Del mismo modo que con los planes de desarrollo, desde hace décadas he comentado los informes de gobierno de los sucesivos Presidentes de México. El primero de Andrés Manuel López Obrador, en lo que atañe a la economía, reconoció la falta de crecimiento, que por supuesto constituye uno de los grandes problemas que enfrenta el país, y que desde luego tiene causas internas y externas. No se puede ignorar que la desaceleración económica es un fenómeno que está presente en la economía internacional, incluso en los Estados Unidos, hecho que afecta especialmente a México. Ni tampoco que la guerra comercial entre ese país y China ha provocado devaluaciones en la mayoría de los países subdesarrollados.

Sin embargo, también hay causas internas, entre ellas, la principal, desde mi punto de vista, es el descontento de algunos grupos empresariales, que, según reportes de los organismos internacionales, ya han empezado a realizar fugas de capitales, también impulsados por la devaluación de las últimas semanas. Otro dato en este sentido es que en la balanza comercial de México se observa una disminución de las importaciones de bienes de capital, es decir, las que acompañan a la inversión. Esta realidad es la que explicaría la presencia y la mención de López Obrador de algunos empresarios que han mantenido su voluntad de invertir. No deja de molestar, no obstante, la presencia, por ejemplo, de Germán Larrea, empresario de minas, (entre otras la de Pasta de Conchos) fuertemente cuestionado por trabajadores y comunidades.

Por otro lado, aunque el eje del proyecto económico está representado por los programas de ayuda a sectores de la población vulnerables, así como por los megaproyectos, es evidente que en la operación ha habido retardos, sea por razones de organización de los nuevos programas o por la obstrucción de cientos de amparos impulsados precisamente por grupos fácticos de poder, como los capitaneados por Claudio X. González. En general, los programas de apoyo a la población no sólo buscan, como señaló López Obrador, mejorar un tanto la distribución del ingreso, sino también impulsar el mercado interno, como vía para disminuir la dependencia del mercado internacional, en especial de Estados Unidos, y por lo tanto, reducir la vulnerabilidad del país a los vaivenes de la economía internacional. Es un hecho, sin embargo, que en este terreno todavía no se ven los resultados y que en esto tienen un peso importante las decisiones de inversión de los grandes empresarios.

Lo que ha suscitado más comentarios, es el contenido político, y en especial la frase con la que prácticamente cerró su discurso. Me refiero, por supuesto, a la de “los conservadores están moralmente derrotados”. Lo primero que habría que señalar es que no se estaba refiriendo a los partidos políticos de la oposición, sino fundamentalmente a los grupos fácticos de poder, pues textualmente dijo: existen, “ni queremos que desaparezcan, las protestas legítimas de los ciudadanos ni los reclamos de nuestros adversarios”. Obviamente, al mencionar a los adversarios, aquí sí aludía a los partidos, no así cuando habla de los conservadores. Por otra parte, en general se ha ignorado el adverbio fundamental de la frase juarista: “moralmente”. No está hablando de un asunto electoral, ni mucho menos, como por ejemplo lo señaló Julio Hernández López, en su columna Astillero de La Jornada, a que sus adversarios estén políticamente derrotados, sólo señala que, como considera Juárez, los conservadores están moralmente derrotados.