Los militantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación tienen motivos para celebrar. Se sienten —y son— triunfadores de un lance histórico. No lograron echar al barril de la historia la “mal llamada” Reforma Educativa, pero obtuvieron reconocimiento político y mercedes. Incluso, estuvieron frente al presidente López Obrador y, aunque no obtuvieron todo, pueden estar satisfechos.

Quieren que con el texto del famoso artículo XVI transitorio de las enmiendas a los artículos de la constitución, regrese el escalafón y se conviertan de nuevo en amos y señores de la educación pública en sus territorios.

Pienso que la tirada de la CNTE no era enterrar la Reforma Educativa del gobierno de Enrique Peña Nieto, sabían que era punto menos que imposible. Pero fue una buena bandera para aglutinar a los fieles y pactar con el entonces candidato a la presidencia, Andrés Manuel López Obrador, claro, a cambio de sinecuras y reconocimiento político.

La consecuencia de largo plazo, sospecho, es que crecerá su empuje, gobernará en el sistema escolar y regiones aledañas (como el Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca o la burocracia media y baja de Chiapas). La CNTE será poder, pero la educación de niños y jóvenes quedará condenada a la mediocridad.

Esa conjetura tiene base en la historia de hostilidad que caracteriza a la CNTE, su estrategia de combate y reglas de funcionamiento.

La CNTE nació en diciembre de 1979, aunque el precedente de sus luchas se remonta a los años 50, cuando maestros rebeldes de la Ciudad de México peleaban contra el cacique Jesús Robles Martínez y la SEP.

Historiadores y analistas oaxaqueños, también exdirigentes de alguna facción, han documentado cómo surgió. Hay que reconocer que sus banderas iniciales eran legítimas, luchaban contra la imposición —a veces gansteril— de los dirigentes del SNTE que tenían la costumbre de apropiarse de trayectorias profesionales y hasta de porciones de la vida privada de maestros.

Rebeliones regionales a lo largo de los años 70 sembraron las semillas de una organización nacional con miras de alcanzar autonomía del nuevo cacique, Carlos Jonguitud Barrios y negociar con el Estado al margen de la dirigencia nacional del SNTE y de su órgano político, Vanguardia Revolucionaria del Magisterio. Las simientes fructificaron y para 1980 la CNTE no era nacional como señala su nombre, pero sí un organismo que mediante luchas se hacía notar; abanderaba causas justas: mejores salarios, frenos a la imposición y la corrupción.

Luego vinieron los primeros triunfos: el reconocimiento de las dirigencias rebeldes en Chiapas (sección 7) y Oaxaca (sección 22) y comenzó su transformación en el ogro que hoy conocemos. Estudios de Samael Hernández Ruiz en su blog (https://samaelhernandezruiz.wordpress.com/) y otros investigadores de Oaxaca reseñan cómo, junto a los triunfos se dio una trasfiguración de la Coordinadora e imitó, primero, y superó después, a los charros, los promotores de la depravación sindical. Y devinieron en lo que antes criticaban.

El salto cualitativo llegó en 1992, en los gobiernos de Carlos Salinas de Gortari y de Heladio Ramírez en Oaxaca. La S-22 conquistó posiciones en el naciente IEEPO. Su movilización constante en contra de la “descentralización” educativa y de Elba Esther Gordillo, rindió frutos: aprendieron a negociar y sacar ventajas. Fue así como nació su estrategia de movilización-negociación-movilización.

Ésta fue producto de al menos dos décadas de experimentación y triunfos parciales. Quizás sus jefes se dieron cuenta de que pedir lo imposible era realista. Nunca obtienen todo, pero siempre hay ganancias: incrementos de salarios, plazas, comisionados, muebles, vehículos, dinero para festivales, regalos el 15 de mayo y hasta hoteles y bonos extraordinarios.

Los líderes de la CNTE siempre buscan la negociación en conjunto (mesas nacionales), aunque sólo tengan la representación de entre el 12 y 15 por ciento de la membresía total del SNTE. Para sus cabecillas ese reconocimiento es fundamental, les permite poner presión donde les convenga en un momento dado.

Un asunto que pocos destacan es que en la CNTE no hay cacique. El asambleísmo no sólo tiene abolengo ideológico, sino que es una herramienta de la tecnología del poder que dificulta a sus adversarios concentrarse en un punto de coacción. Es difícil apremiar a un cenáculo que, además, representa partidas distintas, a veces enfrentadas entre sí; porque la CNTE es una federación de grupos politizados.

Hoy la CNTE enfrenta un escenario inédito. En términos formales es aliada del presidente, pero al mismo tiempo la persistencia de sus demandas y estrategia presagia que continuará con su contienda. Ya obtuvo un laurel. Un reportaje de investigación de María Cabadas (ContraRéplica, 10/05/2019) documenta cómo del último trimestre de 2018 al primero de 2019 la nómina de los maestros oaxaqueños creció en 445 millones de pesos. Y van por más. Es probable que también en los otros estados donde tiene presencia, la CNTE haya obtenido canonjías; en Michoacán sí; bloquear vías de trenes le redituó ganancias.

Pienso que AMLO topó con la CNTE. No va a lograr un gobierno eficaz en la educación al lado de sus líderes, al contrario, están envalentonados, saben que no les echará encima la fuerza pública y como lo vimos del 15 al 17 de este mes, su forma de festejar el Día del Maestro fue con marchas y la ratificación de su demanda: “abrogar la Reforma Educativa”.

No lo conseguirán, pero obtendrán otras prebendas. Y quien pierde son los niños y jóvenes que asisten a la escuela en sus territorios. No es contra la reforma de Peña Nieto es contra la educación nacional.