“¿Una? ¿Dos? ¿Cinco? ¿Cuántas veces puede
gritar una mujer antes de ser asesinada?”
Sandra Lorenzano en “El día que no fue”.
Sobre la marcha feminista y corrijo, debo decir marchas feministas del pasado 25 de noviembre se ha opinado mucho; sin embargo, me parece que esas opiniones normalmente han hecho más énfasis en la vandalización de unos cuantos espacios públicos que en lo que verdaderamente debiera preocuparnos: el asesinato y la violación de miles de mujeres, niñas y adolescentes en nuestro país. Debo admitir que como abogada me parecen fascinantes las movilizaciones de mujeres, en su mayoría jóvenes, puesto que ponen el dedo en la llaga y nos ayudan a visibilizar en dónde nos han fallado las Instituciones, las autoridades, las leyes, el llamado Estado de Derecho. Desde el surgimiento de los movimientos como el #MeToo, el #NiUnaMenos, etcétera, me parece claro que nuestra sociedad no puede ignorar más estos reclamos.
El 25 de noviembre surgió un poderoso himno, surgió en Chile e hizo eco en el mundo entero. Es un poderoso himno que hoy nos une a todas y que clama ¡NUNCA MÁS SILENCIO! Un himno que vamos a aprender y vamos a enseñar a nuestras hijas y a nuestras nietas. “¡Y la culpa no era mía, ni donde estaba, ni como vestía!” Y lo entonaremos fuerte y claro por cierto y poderoso. Porque la culpa no es de ninguna mujer que haya sido víctima de violencia, acoso, vejaciones, ni de donde estaba, ni qué hora era, ni mucho menos de como vestía. El violador, el agresor es el único culpable y sólo él. Nunca lo es la víctima, nunca lo provocan. El sistema sin embargo se vuelve cómplice cada que duda del dicho de una mujer, niña o adolescente víctima de violencia que se arma de valor y denuncia. El Estado y sus Instituciones fallan cada vez que revictimizan a las víctimas. Y falla en su función más trascendente en tanto las cifras de feminicidios se incrementan.
Las mujeres que hoy protestan fueron las niñas que presenciaron las grandes reformas constitucionales y legales, son las universitarias, son las estudiantes de Derecho que inspiran a sus mayores; son ellas quienes escuchan y saben que tienen derechos; pero que no lo ven en los hechos porque salen a la calle y no saben si van a regresar; porque se les trata como a un pedazo de carne o se les cuestiona sobre sus méritos de manera constante. Y por eso se unen, por eso alzan la voz y por eso están decididas a hacer todo lo necesario para cambiar de una vez por todas todo aquello que es inaceptable, porque ellas entienden que no está bien normalizar la violencia, que no son bromas, que no son “niños siendo niños”, ni jugando, que son precisamente los años de trivializar las cosas lo que nos ha llevado a ser un país feminicida, a ser un país donde nos duele más un monumento que enterarnos que quemaron a otra mujer con ácido, o que mataron a una mujer que frente a las autoridades competentes había dicho que tenía miedo, miedo de su ex-marido agresor sin que nadie le hiciera caso; o que desaparecen diariamente tantas mujeres que no tenemos una cifra cierta.
Parece que para generar indignación generalizada en este país por la violencia en contra de las mujeres, estas deben ser monumentos, ser de piedra y no de carne y hueso; ser de cristal o de mármol y no tener sangre. Por eso yo me sumo al clamor colectivo que exige que los espacios públicos sean lienzos de la realidad y las demandas de la sociedad, y no meros disfraces o antifaces para una sociedad brutalmente salvaje, que cree ser civilizada y prefiere no ver la dolorosa realidad: en México nacer mujer se traduce en una existencia de alto riesgo.
