Para cuando se publique esta pieza, el Congreso ya deberá haber aprobado las leyes secundarias que regularán a la educación básica o tal vez no. Depende cómo desaten los nudos que trinca la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Empero, Morena y sus aliados tienen los votos para hacerlas pasar sin el consenso de los demás partidos. Si esto sucedió, el partido gobernante y el presidente López Obrador se colgarán laureles sí consiguen logros, pero también cargarán estigmas si son más las decepciones.
Por el tono de sus piezas oratorias, parece que presidente no considera mucho a la educación. En su “primer-tercer” informe, por ejemplo, habló de becas y transferencias de recursos a comités escolares; poco del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, más de la CNTE. El Acuerdo Educativo Nacional y la Nueva escuela mexicana no merecieron una mención, no están en la mira de AMLO.
En la Secretaría de Educación Pública quieren calar en la plaza pública y en las escuelas. El secretario, Esteban Moctezuma Barragán, tiene un canal en YouTube donde responde preguntas que le hacen docentes y otros actores en las escuelas. Ofrece el nombre de la persona que le cuestiona y le contesta con la mayor precisión que puede. La noción de la Nueva escuela mexicana –aun con generalidades– comienza a tomar forma en líneas discursivas. Los trazos programáticos –quizá– se definan en el futuro programa sectorial.
En sus arengas, el secretario insiste en censurar al pasado, más al inmediato y lanza admoniciones contra la evaluación “punitiva”. Pero también ofrece pistas sobre lo que entiende por equidad educativa, escuela humanística, enseñanza de valores, artes –insiste en la música como el presidente en el beisbol– renovación de planes de estudio, flexibilidad curricular y enseñanza de lenguas autóctonas, además de español e inglés. Plantea renovar la Telesecundaria y los programas del Consejo Nacional de Fomento Educativo (destinados a los pobres entre los pobres). Y siempre ratifica el compromiso del presidente López Obrador, de él mismo y de las demás autoridades con la Cuarta Transformación.
Al igual que en todo el hacer de este gobierno, se nota la prisa. No hay tiempo para la reflexión. Quizá haya un razonamiento estratégico de querer empezar lo más pronto para encandilar a los maestros. Acaso no quiere que le pase igual que al Nuevo modelo educativo del gobierno de Enrique Peña Nieto, que llegó al final del sexenio. Pero tanta celeridad produce disparates.
Por ejemplo, nadie como los maestros ha recibido tanto encarecimiento en las piezas oratorias del presidente López Obrador y el alto funcionariado. “Nunca más serán ofendidos”, dice la retórica. Del elogio se pasó a la consulta y se proclama, tanto en los dichos acerca de la Nueva escuela mexicana, como en los borradores de las leyes secundarias que en los maestros descansa el proyecto educativo de este gobierno.
De las consultas se pasó a tramas más serias. Por una parte, negociación con las cúpulas de las facciones sindicales, más con la CNTE que con las otras. Por otra parte, la convocatoria del Congreso Nacional para el Fortalecimiento y Transformación de las Escuelas Normales. Éste se llevó a cabo en tres ediciones, en Metepec, San Luis Potosí y Baja California Sur, concluyó el 28 de agosto.
En un documento de conclusiones, algo abigarrado tal vez por ser de confección colectiva, los delegados al Congreso mostraron optimismo –no desbordado, no son ingenuos– en la Cuarta Transformación; incluso, articulan una refundación del normalismo y de que vendrán tiempos mejores. No dicen, pero sí insinúan, que ellos serán los artífices de la Nueva escuela mexicana en la práctica cotidiana.
Pero el contento les duró poco. Tan pronto como se conocieron las primeras cifras del presupuesto de Egreso de la Federación para 2020, la Junta de Coordinación Nacional del Mecanismo de Autoridades de Educación, que representan a las 265 escuelas normales públicas, propagó un posicionamiento: “[…] manifestamos nuestra preocupación ante la considerable reducción del 20 por ciento al presupuesto asignado a las Escuelas Normales, ES EL PRESUPUESTO MÁS BAJO DESDE LA CREACIÓN DE LA DGESPE” (las mayúsculas en el original). Por supuesto, reclaman que así no habrá acciones de mejora, ni transformación ni fortalecimiento de las instituciones formadoras de docentes.
Otra consecuencia de la retórica de transformación es que por tanto negar al pasado se producen otros desaciertos. La Nueva escuela mexicana, en apariencia, surge por generación espontánea o tiene raíces en una era remota. Sin embargo, descansa en los planteamientos del Acuerdo 592 del gobierno de Calderón y en el Modelo educativo para la educación obligatoria del de Peña Nieto, solo cambio de nombres.
Verbigracia, en lugar de comunidades de aprendizaje, la prosopopeya de la Nueva escuela mexicana habla del aprendizaje colaborativo y la idea de autonomía curricular se sustituye por flexibilidad curricular. Igual, la composición del currículo descansará en nuevos libros de texto que supongo no cambiarán mucho de lo que tenemos y que, aunque el propósito sea lo contrario, forzará a los docentes a seguir con los métodos memorísticos. Ésos que el alto funcionariado del SEP crítica desde los años 70.
En suma, la Nueva escuela mexicana comienza rápido, pero con tropiezos. No ofende al profesorado con palabras –al contrario, lo elogia– pero con el presupuesto sí. No sabemos aún si será laurel o estigma.


