El martes pasado el Presidente Andrés Manuel López Obrador comentó en su conferencia mañanera que: “¡el pueblo está feliz, feliz, feliz!” No deja de sorprender la simpleza de la frase y la falta de sensibilidad al no hacer referencia alguna a la necesidad de atender de manera integral y desde políticas públicas con perspectiva de género el grave problema que aqueja a nuestro país en violencia contra las mujeres. Destaco la frase, pues la misma fue pronunciada justo después de la marcha feminista del pasado 16 de agosto. Marcha a la cual quiero referirme en estas líneas, pues mi hija de 7 años me preguntó (en línea desde luego con lo que los medios habían destacado de la marcha: vidrios rotos y pintas en monumentos, mobiliario urbano e infraestructura) que si yo sabía lo que le había pasado al Ángel de la Independencia, pregunta que me obligó a responderle que más bien yo sabía lo que exigen cada una de las frases y pintas que, con tonos rosas y morados, se fijaron en el ángel y en la glorieta de los Insurgentes. Contrario a lo destacado por la prensa, le dije todas las virtudes de la marcha, le relaté como la concentración comenzó con consignas, cánticos, poemas, brillantina rosa arrojada hacia el cielo; así reivindiqué la validez del reclamo.
El viernes pasado, las mujeres en nuestro país salieron a las calles movidas por la rabia, la ira, el enojo y, sobretodo, el hartazgo frente a la impunidad en casos de violencia contra las mujeres. En este movimiento surgió el lema “No me cuidan, me violan”, que desde el 12 de agosto se había difundido en redes sociales para evidenciar la presunta violación sexual de una adolescente de 17 años, cometida por cuatro policías, el 3 de agosto en la colonia San Sebastián, en la alcaldía Azcapotzalco. Cientos de mujeres de todas las edades pero predominantemente jóvenes, se manifestaron frente a la sede de la Secretaria de Seguridad Ciudadana, en la Glorieta de los Insurgentes, ubicada en la colonia Juárez, en la Ciudad de México. Fueron “armadas” con brillantina rosa, en la mayoría de los casos ecológica, es decir, hecha con azúcar pintada con colorante vegetal. Ahí abundaron las pancartas con consignas, resalto aquellas que retomaron datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares, que indica que 66.1 por ciento de las mujeres mayores de 15 años de edad han vivido al menos un incidente de violencia.
No obstante parece que, por tratarse de mujeres manifestándose, se espera que sigan el manual de Carreño para “Señoritas que desean manifestarse”, para protestar con clase y delicadeza, que las mujeres protesten siendo femeninas, siendo delicadas. Sin embargo, se trata de mujeres tomándose en serio la lucha. Se trata de mujeres exigiendo respeto, por la defensa de los derechos de las mujeres y las niñas. Se trata de un movimiento para erradicar el feminicidio, que pretende obligar al Estado a cumplir con sus obligaciones. Se trata de mujeres preponderantemente jóvenes, mujeres de otra generación, mujeres que no aceptan las cosas que aparentemente no pueden cambiar; sino que están decididas a cambiar todo aquello que les resulta inaceptable.
La manifestación no solamente tuvo lugar en la Ciudad de México, sino que también se replicó en varios estados de la República y en todas ellas las exigencias en carteles y pintas se reducían a cosas tan simples como: justicia para las víctimas de violación sexual; alto a la impunidad de los uniformados; y no a la criminalización de las protestas legítimas.
Es doloroso ver el rostro inocente de tus hijas y decirles de frente y mirándolas a los ojos que lamentablemente México es un país donde según datos de la Organización de las Naciones Unidas y el Instituto Nacional de las Mujeres, ser mujer pareciere un deporte extremo. La ONU declaró la violencia de género en México como pandemia, donde cada cuatro minutos ocurre una violación sexual, donde si tienes entre 15 y 45 años tienes más probabilidades de ser violada o asesinada que de padecer cáncer o contraer VIH. En nuestro país el 40% de la población total de mujeres ha sido víctima de algún tipo de abuso y el 38% de las mujeres víctimas de maltrato (o violencia intrafamiliar) no lo denuncian puesto que les parece algo “normal” o “sin importancia”. La sociedad misma produce la violencia feminicida. NO podemos seguir actuando de manera tan irreverente. Hay que tratar el tema del feminicidio y de la violencia contra las mujeres con el máximo respeto.
No es momento para poner atención en los daños materiales. Hay que hacer “zoom” en la fotografía y leer lo que dicen las pintas. En ellas se escriben los nombres de las miles de mujeres desaparecidas y asesinadas en nuestro país. En cada pinta se deja ver la terrible pandemia que representa la violencia de género en nuestro México. Es nuestra obligación abordar el tema frontalmente, aceptar el contexto de impunidad que vivimos las mujeres en México y lo insuficiente de las medidas que se han implementado. Como las Alertas de Género, que no logran su efectividad por el arraigo social del machismo y la misoginia.
En cuanto a la policía, ha quedado en evidencia un círculo vicioso que ronda en torno a la ausencia de credibilidad, de confianza por parte de la sociedad a sus instituciones, de la falta de profesionalización y capacitación, de los precarios salarios que perciben, del bajo nivel educativo y de la corrupción en sus corporaciones. El deterioro de una institución pública que, si bien conlleva el ejercicio de una profesión de riesgo, adolece de condiciones dignas para realizar su trabajo. Así, la policía misma se convierte en un reflejo de la sociedad que debe cuidar.
Al revisar los encabezados de la prensa del día siguiente de la marcha, el sistema patriarcal se hizo visible en su máxima expresión, una sociedad en donde son más importantes los monumentos, el mobiliario y los espacios públicos que los cuerpos de las mujeres, que la vida de las mujeres, que la seguridad de las mujeres.
Por todo ello es que, se necesitan cambios en las políticas públicas, cambios en el marco normativo, cambios en las corporaciones, cambios en todos los ámbitos de la vida pública y privada. Las mujeres en colectivo estamos despertando ante toda la violencia que vivimos día con día. Nos estamos organizando y ya no estamos dispuestas a seguir permitiendo más abusos. El movimiento feminista está más vivo que nunca y no acepta complacencias de algunas cuantas.
Que quede claro, no es una lucha sin causa, la lucha es por la vida y la libertad de las mujeres, niñas y adolescentes de nuestro país y la exigencia para nuestras autoridades es el desarrollo de políticas públicas (en todas las áreas) con perspectiva de género, ¡sin dilación alguna! El Estado está obligado a proteger la vida y la seguridad de las mujeres. La protesta no será con globos y flores, las mujeres tenemos derecho a la digna rabia, la rabia que nos acompaña ante la impotencia al chocar con un muro terrible que no nos permite acceder a una vida libre de violencia, un muro que nos impide el acceso a la justicia, por el sólo hecho de ser mujeres.
Mi llamado es a que las luchas de dignidad no paren nunca. ¡Hasta que la dignidad se haga costumbre!