, distinguió sus enormes dotes tanto vocales como histriónicas, confirmando por qué es una de las más estimables intérpretes wagnerianas en la actualidad; para prueba, un botón: notable en el famoso dúo con el tenor “Winterstürme wichen dem Wonnemond” del primer acto, donde luce la corpórea belleza de su emisión. Además de quienes interpretan a Hunding, Fricka y las otras Walkirias, voces todas ellas a la altura de circunstancias, otro de los intérpretes sobresalientes ha sido el más que experimentado bajo-barítono de igual modo estadounidense Greer Grimsley, quien con personalidad y aplomo aborda a la sensible y severa deidad que sufre pero no puede cambiar el destino trágico de su hijo terrenal Siegmund, haciéndose notar en el contundente Monólogo y en la no menos dolorosa despedida  “Leb’ wohl” del tercer acto.

 

En Wagner la música es protagónica

La sólida y prestigiada orquesta del MET ahora estuvo a cargo del joven pero ya reconocido director suizo Philippe Jordan, quien tanto en París como en Viena ya había dado prueba más que fehaciente de que una de sus querencias más sólidas se ha venido fincando precisamente con el siempre difícil y especializado repertorio wagneriano. Dominante e inspirador desde el desbordado primer Preludio, Jordan ha evidenciado una vez más su sólida formación de igual modo de prosapia (hijo del prestigiado Armin Jordan), y aquí ha confirmado por qué se ha ido fincando un reconocimiento por méritos propios. Ahora con una partitura pletórica de efervescentes colorido orquestal y melódico, la batuta invitada consigue subrayar el inconfundible lenguaje wagneriano donde los leiv motiv tienen un peso específico y van describiendo muy bien tanto el curso dramático como la naturaleza existencial y anímica de los personajes identificados por estos distintos motivos que magistralmente se van desarrollando de diferente manera a lo largo de la obra. Conforme en Wagner la música es protagónica y las voces contribuyen a darle sentido y movilidad, a diferencia de una escuela belcantística anterior donde esta estaba al servicio de los intérpretes y sus recursos vocales, el director huesped ha sabido resaltar el cuerpo y el brillo de una orquestación pletórica de matices hasta en sus más mínimos detalles.

Una gran producción donde por supuesto se hizo notar la mano maestra del experiementado hombre de teatro que en la ópera ha encontrado terreno fértil a su siempre ampulosa creatividad, esta soberbia puesta de La Walkiria, de Richard Wagner, nos ha permitido constatar por qué esta especialidad no solo se sostiene sino que sigue ganando terreno en el mundo, como en nuestro país lo ha probado desde hace ya muchos años nuestro wagneriano por excelencia Sergio Vela. Otro montaje a altura del indiscutible prestigio del MET, por lo nutrido y variado de su repertorio, por la calidad de sus producciones y de sus elencos, y por ser la casa de ópera con mayor actividad a lo largo del año.