La literatura epistolar goza de todas las licencias, y para el lector es como asomarse a una habitación privada y ajena, de ahí que nos hechice. Del Epistolario (Eudeba) de José Bianco, legendario editor de la revista argentina Sur, transcribo una de las cartas a Elena Garro.

“10 de septiembre de 1951. Querida Helena: es un resucitado quien te escribe y que quizá se equivoque al escribirte, pero anoche, cuando supe por Adolfo que habías estado tan enferma, y que seguías enferma, decidí hacerlo a riesgo de fastidiarte. Sé que no te gusta contestar cartas y ahora estarás menos epistolar que nunca. No te preocupes. Basta que me leas. A., que puede permitirse la dicha de oír tu voz, me dijo que hablaría contigo mañana o pasado y me diría cómo sigues. Oír tu voz: me parece algo extraño, imposible. Casi tan imposible como verte. En los últimos tiempos (será porque yo también he estado enfermo, y más caviloso, desalentado y más malhumorado que de costumbre) he tratado alguna vez de reconstruir tus facciones. Hacía esfuerzos por recordar algo que no he conseguido olvidar todavía. Reminiscencias dispersas enturbiaban un espacio en blanco donde esperaba ver surgir de un momento a otro, nítidamente, tu imagen. Tú misma interferías tu propio recuerdo con gestos aislados (un ademán echándote el pelo hacia atrás; no sé si continúas haciéndolo), o con tu manera de salmodiar un poco las frases, o de sonreír, mostrando las encías, o de fruncir el seño hasta con detalles insignificantes, absurdos, que acudían impertinentemente a mi memoria: un saco rojo, hasta unos zapatos que usabas cuando te conocí, de gamuza negra, escotados, prendidos justo encima del tobillo, que como te hacían los tobillos muy agudos, me hicieron notar, precisamente, que no los tenías tan delgados. Cómo pasa el tiempo. Era en 1947 y ahora estamos en 1951, Anoche fui a lo de Bioy. Seríamos veinte personas pero me pareció que la casa estaba llena de gente y que entre esa gente estaban nuestros fantasmas de otra época. Al lado de la Silvina actual había otra Silvina, o mejor dicho varias Silvinas de hace 18, 15, 10 años, qué se yo, y al lado de Pepe Bianco había diversos Pepes Bianco que lo escoltaban, menos decrépitos y más agradables. Las huellas del tiempo se notaban terriblemente en S. y en mí; hasta en A., que antes me parecía la imagen del adolescente, ya no […] Te quiero mucho, Helena, y anoche tuve ocasión de comprobarlo porque quedé verdaderamente horrorizado cunado A. me leyó un fragmento de tu carta. ¿Necesito decirte que el relato de A. me pareció un disparate? ¿Cómo es posible que Octavio esté en Córcega mientras tú vuelas de fiebre? Ahora comprendo por qué no ha contestado unas líneas mías y un cable de V., pidiéndole un ensayo sobre Sor Juana Inés de la Cruz. Al escribirle pensaba indirectamente en ti, porque una vez te oí hablar con esa elocuencia transparente, deslumbrante, inimitable que tienes, sobre la santa mexicana. Hazle llegar mis líneas y une tu pedido al mío. Quiero que Octavio se ocupe en Sur de ella. En noviembre se cumple su aniversario […]”

 

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