Para mi estimado amigo Carlos Pallán

El nombre del joven cineasta francés Tom Volf ––que no el escritor y periodista Tom Wolfe, ni el revolucionario narrador también norteamericano Thomas Wolfe–– era prácticamente desconocido hasta antes de la aparición de su maravilloso y muy bien recibido gran documental Maria por Callas (Francia, 2017). Y mucho más sorprendente resulta que este tan celebratorio como conmovedor documento haya surgido del talento hasta ahora oculto de quien confesó haber descubierto el siempre apasionante ––para quien tiene la sensibilidad de dejarse atrapar por él, claro está–– mundo de la ópera apenas hace algunos años, y así, la personalidad y el incomparable arte de una de sus más grandes divas de todos los tiempos, la griego-norteamericana Maria Callas (Nueva York, 1923-París, 1977).

Luego de una representación en la Metropolitan Opera House de Nueva York donde se sintió seducido por el que sin duda es el gran espectáculo sin límites, por cuanto en él confluye de prácticamente todas las manifestaciones artísticas, y de haber descubierto a “La Divina”, Tom Volf terminaría sin remedio por pasar a formar parte del amplio séquito de devotos admiradores que en torno a esta artista suprema se han congregado desde que se diera a conocer y saltara a la fama a mediados del siglo XX (incluido el célebre Mi bemol al final del segundo acto de Aida, de Verdi, que diera en su debut en el Palacio de Bellas Artes, el 23 de mayo del 1950). Con tales pasión y entusiasmo se entregó a esta auténtica pesquisa de diversos materiales unos conocidos y los más inéditos (grabaciones, documentos, entrevistas, imágenes, videos, cartas y comentarios de otros personajes cercanos y emblemáticos) por diferentes países del mundo donde se ha no sólo mantenido sino acrecentado el culto callasiano, que el resultado ha sido un documento de inconmensurables valía y belleza.

Y uno de los mayores atributos de este hermoso y vívido documental estriba precisamente en que su realizador le logra dar voz propia a la mujer apasionada e inteligente, a la artista grandiosa e incomparable, a manera de aquella estupenda colección “Per lui-même” con la que el famoso sello Gallimard consiguió otros retratos literarios entrañables de célebres escritores franceses. Después de disfrutar Maria por Callas, tanto el espectador enterado como el neófito corroboran el porqué la ópera contemporánea no sería la misma sin la emblemática figura de su diva por antonomasia, quien no sólo pasó a la historia por su revolucionaria forma de crear versiones inéditas sobre todo de los repertorios belcantístico y verista (con Bellini, Verdi y Puccini a la cabeza), sino también por su vida al mismo tiempo tempestuosa y enigmática, icónica y desgarradoramente conmovedora como los personajes que abordaba con honda y electrizante verdad tanto músico-vocal como histriónica, convirtiéndola en el modelo de la “cantante total” que tantas otras han si acaso intentado emular con mayor o menor fortuna. Pero la Callas, más que en cualquiera otros casos, sólo hay una.

A partir de una exhaustiva compilación de materiales impecablemente digitalizados y/o restaurados, Tom Volf consigue con esta sorprendente opera prima un gozoso y a la vez convincente recorrido por la vida y la obra admirables ––en cuanto asumidas con convicción–– de Maria Callas, a través de un vivaz discurso lineal que bien refleja el desarrollo artístico y existencial de la mujer y la cantante inseparables. El resultado es un documental envolvente que subvierte la imagen clásica construida en torno a la icónica diva, porque ya no es la suma de tantas contradicciones que en torno a su personalidad y a su arte se han ido construyendo con mayor o menor verdad, sino de cara a la visionaria artista cuya superior inteligencia la llevó a convertir sus limitaciones en logros, sin tampoco nunca renunciar a mostrar sin cortapisas su no menos ambivalente ––por humana, tan enérgica como frágil–– condición emocional.

Aparte de registrar algunas de las presentaciones y grabaciones ya paradigmáticas de la gran diva, por lo mismo insustituibles aun después de la década de los cincuenta que fue cuando alcanzó su esplendor, cuando no es la voz de la propia Callas, quien en su nombre se expresa es la estupenda actriz francesa Fanny Ardant que le dio vida en la más ficcional cinta Callas por siempre, del 2002, de su entrañable amigo Franco Zeffirelli. Y aparte del propio Zeffirelli que la dirigió en muchos célebres montajes, Tom Volf aprovechó de igual modo la presencia y el testimonio de otros cercanos afectos y colegas, entre ellos, los también realizadores Vittorio De Sica, Luchino Visconti o Pier Paolo Pasolini con quien hizo una Medea ya de referencia, o su admirada maestra española Elvira de Hidalgo, o su tenor de cabecera Giuseppe Di Stefano con quien dejó registros memorables, o el actor Omar Sharif, o por supuesto el rico naviero griego Aristóteles Onassis quien siendo el gran amor de su vida y el motivo de su aislamiento de los escenarios y de su declive artístico, generosamente lo perdonó ya decrépito y desahuciado, luego de su ostensible fracaso marital con Jacqueline Kennedy.

Maria por Callas, del también fotógrafo francés Tom Volf ––aquí lo acompañó su cercano colega Janice Jones––, nos ofrece un retrato completo e íntimo de la inolvidable gran diva del siglo XX, quien gracias a su admirable y amplio registro, a sus enormes virtudes vocales y su elocuente talento actoral, en su más bien corta pero intensa carrera pudo abordar un amplio y variado repertorio que iba desde personajes para soprano ligera como la Lakmé de Delibes o la Semíramis de Rossini, hasta otros no menos exigidos para soprano dramática como la Lady Macbeth de Verdi o incluso la Brünnhilde de Wagner, incluidos roles célebres para mezzo como la Carmen de Bizet o la Dalila de Saint-Saëns. Las nuevas generaciones que no sepan de ella o sólo hayan escuchado su nombre sabrán por qué este fenómeno ha permanecido o incluso se ha acrecentado, con lo que el talento indiscutible de Volf contribuye a dimensionar la leyenda de quien creara versiones soberbias e imperecederas de obras que ella extrajo del injusto olvido como por ejemplo La Wally de Catalani, o Ifigenia en Táuride de Gluck, o Ana Bolena de Donizetti, o Medea de Cherubini, sin olvidar otros clásicos que con su maravillosa voz se convirtieron en versiones hasta ahora insuperables como Norma o La Sonámbula de Bellini, o Lucia di Lammermoor de Donizetti, o La Traviata o Aida de Verdi, o La Gioconda de Ponchielli, o por su puesto Tosca de Puccini.