Por una u otra razón no había podido ver el gran fenómeno cinematográfico del año Joker (Guasón, 2019), en parte porque había seguido más o menos de cerca una previa campaña con toda clase de artimañas de fina pero obvia mercadotecnia, y además porque quien terminó siendo su director, el realizador y también actor neoyorquino Todd Phillips, tenía en su haber una carrera irregular y películas de más bien mediana factura. Ya entre las cintas más vistas en la historia del séptimo arte, y con opiniones de la crítica de igual modo bastante divididas, el caso es que Joker ha permitido toda clase de exámenes, y en este sentido el guión del mismo Phillips y Scott Silver ha logrado rebasar el escenario estrictamente cinematográfico, artístico, llevando su proyecto a otros estadios de contextualización y de análisis que lo han potencializado. En medio de tantas revueltas en el mundo, esta desbordada gran producción de Bradley Cooper y el mismo Phillips encuentra resonancia, sentido.

La idea misma de extraer a un conocido antihéroe de un popular comic y humanizarlo ya resultaba de por sí interesante, como bien lo supo ver Sigmund Freud al construir su teoría del psicoanálisis apoyándose en la mitología grecolatina donde prácticamente están vaciados todos los miedos, deseos y sentimientos humanos. Y ya en el terreno siempre arenoso de lo humano, trayendo otra vez a colación al autor de El malestar en la cultura, tras este sombrío personaje de la mitología popular se esconde un niño huérfano y abusado, quien en su condición de enfermo traumatizado ha sido víctima de la discriminación y del bullyng, de atropello social, en el corazón de tres ámbitos críticos cuya combinación predispone un cataclismo: lo social/demográfico, lo económico y lo político-ideológico. Si bien es cierto que ningún acto criminal puede ser justificado, también lo es que tras un psicópata, tras un criminal, casi siempre suele esconderse un ser o violentamente rechazado, o maltratado, o violado, o resultado de una suma muchas veces indescriptible de estas y otras patologías. Una vez más, qué duda cabe que la realidad suele superar a la ficción.

Tras cierto tamiz existencialista, y si bien no se llega a profundizar lo bastante en el terreno de las causas y los efectos como en una obra de mayor calado metafísico como La náusea de Jean-Paul Sartre o La peste de Albert Camus, o incluso sucedáneas en esta línea como La vida de Pascual Duarte de Camilo José Cela o El túnel de Ernesto Sabato, los autores del libro cinematográfico se propusieron al menos tratar de explicar ese fenómeno humano que es Arthur Fleck y por qué se detona en él ese criminal en potencia que todos llevamos dentro. En el entendido de que se trata de dos lenguajes muy distintos, el literario y el cinematográfico, tampoco entiendo la postura de algunos comentaristas que le reclaman no haberse desentendido del todo del contexto del comic, con el héroe en ciernes y la desgracia de los Wayne enfrente, y la película a mí me resulta que tiene valor y razón de ser precisamente por mantenerse en ese ámbito, y sin renunciar a él consigue argumentar la historia, mostrarnos el tras bambalinas de Fleck-Joker, en el entendido de que, como bien escribió Ortega y Gasset, el hombre es él y sus circunstancias.

Cinematográficamente hablando, en su contexto, Joker está muy bien hecha y logra su cometido, si bien no consigue ahondar en el tema como por ejemplo lo hecho por una película de mayores fuelle y calado como El club de la pelea, es cierto, de un director más hecho y probado como David Fincher. Otro acierto de Phillips es, sin embargo, el ambiente sórdido y oscuro que consigue y predomina de principio a fin, prácticamente sin resquicio de sol, como concepto estético/visual, un poco en el estilo de lo logrado por Alex Proyas en ese filme ya de época que es El cuervo, de 1994, en donde misteriosamente murió su protagonista Brandon Lee, como años atrás había sucedido con su famoso padre Bruce. En este terreno, Phillips ha contado con un impecable trabajo de fotografía de Lawrence Sher, y de montaje de Jeff Groth, sin poder dejar de mencionar tampoco un formidable y aquí no menos protagónico soundtrack de la gran chelista islandesa Hildur Guonadóttir (recordemos la no menos poderosa partitura de Hans Zimmer para Batman, El caballero de la noche, de Christopher Nolan).

Y si precisamente en la mencionada secuela recordamos a un Guasón de Heath Leger que fue toda una revelación, en su última aparición entonces en un papel antagónico, en Joker se podría decir que la película es de Joaquin Phoenix, en la gran actuación de su carrera, por encima de ese otro gran antagónico suyo que fue el emperador Cómodo en Gladiador, del gran Ridley Scott. Su protagónico en Guasón es soberbio, en plenitud de facultades, con el background de un gran actor al que le ha costado sudor y sangre llegar a donde está; recordemos que quien pintaba para hacer una promisoria carrera, siendo el galán de la familia, era su hermano River, quien como el citado Heath Leger terminó siendo víctima de una sobredosis. El trabajo de Joaquin aquí es profundo, meticuloso, pletórico de matices, con la dosis de dramatismo cierto suficiente para terminar haciéndonos creer, convencidos, que la existencia de su atribulado personaje ha sido más que triste, un verdadero error. En papel de principio a fin, consigue una de esas notables caracterizaciones por las que difícilmente podríamos imaginarnos a otro actor diferente, haciéndolo suyo y pareciéndonos concebido a su medida.

A medio caballo entre el comic del que proviene y la crítica social donde tampoco se propone ir muy a fondo, Joker resulta ser, en su género, una película inteligente y hasta cierto punto original, extrayendo del desigual terreno de la mitología popular a un villano que apenas habíamos visto como cliché en la conocida historieta del Hombre Murciélago obsesionado en vengar la muerte de sus millonarios padres y salvar a Ciudad Gótica. En la que es una gran producción firmada por Bradley Cooper y el mismo Phillips, hecha con toda la mano, el realizador y su equipo (el primer actor Robert De Niro hace aquí un papel pequeño pero, como siempre, convincente) nos demuestran que las cosas son más complejas de lo que en apariencia parecen, a decir, la existencia y la vida mismas, sin llegar a ser gratuita ni mucho menos complaciente, y eso ya justifica todo esfuerzo.