A la memoria de José de la Colina
Qué duda cabe que las transmisiones en vivo de las por lo general extraordinarias producciones de la Metropolitan Opera House de Nueva York, la sede lírica más importante del mundo por la calidad de sus puestas, por el nivel de sus repartos, por mantener temporadas más largas en comparación a otros teatros de añeja tradición (la Scala de Milán o la Royal Opera House de Londres o la Stat Oper de Viena, por ejemplo), han contribuido a ganar nuevos adeptos para el que sigue siendo el gran espectáculo sin límites. En un principio sólo en el Auditorio Nacional, el éxito propició que paulatinamente se fuera extendiendo a algunas salas cinematográficas de una importante cadena, y más tarde a otras de diferentes ciudades de la geografía nacional, y hoy en día se retransmiten también, probada ya la fórmula, algunas otras producciones operísticas y dancísticas del Covent Garden de Londres. Otra entrada de recursos para tradicionales casas de ópera que enfrentan problemas financieros, porque se trata de producciones y elencos muy costosos, se irán adecuando otras posibles fórmulas para revitalizar un maravilloso espectáculo que desde sus orígenes ha requerido de sustantivos apoyos de un Estado y una iniciativa privada cada día menos interesados en promover la cultura.
Después de un celebratorio gran montaje de apertura con una ya clásica producción de hace unos años del gran Franco Zeffirelli de Turandot, de Giacomo Puccini, cantada ahora soberbiamente por la soprano norteamericana wagneriana Christine Goerke y el tenor azerí Yusif Eyvazov a la cabeza del reparto, con el sello de la casa para recordar a un gran cineasta italiano que tanto le dio al mundo de la lírica (también se recordó a la recientemente desaparecida gran diva estadounidense Jessye Norman), pudimos ver y escuchar una no menos sorprendente puesta de Manon, de Jules Massenet (Montaud, 1842-París, 1912), el más importante compositor operístico francés de la segunda mitad del siglo XIX. De mucho menos frecuente presencia en los escenarios que la última e inacabada gran ópera del gran genio de Lucca, Manon es, sin embargo, una de las obras maestras del repertorio galo, que junto con Werther aparece entre las óperas más hermosas y puestas del nutrido y ecléctico acervo masseniano. Escrita casi tres lustros antes que la Manon Lescaut del mismo Puccini, el propio autor de Madama Butterfly tenía al también creador de Thaïs entre sus modelos y compositores más admirados, quien se sabe de igual modo influyó notablemente en otros autores de la talla de los también galos Debussy y Ravel.
Inspirada en la misma novela francesa que la citada ópera homónima de Puccini, Manon Lescaut, se sabe que Massenet la terminó en La Haya, en 1884, en la misma casa donde siglo y medio antes había escrito el abate Antoine François Prévost su más bien mediana narración. Dicha proximidad local causó tal impresión en Massenet, que con esta obra maestra se planteó algo así como un monumento del rococó francés, en discrepancia con el mundo del Ancien régime; esta efervescencia histórico/musical se percibe desde la famosa gavota que se deja oír ya en el preludio, como tema recurrente que más adelante predominará–clara influencia del leitmotiv wagneriano– en la danza de la fiesta al aire libre y la propia aria dominante de Manon (“Obéissons quand leur voix appelle”) del tercer acto. Con libreto de igual modo en francés de Ludovic Meilhac y Philippe Gille, esta tragedia moderna en cinco actos es un verdadero prodigio de fina escritura musical, de elegancia y color, pletórica de bullentes matices orquestales y de exquisito lirismo melódico, ejemplificando muy bien el encanto y la vitalidad de la llamada Belle Époque parisina.
Importante divulgador de la obra de Wagner y Liszt en Francia, y de quienes se percibe un claro ascendente sobre todo en el grandilocuente manejo orquestal, Massenet experimentó en la primera mitad del siglo XX un relativo injusto olvido por quienes lo tildaban como un compositor sentimental y anacrónico, prejuicio absurdo erradicado hacia la segunda parte de la centuria por notables directores y cantantes que supieron ver en obras como Manon un dechado de escritura para lucimiento de muchos colores y tesituras que en esta y otras obras suyas han encontrado una auténtica mina de proyección, entre las más conocidas y grabadas: la bíblica Herodías, Cendrillon (La Cenicienta francesa), su lectura del Don Quijote de Cervantes, más las mencionadas goethiana Werther, la orientalista Thaïs y por supuesto su cumbre Manon.
Con los referentes obligados de la gran Manon de la catalana Victoria de los Ángeles que grabó y con la que triunfó en los cincuentas (también la han cantado y grabado otras sopranos valiosas como Beverly Sills, Ileana Cotrubas, Renée Fleming, Angela Gheorghiu, Anna Netrebko y Natalie Dessay), para esta reposición en el MET ha estado la extraordinaria y versátil soprano norteamericana –de ascendencia latina– Lisette Oropesa, con un estupendo instrumento vocal de lírico coloratura al que este personaje le viene como anillo al dedo; de hermoso color y con estupenda técnica, se lució desde el “Je suis encore tout étourdie” del primer acto, llegando con notable emoción al “Adieu, notre petite table” del segundo. Y si siempre tenemos en mente al ya referencial Chevalier des Gries del canario Alfredo Kraus, que igual grabó varias veces y cantó como nadie, el convocado para esta ocasión, el tenor lírico también estadounidense Michael Fabiano –de ascendencia italiana– estuvo a la altura de las circunstancias, llegando al siempre esperado “Je suis seul!… Ah! Fuyez, Douce image”, del acto tercero, en plenitud de facultades; si bien su voz no tiene la tersura de un Kraus, es agradable y acorde al personaje y la partitura de Massenet, con una adecuada técnica que bien le ha permitido triunfar en algunos exigentes centros operísticos más con otros complicados personajes para su tesitura de Donizetti y Verdi. Otras voces igualmente a la altura, los probados barítonos polaco y canadiense, respectivamente, Artur Rucinski y Brett Polegato, y el bajo coreano Kwangchul.
En una estupenda y muy vistosa gran producción del aquí conocido Laurent Pelly, con acentuados diseños de escenografía y vestuario de Chantal Thomas y Joël Adam, respectivamente (la impecable coreografía del citado ballet del tercer acto fue de Lionel Hoche), la Orquesta del MET volvió a lucir en todas sus líneas y secciones ahora bajo la batuta del destacado director y también compositor italiano Maurizio Benini. Quizá su poca frecuencia en los escenarios dependa precisamente de que una ópera como Manon, de Jules Massenet, sólo pueda y sobre todo deba ponerse a estas alturas, a este nivel.