Es un hecho que la profundidad de las transformaciones que ha implicado el proceso de globalización desde los años ochenta del siglo pasado hasta hoy, ha determinado una intrincada y densa red de relaciones en la economía mundial que, a su vez, han provocado nuevos fenómenos. Uno de ellos es la mayor vulnerabilidad de las economías nacionales ante los vaivenes de la economía internacional. Otro, es el rápido contagio de las crisis financieras y en general de los fenómenos económicos entre los países, sin importar la distancia que los separe, ni siquiera si hay pocas o muchas relaciones entre ellos.

Por esta realidad es de especial importancia estar atentos a las tendencias que se manifiestan en un nivel mundial. En estos días, la principal tendencia es hacia la desaceleración de la economía. Tanto el Fondo Monetario Internacional, como el Banco Mundial, han advertido que la desaceleración está presente lo mismo en las economías altamente industrializadas, que en las subdesarrolladas y han bajado sus pronósticos de crecimiento para este 2019 y para 2020. El fenómeno aparece con mayor fuerza en Europa pero también afecta a Estados Unidos, a América Latina e incluso a Asia. Entre las causas inmediatas, que además ha ocasionado las recientes caídas de las Bolsas y las devaluaciones a lo largo del mundo, se señala la guerra comercial entre Estados Unidos y China, desde que el Presidente Trump estableció aranceles a las importaciones de productos chinos, con la réplica espejo del país asiático a los bienes provenientes de Estados Unidos, y que ahora parecería recrudecerse con la amenaza de Trump a gravar todas, y no sólo una parte, de las mercancías chinas.

Entre las respuestas de China, hay que registrar la devaluación del yuan de la semana pasada, que buscaría abaratar los productos chinos, como una compensación al alza que significarían los aranceles anunciados por Trump. La medida desde luego recrudece la guerra comercial ya entablada, pero además tiene muchas consecuencias para el mundo en su conjunto. En primer lugar, porque puede ocasionar una salida de capitales del país asiático y provocar una mayor disminución en el ritmo de crecimiento de China que hoy es el principal impulsor de la economía mundial. Además, porque la consecuencia inmediata de la devaluación del yuan es el alza del dólar y el euro, lo que significa devaluaciones de las otras monedas, como sucedió, por ejemplo, con el peso mexicano.

Para nuestro país en particular, la revaluación del dólar tiene muchas consecuencias. En especial, porque, sin duda, el problema mayor de la economía mexicana es la deuda que según el más reciente informe, registró un saldo al término del primer semestre de 2019, de nada menos que diez billones (millones de millones) 965 mil millones, y obliga a pagar por servicio de la deuda 361 mil 949 millones. Y aunque la mayor parte es deuda interna, alrededor de un 30 por ciento es externa y, por tanto, el servicio tiene que pagarse en dólares ahora más caros.

Además, aunque en principio la devaluación de una moneda, al abaratar sus mercancías con respecto al exterior, favorece el aumento de las exportaciones y desestimula las importaciones, en el caso de nuestro país, por la enorme dependencia de Estados Unidos, necesitamos ineludiblemente importar materias primas intermedias, ya que sin ellas la planta productiva no puede trabajar. Por supuesto, la devaluación se refleja finalmente en el aumento de los precios.

En resumen, la guerra comercial en curso y la devaluación del yuan pueden significar en lo inmediato lo que se ha llamado un tsunami financiero, o sea una gran inestabilidad en los mercados financieros, y en el mediano plazo una desaceleración más significativa, es decir una menor tasa de crecimiento o incluso una recesión, o sea una tasa negativa. Ojalá y sólo quede en una inestabilidad pasajera.