-“Mama, cuando termine el tratamiento podrán venir mis amigos a casa? – ¿Cuál tratamiento? -El del mundo”.

Esa pregunta le hizo un niño de 6 años a su madre, ante la pandemia del COVID-19.

Ésta profunda y sabia incertidumbre infantil, retrata el estado emocional de miles de millones de personas a nivel planetario.

¿Volveremos a reunirnos, abrazarnos, cantar, amarnos, bailar, llorar, reñir, reír, crear, producir y reconciliarnos con la naturaleza?

Como punto de partida para construir otra sociedad. Aquella por la cuál mi generación, una buena parte al menos, soñó en Asaltar al Cielo.

Esa que gozó y bailó con el triunfo de los barbudos en Cuba.

La que creció escuchando a los pioneros del Rock and Roll: Elvis Presley, Ricardito, Bill Halley y todavía disfrutó a los Beatles, Los Rolling, The Queen, The Animals, Santana y toda la “ola inglesa”.

La que aún bailó el Mambo de Beny Moré y Pérez Pardo y se enamoró con los boleros de José Antonio Méndez, Álvaro Carrillo y demás.

Sin dejar de lado la música y la poesía de la Guerra Civil española y la Trova Cubana.

La que se benefició con la píldora, el Amor Libre, el existencialismo, el hipismo, Woodstock y Avándaro.

La que leyó los escritores del boom latinoamericano.

Esa generación que sufrió la terrible infamia del aplastamiento de La Primavera de Praga encabezada por Dubcek, la misma que pedía Haced lo Imposible y pintaba Prohibido Prohibir durante el

Mayo Francés; la que apostó por tirar El Muro, antes sufrió el Golpe Militar contra Allende y vio fracasar el Compromiso Histórico de Enrico Berlinguer.

La generación que no pudo o no supo construir una sociedad sin explotadores pero con libertad. La que con su silencio o incomprensión ante las dictaduras del socialismo realmente existente dejó a sus hijos y nietos huérfanos, ante éste mundo aturdido, recluido y sin rumbo.

Esta pandemia del Corona Virus podrá pasar y cuando termine, ese niño que espera reunirse con sus amigos ¿lo podrá hacer en un mundo menos violento, desigual y destructor del planeta?

¿O volveremos peor, más mezquinos, más atemorizados y más sometidos a los big brother o big data?

No debemos olvidar los inmensos daños que hemos hecho al medio ambiente.

Jorge Reichmann, profesor y ecologista madrileño asegura “El cambio climático es el síntoma, pero la enfermedad es el capitalismo”.

En su libro Autoconstrucción cataloga el siglo XXI como “la era de la gran prueba” porque, según dice, “somos la primera generación que entiende perfectamente lo que está pasando con el clima y posiblemente seremos la última que pueda evitar la catástrofe hacia la que nos dirigimos”.

La sombría nube invisible, silenciosa misteriosa de la pandemia del Corona Virus, está siendo usada por un inmenso aparato de los Estados y los medios para olvidar otros problemas planetarios y nacionales.

Las diversas políticas ante la pandemia misma, sobre todo sus consecuencias económicas han puesto en evidencia las limitaciones de las élites gobernantes a escala mundial y obviamente a nivel nacional.

A todas horas, cada medio divulga todo tipo de “informaciones”, fake news, todo mundo se convirtió en epidemiólogo.

Aquí en nuestro rancho grande. El gobierno mexicano exhibe sus limitaciones sin rubor alguno.

El presidente dice y actúa de una manera, su vocero hace lo mismo, se contradice en una misma conferencia.

Todos los gobernantes muestran sus miserias y se despedazan por sus ambiciones en todos los ámbitos. Morena es un escenario de reyertas entre las mismas tribus y personajes procedentes del PRD y sus ancestros priistas.

Es tedioso estar al tanto de sus pleitos y de las inusitadas conductas y palabras del presidente.

Tal parece que hubiesen sido escritas por un opositor afiebrado.

No se vislumbra el surgimiento de una fuerza alternativa.

Vemos reaparecer a figuras responsables de las políticas que nos condujeron a la decadencia, pretender que la gente no tiene memoria, suponiendo que podrán volver a engañarla y con ello retornar con su viejos y nuevos disfraces al poder, del cual fueron desalojados por una sublevación electoral capitalizada por un Bonaparte autista, como lo ha bautizado genialmente Manuel Aguilar Mora, trotskista histórico.

El guión del comportamiento gubernamental y especialmente el del presidente está más allá de cualquier libreto realizado por el peor de sus enemigos.

La realidad supera cualquier fantasía y delirio del más o los más diabólicos opositores, adversarios, enemigos de las filas “conservadoras, golpistas, fifís que hacen todo lo posible para impedir la “Cuarta Transformación”.

Vivimos un mundo al revés.

La mafia del poder tiene todo tipo de canonjías.

En el fondo el gobierno, las élites, incluso una buena parte de la sociedad esperan una chiripa milagrosa.

Algo inexplicable ocurre en México, afortunadamente hasta ahora, que el CONAVID-19 no puede considerarse tan devastador, como lo está siendo en Estados Unidos, específicamente en Nueva York, continúa en Italia, en España y amenaza en volverse una tragedia en África, Asía y en la misma India, no se diga entre los millones de migrantes en todo el mundo.

Si bien es cierto que el doctrinarismo del “marxismo” catastrofista y apocalíptico vomita cada vez y ante cada acontecimiento, que estamos ante “el derrumbe del capitalismo” e imagina las más inverosímiles conjuras, como las causantes del Corona Virus, incluyendo su creación perversa en y por laboratorios para beneficiar a los grandes grupos de poder, en este caso encabezados por los inmensos consorcios farmacéuticos; no se deben descartar las raíces profundas de los daños al planeta de ésta pandemia del Corona Virus.

Lo triste es que ese coro de tragedia griega se usa ante cualquier fenómeno y de tanto repetirlo se convirtió en una especie de vacuna. Algo semejante al cuento de “hay viene el lobo, hay viene el lobo”.

Las letanías religiosas y la ausencia de un replanteamiento que saque las conclusiones radicales del fracaso estrepitoso del “socialismo realmente existente, están convertidas en la mejor vacuna para éste capitalismo de pandemias y devastación planetaria.
Por todas partes, es necesario hacernos preguntas y dejar atrás las respuestas podridas en el fango de la ideología convertida en máscara de la impostura.
Un amigo me cuestiona desde muy lejos por qué tener esperanza.
Quizá por mi incurable optimismo en los jóvenes, la ciencia y el mundo de los seres vivos.