En las democracias modernas el poder del mandatario tiene contrapesos forjados en instituciones (leyes) con responsabilidades delimitadas. Muchos jefes de Estado repudian los equilibrios, prefieren el mando unipersonal, que nadie discuta sus decisiones. Ya sea por instinto ya por conocimiento de la obra de Maquiavelo, les gustaría gobernar como César Borgia en la Romaña y ser amados y temidos a la vez.
No pienso en un paralelismo, pero el estilo de gobernar de Andrés Manuel López Obrador, sus discursos, su manejo de símbolos patrios y héroes, su anhelo de trascender como el mejor presidente de México me motivó a releer capítulos de El Príncipe, la obra cumbre de Nicolás Maquiavelo. AMLO es un presidente carismático, tiene fieles que confían en él, en su persona, le atribuyen dotes extraordinarias y lo imaginan infalible. Para ellos, él es el símbolo y jefe de la “nueva patria”.
En el festejo del 1 de julio, el presidente López Obrador manifestó ante miles de sus seguidores que “ya se canceló la mal llamada reforma educativa”. Aseguró que la educación cambiará a México y le puso plazo, en dos meses más. Aunque no mencionó a ninguna de las facciones del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, especificó que “ya se está hablando con maestros para mejorar la calidad de la enseñanza”. Habló de becas a más de tres millones de estudiantes de educación media y el incrementó en nueve mil el número de becas a estudiantes de posgrado, vía el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Explicó que no se adquieren computadoras u otros enseres tecnológicos para evitar la corrupción. Y se comprometió a que gracias a la Cuarta Transformación ya no habrá ninis: “A más tardar en 2021, ningún joven se quedará fuera del trabajo o del estudio”.
Simpatizantes y detractores de AMLO coinciden en que es un maestro en la administración de símbolos, es su herramienta favorita de la tecnología del poder que ejerce. Cautiva a multitudes y se hace amar. Pero no sólo con símbolos y alegorías ideales el presidente prende a sus leales, también con recursos, becas, subsidios y obras, aunque éstas sean proyectos personalísimos, como Santa Lucía, Dos Bocas o el tren maya. Pero también acusa a sus adversarios, ridiculiza a quien lo contradice y lanza admoniciones contra los adversarios políticos. Se hace detestar por otros.
Es aquí donde entra Maquiavelo en auxilio del escribidor que busca entender: “Los hombres se atreven a ofender más al [príncipe] que se hace amar que al que se hace temer… al paso que el miedo a la autoridad política se mantiene siempre con el miedo inmediato al castigo que no abandona nunca a los hombres”.
En la revisión que hice a las reacciones al mensaje del presidente por el primer aniversario de su triunfo (hasta el 3 de julio) no encontré la postura de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, pero supongo que si no se pronuncian es porque no apoyan a AMLO, no como él quisiera, tal vez. O si alguno de los militantes lee o escuchó con cuidado la declaración de que habló con ellos para mejorar la “calidad” de la enseñanza, le responderá con acidez. “Calidad” es una mala palabra para la CNTE, ya desapareció del artículo 3º gracias a su iniciativa, aunque quedó “excelencia”, otro vocablo execrable para esta corriente.
No he encontrado frases de elogio de ningún dirigente de la disidencia por la reinstalación de maestros despedidos por la reforma del gobierno de Peña Nieto, tampoco un endoso a la política de la SEP. Al contrario, exigencias en sus viejas demandas, como el reembolso del Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca al control de la Coordinadora. Cavilo que la CNTE no ama al presidente, tampoco le teme.
Pero en la facción mayoritaria no se andan por las ramas. En su desplegado del 2 de julio, el Comité Ejecutivo Nacional del SNTE se postra ante el presidente:
“A un año del histórico triunfo del licenciado Andrés Manuel López Obrador… el SNTE reitera su total apoyo para realizar la cuarta transformación de la vida nacional… Como actor educativo y sindical, ratificamos nuestro compromiso de respaldar al gobierno de la Republica… Coincidimos plenamente con la decisión del gobierno de México…”. No pienso que la facción que capitanea Alfonso Cepeda Salas ame al presidente, pero sí conjeturo que le teme. Y, para la dirigencia, la mejor forma de mantener su porción de poder es someterse a la simbología del primer mandatario.
Si uno juzga por los dichos, el presidente es optimista, mira a sus ideales como realidades en un plazo breve, pero el contexto es complejo. Ningún proyecto educativo –ninguno– ha tenido éxito en seis años, menos lo tendrá en dos meses. Es más –y no que apueste por ello– no se vislumbro perspectivas favorables para la educación nacional. Los graves problemas, rezagos, desigualdades y vicios que desean solventar AMLO y su funcionariado no se remediarán nada más con becas.
Las soluciones en la educación son a plazo largo y con una tecnología del poder que busque consensos respecto a fines, no entre grupos y menos con un lastre corporativo. En lugar de favorecer más al SNTE, pienso, valdría más ratificar el propósito principal, según el nuevo texto del artículo 3º: “El Estado priorizará el interés superior de niñas, niños, adolescentes y jóvenes”.
El contexto no se modifica con símbolos e ideales.
Retazos
Maquiavelo de nuevo: “No obstante, el príncipe que se hace temer, sin al propio tiempo hacerse amar, debe evitar que le aborrezcan, ya que cabe inspirar un temor saludable y exento de odio, cosa que logrará con sólo abstenerse de poner mano en la hacienda de sus soldados y de sus súbditos”. La austeridad republicana lastima la hacienda de los súbditos de López Obrador.


