Nunca he entendido por qué una buena parte de clase política, de las élites intelectuales y casi todo el mundo cultural, usa la “máscara” de izquierda.

Casi nadie asume ser de derecha ni siquiera el PAN.

Esa simulación ha causado estragos y contribuido a la narcotización de la sociedad. Sobre todo a los sectores populares y particularmente los trabajadores, los asalariados.

Estamos ante el mayor ejercicio de simulación.

La  cuarta  transformación y especialmente el estilo de gobernar del presidente Andrés Manuel López Obrador, sin la máscara demagógica de “izquierda”, son realmente una gestión cada vez más derechista,

El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador y sus seguidores, tanto los que creen que su gobierno es de “izquierda”, como los que son más bien sus secuaces; han inventando –que existe en proceso– un “golpe de Estado suave” contra la llamada Cuarta Transformación.

Definen a ese “golpe de Estado suave”, colocando varias expresiones de crítica a su gobierno. Mezclan a los que escriben en su contra desde diversas posturas; a las manifestaciones de todo tipo, tanto en las ciudades como en el campo.

Para éstos “ideólogos” de pacotilla, todo aquello que cuestione al gobierno y al presidente forma parte de  e ese “golpe de Estado suave”

Habría que responderles: todos somos  golpistas.

En pleno delirio el presidente afirma que las movilizaciones feministas, están movidas por una “mano negra” que obedece a los grandes capitales, la antigua “mafia del poder”.

Esa misma con la que se reúne en Palacio para chantajearla y “pasarle la charola”.

A esos empresarios, banqueros, financieros y contratistas a los que asigna lo mismo contratos de obra pública, sin que medien concursos o licitaciones. A otros les concede el manejo de los depósitos de miles de millones de pesos para sus programas consentidos de adultos mayores y jóvenes construyendo futuro, como lo hace para Banco Azteca; promueve a la esposa de su constructor preferido para ser Ministra de la Suprema Corte.

Abundan los casos  de corrupción entre sus  allegados, tanto a nivel gubernamental, como sus amigos y parientes, ostentan sus obscenas riquezas.

Casi diariamente hace elogios y otorga canonjías a los jefes de las fuerzas armadas.

Mantiene una relación de subordinación grotesca con el presidente Donald Trump.

Cada día se empeña en ir devastando al Estado Laico y realiza abiertas campañas religiosas.

En suma los clásicos poderes fácticos: grandes capitales; fuerzas armadas; los gobernantes de Estados Unidos y las iglesias son sus  aliados.

Ninguno de esos poderes fácticos se propone derrocarlo.

El “golpe de Estado” es una  máscara más, para  justificar sus políticas autoritarias, antipopulares y entreguistas.

Las movilizaciones masivas o pequeñas de gente agraviada por su política  de “austeridad”, como es el caso de los pacientes que se quedaron sin atención médica ni medicamentos, son reprimidas  con gases.

Los que han sido despedidos por decenas de miles de empleos bajo el régimen de “empleados de confianza” o por “honorarios” con salarios de 6 mil a 20 mil pesos y se manifiestan donde pueden.

Los estudiantes, investigadores o trabajadores de la cultura que han sufrido los recortes y denuncian esas políticas.

Los cientos de  trabajadores de medios  de comunicación despedidos e incluso los medios a los que se les mantiene en un estado proscripción, están en todo su derecho a criticar a éste gobierno.

Todas esas expresiones de oposición al gobierno que  tienden a crecer, es absolutamente ridículo considerarlas “golpistas”.

No hay elementos de políticas sociales favorables a un programa  de reformas para disminuir la desigualdad, combatir la violencia y promover un crecimiento mínimamente asociado a la generación de empleos con salarios dignos.

La demagogia  que  se divulga diariamente por medio de la “mañanera”, casi trasmitida en una especie de  cadena nacional y replicada  por  todos los medios  en radio, televisión y la prensa  escrita, no cambia  la realidad.

En éstos  casi 15 meses de gobierno la economía no creció. La violencia  aumentó.

Las acciones represivas contra migrantes, normalistas, ambientalistas, campesinos y los afectados por el ajuste, están  convirtiéndose en pan de todos los días.

En materia política no existe ningún proyecto para crear un régimen que otorgue derechos a los ciudadanos y rompa el monopolio de la partidocracia.

El presidente vive en una melancolía decimonónica. Sus coordenadas siguen siendo las de entonces : liberales y conservadores.

Aunque sus posiciones sean profundamente conservadoras ante  las feministas, las minorías con preferencias sexuales distintas a las tradicionales y sea un promotor de “constituciones y cartillas morales” opuestas al Estado Laico.

Es en este escenario que me gustaría ser anarquista. Esa utopía profundamente atractiva adquiere una gran capacidad seductora.

Los encapuchados y encapuchadas no debieran  confundirse con  el anarquismo.

El anarquismo es la sociedad ideal, requiere una armonía tal que puede prescindir del Estado, de sus aparatos de coerción y de la violencia . Nada que ver con el caos, al que lo asocian los ignorantes o los defensores de la sociedad basada en las clases y en la propiedad. Es una hermosa utopía. La tragedia de las sociedades que regidas por el Estado, incluso las de uno Democrático, es la existencia de la violencia como método de garantía del llamado orden y el Estado de Derecho. En nuestro caso, ese Estado ha sido extraordinariamente opresivo.

La bronca es qué hacer en tanto se logra llegar a esa Ítaca, aunque quizá lo importante no sea llegar sino el viaje por sí mismo, como decía el poeta griego Kavafis.

Con toda su porquería y el hedor que produce la partidocracia en manos de una casta establecida a lo largo de más de un siglo, el proceso de ir escalando la montaña y no retroceder para volver a empezar desde abajo, hace necesario seguir el otro camino sustentado en la lucha política, para ir avanzando en la ruta de la libertad y el combate contra el sistema capitalista que genera la inmensa desigualdad, la pobreza, la violencia, el racismo y todas las taras de una modelo de sociedad que padece una enfermedad crónica e incurable.

La democracia entre nosotros es casi un fenómeno efímero o muy acotado. Estamos viviendo un riesgo insólito de convertir un rechazo al viejo régimen autoritario en su restauración legitimada , mediante el caudillismo mesiánico. Hoy más que nunca es hora de defender la libertad. Antes que se tarde.