Quiero dejar algo muy claro, las marchas feministas por la no violencia contra las mujeres tienen más de seis años de existir y siempre fueron pacíficas, artísticas, luminosas, se hicieron talleres, se prendieron miles de veladoras al pie del Ángel de la Independencia, se levantaron cruces color rosa, color morado, y muchas cosas más, pero nadie hizo nada, nadie se inmutó; vaya, los medios ni siquiera hicieron eco; y qué pasó en ese tiempo: que en lugar de hablar de 6 mujeres asesinadas al día, hoy son diez mujeres asesinadas al día. Así que, es claro que las pintas son una manera de materializar los gritos y denuncias, de hacerlas un poco más permanentes; y sin duda, el acto de limpiarlas también es representativo de la idea de silenciar, de regresar a la comodidad de lo invisible, hacer como que no pasa nada. Eso es lo que quieren nuestras autoridades, silenciarnos y seguir como si no pasara nada. Parece que no entienden que durante las trece horas que les tomó limpiar el Hemiciclo a Juárez, otras cinco mujeres fueron víctimas de feminicidio; lo cierto es que su indiferencia es tan grande que no entienden que una vida vale más que un monumento. Objetos físicos de una simbología del poder que antes, y ahora, se desgrana, y muestra su incapacidad.
Por eso, a quienes hoy dicen “a mí esas mujeres que hacen pintas no me representan”, yo les digo: ojalá nunca te representen; pues si tuvieras que ser representada es por que ya no estás aquí. Y ojalá pronto podamos decir que todas estamos vivas. Que todas estamos aquí. ¡Vivas queremos seguir!
Lo cierto es que como sociedad no podemos (ni debemos) permanecer indiferentes y dejar de solidarizarnos con todas esas valientes mujeres que han salido a las calles, a protestar, a bailar, a gritar, a pintar, lisa y llanamente que han salido a manifestarse contra la violencia que sufren, reconociendo que su lucha ha tenido que llegar a estos extremos precisamente para poder ser “visibilizada”, para que alguien las tome en cuenta. Que lamentable, sin duda, ha sido llegar a los extremos de que todos vean a las mujeres hasta ahora que pintan el Ángel de la Independencia o el Hemiciclo a Juárez, pero que nadie reconozca el hartazgo y la rabia que sienten (que sentimos) por ser constantemente víctimas de injusticias. Aquello que, desde el privilegio, llaman vandalismo, no es más que la muestra física del hastío que sentimos las miles de mujeres que vivimos en este país donde las cosas simplemente no cambian. Donde las mujeres somos víctimas todos los días de la violencia física y verbal. Donde nuestras amigas, hijas, hermanas, primas, vecinas, nietas, en fin, donde todas las mujeres sin importar su edad o condición social son víctimas de esa violencia arraigada estructuralmente; que las obliga a seguir soportando en los ambientes de trabajo propuestas indecentes, avances sexuales no consentidos, “piropos”, y en el seno de las relaciones de pareja vejaciones, violencia, golpes, en fin, un amplísimo y desgarrador etcétera.
¡Por eso la indignación, por eso la furia, por eso la rabia! Por eso resultan tan impactantes las manifestaciones de mujeres en distintas partes del mundo que se unen para alzar la voz en contra de la violencia y la discriminación. El 25 de noviembre de 2019 debe marcar un hito en la historia mundial, desde Chile y para el mundo surgió un himno y ese canto nos llama a tomarnos en serio la terrible urgencia de terminar con la violencia contra las mujeres. Así que antes de criticar a las mujeres que con rabia se manifiestan, que hoy marchan y piden un alto a la violencia, podemos reflexionar a partir de estas interrogantes y, en lugar de criticar movimientos, sumarnos y generar cambios.
Hoy más que nunca gritamos: ¡Queremos justicia! Queremos una justicia que le crea a las mujeres, porque en todo el mundo, en todos los sistemas de justicia, se pone en duda la palabra de las mujeres que denuncian violencia, en base a estereotipos y prejuicios de género. Así, el primer paso para acabar con la violencia de género es que se deje de juzgar el comportamiento de las víctimas. Solo un sistema que nos crea, será suficiente para evitar el riesgo que corremos.
Es hora de que las mujeres, nuestras jóvenes, nuestras hijas, nuestras hermanas, todas las niñas dejen de respirar miedo. Es hora de que surjan historias de sororidad mundial como la que atestiguamos la semana pasada, porque es algo poderosamente bello. Es hora de usar el poder del derecho para promover un cambio social que favorezca los derechos de las mujeres y las niñas, en especial, de aquellas que enfrentan múltiples inequidades.