En literatura internacional sobre educación comparada abundan tipologías de reformas educativas, aunque en ocasiones las definiciones de su contenido dejan mucho que desear o nada más se estipulan. Las dos genealogías más comunes son polares. Primera, reformas de arriba hacia abajo o de abajo hacia arriba. Segunda, profundas o de superficie. También abundan clasificaciones de las reformas por sus características: pedagógicas, de estructura, institucionales o con fines políticos.

Otras tipologías tienen que ver con los fines: búsqueda de calidad, de equidad, de eficacia o transparencia y rendición de cuentas. Otras más con los actores institucionales que intervienen (burocracias, sindicatos, organizaciones de la sociedad civil) o protagonistas individuales: maestros, directores de escuela, padres de familia y estudiantes en algunos segmentos, como en secundaria.

Hay más distinciones que aspiran a modificar prácticas escolares, innovar en los materiales, uso de dispositivos, liderazgo y aspectos particulares.

En todas las reformas educativas del mundo, los maestros son los actores principales, ya porque sean el blanco al que se dirigen los tiros de cambio, sea por demandas de gremios o por la razón llana de que sin el magisterio no se puede hacer nada. Los docentes y sus organizaciones también representan papeles de resistencia a cierto tipo de reformas y son defensores –por buenas y bellacas causas– de tradiciones y memoria de las escuelas.

En la literatura no he encontrado una tipología que aborde el punto de quiénes son los beneficiarios, ya por el diseño de la reforma, ya por sus resultados. Jean-Marie De Ketele, profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina, bajo el enunciado de “Para quién”, elaboró una rúbrica seminal producto del conjunto de relatorías del simposio “Condiciones para reformas educativas exitosas” que se llevó a cabo en el Centro Internacional de Estudios Pedagógicos de Sèvres, con el patrocinio del Ministerio Francés de Educación y de la Juventud, del 12 al 14 de este mes.

La exposición de De Ketele me inspiró; también la aclaración de que en una reforma particular los actores beneficiarios pueden ser varios, aunque en diversos grados.

No hay espacio suficiente para desplegar la tipología completa, cubre propiedades que a veces no se cumplen en situaciones particulares. Sin embargo, puedo enumerar a los agraciados potenciales: estudiantes, maestros, padres de familia, académicos, periodistas, organizaciones de la sociedad civil, burocracia o burocracias, depende de la organización del sistema escolar, segmentos civiles populares o al sector privado.

El postulado de las reformas se empaqueta en un discurso atractivo cuyos propósitos se presentan como elevados (mejorar algo) y responden a necesidades sociales o nacionales o de segmentos sociales específicos, “los que menos tienen”, por ejemplo. No obstante, en más de un suceso, hay contradicciones entre los postulados y quienes resultan ser los beneficiarios reales. Sociólogos institucionalistas les llaman efectos no esperados; para otros son efectos perversos.

Veamos el caso de la reforma de la reforma que se consagró el 15 de mayo y que lleva el signo del presidente López Obrador, aunque en realidad fue un proyecto que modificaron –y en mucho– los partidos de oposición. Los párrafos cuarto y quinto esbozan quienes serán los beneficiarios de la mudanza constitucional. Párrafo IV: “El Estado priorizará el interés superior de niñas, niños, adolescentes y jóvenes en el acceso, permanencia y participación en los servicios educativos”. Párrafo V: “Las maestras y los maestros son agentes fundamentales del proceso educativo y, por tanto, se reconoce su contribución a la trasformación social”.

A primera vista es obvio que la reforma fue hecha para los alumnos y los maestros; claro también se espera que segmentos desvalidos mejoren su condición y que la sociedad toda se beneficie de la nueva reforma. Estos últimos fines también fueron propósito de las reformas del siglo XX, de la de Vasconcelos a la de Salinas de Gortari. Pero a la postre las clases medias resultaron las favorecidas.

La prosa que despliegan los documentos de reforma y las piezas oratorias del presidente y del secretario de Educación Pública es vindicativa. Parece que la revancha prima sobre los fines de bienestar social. Basta ponerle el ojo al capítulo de educación del Plan Nacional de Desarrollo para documentar el punto. Pululan las frases acerca de la “mal llamada” reforma educativa, que ofendió a los maestros, que fue punitiva, que no tuvo nada bueno. No es un paquete elegante ni mira al futuro, usa locuciones agraviantes con pocos mensajes virtuosos.

En la política práctica, los actores más conspicuos son la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y la facción mayoritaria del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación; también el grupo que comanda Elba Esther Gordillo, pero por lo pronto sus prioridades son construir un partido político nuevo.

Entre tanto, el presidente se reúne con los líderes de la CNTE en largas jornadas, se toma fotografías con ellos, les envía epístolas y pone a la SEP a dialogar con ellos. El presidente se comprometió a que él y los maestros elaborarán las leyes secundarias, donde algunas de las cláusulas que impusieron los partidos de oposición en la Constitución pueden venirse abajo. Morena y sus aliados tienen con que elaborar leyes sin su participación.

Además, en estos días, las facciones del SNTE festejan que la SEP reinstale a cientos de maestros cesados.

Si uno le hace caso al discurso y al valor político de los símbolos, esta reforma fue hecha para beneficiar a las facciones del SNTE.