En su constante peregrinar por el mundo, Francisco insiste en la necesidad de acercar a pueblos y culturas diversas, de tal suerte que se limen asperezas y se favorezca el diálogo para la paz. En la misma línea, el Papa está marcando un rumbo diferente al tema del cambio climático, al señalar que la preservación del planeta va de la mano de un modelo económico “con rostro humano”, que atienda las necesidades de los excluidos y propicie una nueva forma de visualizar los recursos naturales, que estimule el uso de energías alternativas y el desarrollo sustentable.
El constante pregón del obispo de Roma es universal y contrasta con el conservadurismo de sus dos últimos antecesores, que si bien cumplieron un papel importante en capítulos relacionados con el reordenamiento del mundo después de la Guerra Fría y el papel de la Iglesia Católica en la realidad global emergente, se quedaron cortos en asuntos vinculados con la justicia social. Así lo deja ver Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, donde denuncia la “tiranía del mercado” y la corrupción, como causas de la pobreza y el rezago endémicos en diversas latitudes. De igual forma, en su Encíclica Laudato Sí, adjudica al sistema económico responsabilidad directa en el deterioro del medio ambiente de nuestra “casa común”.
Con este diagnóstico del orbe, a la vez pesimista y esperanzador, Jorge Mario Bergoglio está en estos días de visita pastoral en Rumania (31/05-02/06), donde cumple con una intensa agenda que lo ha llevado a encontrarse con Daniel, Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana, con altos funcionarios del gobierno de ese país y por supuesto con el pueblo. En tan histórica ocasión, el Papa también ha beatificado a siete obispos católicos, todos víctimas del nazismo y del comunismo en diversos momentos de la historia de esta nación, que hoy sorprende por su compromiso con los valores de la Unión Europea y por su desempeño económico.
En el flanco oriental de Europa, es de esperar que la visita de Francisco reafirme la narrativa de su apostolado y su compromiso con el diálogo interreligioso, como ha ocurrido siempre en sus viajes al extranjero. Es de esperar, igualmente, que ofrezca señales útiles para la tolerancia y la distensión en la cuenca del Mar Negro, donde los denominados “conflictos congelados” en Transnistria (Moldova), Abjasia y Ossetia del Sur (Georgia) y Nagorno Karabaj (Azerbaiyán), son motivo de inquietud por sus potenciales consecuencias para la paz y la seguridad regionales e internacionales.
La presencia de Francisco en Rumania acredita, una vez más, su disposición a decantar una agenda religiosa y política que edifica convergencias y aspira a ser plataforma para el encuentro y el respeto entre todos los pueblos, aunque no comulguen con los dogmas de Roma. En cualquier caso, esta visita ha venido a reafirmar la legitimidad de un Papa que es apreciado por su agudeza intelectual y también por su sencillez y compromiso con la justicia. En ese sentido, no se equivocan quienes afirman que el Pontífice argentino piensa con la cabeza de un jesuita y cumple su ministerio con el corazón de un franciscano.