De origen burgués y educada en Francia, la chilena María Luisa Bombal (8 de junio de 1910-6 de mayo de1980) rompió moldes con su narrativa, a la que se entregó con igual pasión con la que vivió amores y desamores. Su noveleta, La amortajada, afirma Emmanuel Carballo, dio a Juan Rulfo la clave para la estructura de su Pedro Páramo. Transcribo las primeras líneas de ese monólogo de una mujer que desde su ataud escucha las voces del exterior y hace un recuento de su vida.
“Y luego que hubo anochecido, se le entreabrieron los ojos. Oh, un poco, muy poco. Era como si quisiera mirar escondida detrás de sus largas pestañas.
A la llama de los altos cirios, cuantos la velaban se inclinaron, entonces, para observar la limpieza y la transparencia de aquella franja de pupila que la muerte no había logrado empañar. Respetuosamente maravillados se inclinaban, sin saber que Ella los veía.
Porque Ella veía, sentía.
Y es así como se ve inmóvil, tendida boca arriba en el amplio lecho revestido ahora de las sábanas bordadas, perfumadas de espliego –que se guardan siempre bajo llave–, y se ve envuelta en aquel batón de raso blanco que solía volverla tan grácil.
Levemente cruzadas sobre el pecho y oprimiendo un crucifijo, vislumbra sus manos; sus manos que han adquirido la delicadeza frívola de dos palomas sosegadas.
Ya no le incomoda bajo la nuca esa espesa mata de pelo que durante su enfermedad se iba volviendo, minuto por minuto, más húmeda y más pesada.
Consiguieron, al fin, desenmarañarla, alisarla, dividirla sobre la frente.
Han descuidado, es cierto, recogerla.
Pero ella no ignora que la masa sombría de una cabellera desplegada presta a toda mujer extendida y durmiendo un ceño de misterio, un perturbador encanto.
Y de golpe se siente sin una sola arruga, pálida y bella como nunca.
La invade una inmensa alegría, que puedan admirarla así, los que ya no la recordaban sino devorada por fútiles inquietudes, marchita por algunas penas y el aire cortante de la hacienda.
Ahora que la saben muerta, allí están rodeándola todos.
Está su hija, aquella muchacha dorada y elástica, orgullosa de sus veinte años, que sonreía burlona cuando su madre pretendía, mientras le enseñaba viejos retratos, que también ella había sido elegante y graciosa. Están sus hijos, que parecían no querer reconocerle ya ningún derecho a vivir, sus hijos, a quienes impacientaban sus caprichos, a quienes avergonzaba sorprenderla corriendo por el jardín asoleado; sus hijos ariscos al menor cumplido, aunque secretamente halagados cuando sus jóvenes camaradas fingían tomarla por una hermana mayor.
Están algunos amigos, viejos amigos que parecían haber olvidado que un día fue esbelta y feliz.
Saboreando su pueril vanidad, largamente permanece rígida, sumisa a todas las miradas, como desnuda a fuerza de irresistencia.
El murmullo de la lluvia sobre los bosques y sobre la casa la mueve muy pronto a entregarse cuerpo y alma a esa sensación de bienestar y melancolía en que siempre la abismó el suspirar del agua en las interminables noches de otoño…”
Novedades en la mesa
La historiadora española Isabel Burdiel es la autora de la espléndida biografía Emilia Pardo Bazán (Taurus), imprescindible y legendaria autora española.