Si en nuestro país el Ejecutivo Federal afirma que la mejor política exterior es la política interior, que asume atinada, su homólogo estadounidense parece enarbolar una modalidad contraria y diferente.

El operativo desplegado el 3 del actual en Irak para asesinar al general Qassém Soleimani, dirigente de las Fuerzas Quds de las Guardias Revolucionarias de Irán, como represalia por el ataque de proiraníes a la Embajada estadounidense en Bagdad, es la secuencia en la confrontación con Teherán, bajo la lógica de la “respuesta proporcional”, pero inscrita en una cuestión más amplia: la elección de este año en los Estados Unidos de América y la aspiración de Donald J. Trump por lograr un segundo mandato.

Parece un recurso –exitoso hasta ahora– para equilibrar el escenario desventajoso del impeachment de la Cámara de Representantes ante el Senado, por su actuación en la conducción de las relaciones con Ucrania y los cargos de abuso del poder presidencial y de obstrucción a las investigaciones del Congreso.

La prioridad de la reelección ha dictado la agenda y el escenario para proyectar al ocupante de la Casa Blanca como el más acérrimo defensor de las vidas de los estadounidenses en el exterior y de los intereses de ese país en el mundo. Aún más, como el titular del liderazgo económico y militar del planeta. Se trata de elementos aglutinadores de las bases electorales del Ejecutivo estadounidense, al tiempo que buscan disuadir a sus críticos por las implicaciones para la seguridad nacional y el ejercicio y la pretensión de dominio internacional. También constituyen un componente para distraer la atención de otros asuntos que exhiben las limitaciones del gobierno asentado en Washington.

Hoy el abastecimiento de hidrocarburos de los Estados Unidos no depende más que de sí mismo. Después de la crisis de los setentas del siglo pasado y la lección que trajo consigo para ese país en plena Guerra Fría, actualmente nuestro vecino del norte es autosuficiente en petróleo y gas natural, al tiempo de haber consolidado reservas importantes.

De otra parte, la confrontación con la República Islámica de Irán se remonta también a esas épocas, con el derrocamiento de Muhammad Reza Palhavi del trono del entonces Imperio iraní (16.01.1979) y la crisis de los rehenes en la Embajada estadounidense en Teherán, resuelta a principios de 1981, pero habiéndole costado al demócrata Jimmy Carter la reelección en la presidencia.

La identificación de Irán como una amenaza para los EUA es automática en ese país. Esta condición se acrecienta por la entendible hipersensibilidad estadounidense –luego del 11 de septiembre de 2001– de cualquier amenaza terrorista y la vinculación del régimen iraní con organizaciones que realizan esa práctica oprobiosa en el Oriente medio.

Además, Trump ha sido constante en su crítica acerba del acuerdo suscrito en 2005 por Barack Obama con Irán en materia nuclear; de hecho decidió retirarse del mismo por asumir que sólo había servido para que Teherán incrementara las actividades contrarias a los intereses estadounidenses en la región.

A lo anterior se adiciona la realidad de librar la “confrontación” en el territorio de un tercer país. Los sucesos inmediatos anteriores a la ejecución de Soleimani y la respuesta del bombardeo iraní a dos bases estadounidenses ocurrieron en el territorio de Irak.

Destaca que esos bombardeos a las instalaciones en Ain Assad y Erbil no cobraron vidas y sus consecuencias se concretan a lo material, lo que parece haber contenido el escalamiento de las represalias ulteriores estadounidenses de uso de la fuerza militar y el armamento, para reubicarse en la vertiente de las sanciones económicas adicionales y más estrictas a las vigentes. La escalada bélica se estimaría superada.

En estas jornadas tensas del inicio del año habría coincidido el hambre con las ganas de comer. El régimen iraní mantuvo –durante el año pasado– las acciones contra objetivos estadounidenses en el Oriente medio y los Estados Unidos elevaron el objetivo de su “respuesta proporcional” a una persona emblemática y obtuvieron la repercusión interna e internacional deseada. La represalia iraní ha dejado en claro que no hay interés en elevar el escalamiento y ello ha permitido a Donald Trump presentarse como victorioso, enérgico pero contenido y magnánimo con la invitación a no incidir en nuevas retaliaciones. La lógica de la “respuesta proporcional” ha imperado.

Este episodio reitera –ya visto en el caso que detonó el impeachment– que la prioridad de Trump es la elección de este año y obtener un segundo mandato. El riesgo ha sido alto, pero el resultado parece satisfactorio: i) Irán y sus aliados no desean la guerra con los EUA, empezando porque ese escenario podría potenciar aún más la reelección del presidente estadounidense; ii) los incidentes de tensión y de agresión han ocurrido en el territorio iraquí; iii) el discurso contra las amenazas terroristas hacia los Estados Unidos cobra vigencia y se constituye en una renovada referencia a las decisiones de Trump en la materia; y iv) la beligerancia del juicio en el Senado en su contra podría atemperarse si este episodio le suma algunos puntos a su popularidad.

El proceso que se desarrollará en el Senado estadounidense –aún con el compromiso de los senadores republicanos por exonerar al presidente– descansa sobre el comportamiento ético de Donald J. Trump para ejercer el cargo. ¿Es éticamente válido recurrir a las facultades conferidas para ejercer presión en un mandatario extranjero, a fin de que ejecute acciones en perjuicio del posible contendiente demócrata en los comicios presidenciales de este año?

Con el desarrollo y, hasta ahora, resultado de la ejecución del general Soleimani, se aspira a contrarrestar la exhibición de esas conductas y la censura y condena que merecen, con la presentación de una persona de carácter y firmeza en la protección y salvaguarda de la posición de los Estados Unidos en el mundo.

Especulo sobre el trayecto argumentativo, ¿es aceptable –sin afectar el interés nacional– pretender vulnerar al Ejecutivo que ha enfrentado con éxito la amenaza de los actos terroristas auspiciados por el régimen iraní? O, ¿los claroscuros del ejercicio de la presidencia permiten la tolerancia ante un exceso en un asunto por la aquiescencia con la dureza ejercida en otro?

No resulta excusable lo ilícito de una conducta por el reconocimiento de otra –para quienes pudieran reconocerla–, pero no se trata de ello, sino de equilibrar y ponderar en el trayecto del impeachment.

En México conocemos de la estrategia electoral de Trump por el uso de la retórica en contra de la migración y de los migrantes y en contra de nuestro país del 2016. Ahora la necesidad ha escalado a otro escenario. Sin embargo, no estamos exentos de actitudes reincidentes, pues hasta ahora todo se ha cedido.