Manifestaciones, marchas, protestas. Incertidumbre, inconformidad, inestabilidad. Hay inquietud en el mundo. En diferentes latitudes hay expresiones de insatisfacción y de reclamación activa.

La lucha por la conquista de las libertades está presente, como la democrática en Hong Kong, ante la insuficiencia de los acuerdos sino-británicos para la devolución de ese enclave colonial a la República Popular China en tiempos de Margaret Thatcher. Es lucha presente con aroma del pasado, el imperial y el de la restricción de los derechos políticos en pleno siglo XXI.

Con los avances hacia la ciudadanía universal de la época moderna en el tiempo de los Estados nacionales, los derechos políticos se dan por sentados y la cuestión de su defensa y vigencia es por la calidad de su ejercicio, como lo atestigua lo sucedido en 2019 en Bolivia. Con el conocimiento de las reformas impulsadas por Porfirio Díaz a la Constitución de 1857 para la elección presidencial, a los mexicanos nos será cercano el “truco” de ir ajustando la norma a la voluntad de la “mayoría del pueblo”, aunque en esa nación andina se le dio -más de un siglo después- la vuelta al plebiscito que restringía una nueva postulación con la falsedad de un supuesto derecho humano a “la reelección”.

De otro corte, sin expresiones mayores al cenit de 2017, las reivindicaciones de la separación política para afirmar la independencia de otro Estado-nación o la ruta nacional fuera del esfuerzo regional de integración, como en Cataluña o con el Brexit. Sin embargo, esas expresiones han tenido consecuencias de naturaleza propia, en correspondencia a su génesis y definiciones de estos tiempos.

En Colombia, Chile y Ecuador la expresión social ha desbordado a las calles, detonada por componentes diversos. En el fondo el tiempo democrático, de generación básica como en Hong Kong, o de medio hacia otras reivindicaciones que no asumen el derecho al sufragio activo y pasivo como el conducto suficiente para cambiar las cosas.

Y todo en la revolución más fantástica de nuestro tiempo, la inmediatez de la comunicación en la red mundial: del leer, al escuchar y al ver en una vinculación unidireccional del emisor al receptor, a la inter-actuación. No que el lector, radioescucha o televidente no pudiera comunicarse con el emisor, pero sin la limitación de esos espacios o tiempos y con la posibilidad de generar mensajes y opiniones propias sin ser el medio o parte del medio.

La espontaneidad y la autenticidad con sus virtudes y sus defectos, e incluso las tergiversaciones e intervenciones interesadas en la manipulación.

Esa revolución de las comunicaciones ha hecho presente una nueva conciencia social derivada del cotejo, de la comparación factible que se prueba por la imagen y el lenguaje que porta: la esfera de los derechos y su auténtico disfrute y, más en lo concreto, la esfera del acceso al bienestar. La falta de equidad en el disfrute abstracto parece requerir una palanca en el mundo de las ideas, en tanto que esa ausencia en el acceso efectivo a condiciones de bienestar -básicas en principio, pero al menos adecuadas al avance mundial promedio en la aspiración integral- sólo requiere establecer el contraste entre la situación de otros -la minoría- y la propia -la mayoría-; nadie tiene que articular mucho sobre la falta de equidad e injusticia. Es evidente.

En la base de la crisis definitiva del neoliberalismo está esta toma de conciencia. El modelo ofrecido falló por la postergación al ritmo y abuso del mercado, de las condiciones de justicia social.

Entre las expresiones de rechazo al stato quo destacan dos que trascienden el corte básico de los derechos políticos y el acceso al bienestar. Son dos gritos que obligan a detenernos y atender su origen. Ambos evidentes, pero que encuentran distintas sensibilidades -o insensibilidades- para hacerles frente: la violencia en contra de las mujeres y las niñas, y el deterioro pertinaz del medio ambiente. 

Son las protestas en pos del cambio mundial integral, más allá de la expresión contemporánea del mundo de los Estados nacionales y el dominio de los pueblos soberanos sobre destinos humanos y recursos naturales, en un esfuerzo de décadas por reconocer responsabilidades más allá de lo estrictamente nacional.

Las manifestaciones de las mujeres del mundo por el cese de las conductas que pretenden limitar sus derechos, que las ofenden, que buscan denigrarlas y, en mucho, que abrigan la perversión de que el miedo y el terror se apodere de su existencia, debieran ser la expresión definitiva para el cambio que con toda legitimidad exigieron.

Nada por debajo del pleno reconocimiento y la plena vigencia de los derechos de las mujeres; de la igualdad sustantiva. El género como asunto de la idea de superioridad o de preeminencia debe desterrarse para siempre. Su sustento es falso y perverso. La igualdad de derechos entre las personas está por encima de las diferencias de género.

El ser humano es producto de la naturaleza; es parte de la evolución de la vida en el planeta. El homo sapiens pervivió sobre otros homos y se erigió en la especie dominante de los homínidos y de todas. La evidencia de la depredación de miles de años es cuantiosa, y se debió, sobre todo, por la falta de conocimiento y de conciencia de las acciones emprendidas.

Hacía falta la visión global. Hoy esa integración del análisis y la prospectiva existe y, además, su puesta en práctica arroja pruebas irrefutables: la forma de vida que hemos diseñado y seguimos colectivamente puede afectar de manera irremediable e irreversible a la Tierra.

Por el grueso entramado de los intereses creados y las aspiraciones de desarrollo de los pueblos que no han podido lograrlo, este grito en defensa del medio ambiente -que es un grito por la vida en el planeta- no se escucha con los decibeles que en realidad posee. Las más jóvenes generaciones proyectan una conciencia esperanzadora, pero que desafortunadamente no cala lo suficiente en quienes toman las decisiones políticas, económicas, sociales y culturales en los ámbitos público y privado para alterar de raíz el rumbo de la destrucción del medio ambiente.

Ha terminado un año marcado por la inquietud en el mundo. En estos tiempos extraordinarios que tenemos la fortuna de vivir, esa expresión se da en un contexto de expansión de derechos hacia su universalización. Y en cada derecho su consolidación por su vigencia efectiva.

La inquietud mundial ha reflejado la constante de la lucha por la democracia en la comunidad a la cual se pertenece; la reivindicación de la equidad, la justicia social y el acceso al bienestar; el rechazo definitivo a toda forma de violencia contra las mujeres, y la defensa de nuestro hogar común de la irracionalidad de la destrucción por la alteración del ciclo vital. Reclamaciones presentes para asegurar un futuro mejor. Es como otras veces, ¿época de cambio?, o quizás como pocas, ¿cambio de época? Veremos.