La pandemia del covid-19 me recluyó y las noticias llueven. No puedo dejar de preocuparme por los males que la prensa reporta día con día. Sin embargo, me intranquiliza más lo que vendrá después. Empiezo por el lugar común: ya nada será igual. Pero, pienso, unos factores no cambiarán mucho, ciertos rasgos del status quo resistirán mudanzas, incluso hasta podrían profundizar su tendencia.

Se comenta mucho que el coronavirus acarrea el riego de una crisis económica; de hecho, la recesión está presente; no habrá crecimiento en 2020 y tal vez ni unos años por venir. Pero, ¿habrá crisis del poder en conjunción con el conflicto social? ¿Podrá el gobierno actuar con eficacia para recomponer el rumbo? El grupo gobernante, ¿buscará el consenso social? ¿Habrá recursos para la reconstrucción? Es imposible responder con brevedad a preguntas tan amplias, pero el desafío se reduce si sólo enfocamos a la política educativa.

Nadie sabe con certeza lo qué pasará, cualquiera puede especular. C. Wright Mills, en su célebre ensayo “Sobre artesanía intelectual”, recomienda a sus lectores utilizar la imaginación para el análisis de la sociedad. Aconsejó a sus estudiantes definir con rigor su problema de investigación, ya como dificultad, ya como inquietud. O en una conjugación de contrariedad y desasosiego. Además, sugirió –y me guío por esa fórmula– que: “Con frecuencia conseguiréis una mayor penetración pensando en los extremos: pensando en lo opuesto a aquello en que estáis directamente interesados. Si pensáis en la desesperación, pensad también en la alegría; si estudiáis al avaro, estudiad también al pródigo”.

Concentrar o dispersar el poder político. México es un país con vocación centralista, el federalismo constitucional es texto, no realidad. El centralismo de todo tipo es la marca de la patria, más en lo político que en ninguna otra cosa. El tlatoani, el virrey y el presidente se sucedieron como símbolos del poder. No es un secreto que el presidente Andrés Manuel López Obrador, recrudece –y disfruta– esa propensión. Tiene un apego desmedido al poder.

Es casi seguro que AMLO tratará de aprovechar la crisis para extender su potestad. Dos vertientes. Primera, el gobierno de Enrique Peña Nieto recentralizó el pago de la nómina educativa, mermó una de las pocas facultades que tenían los gobernadores; también implicó ahorros considerables, aunque no logró terminar con las chapuzas de las camarillas que regentean al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Sobre ese pilote, el gobierno de la Cuarta Transformación se apoyó para aglutinar no sólo del pago de la nómina, aspira a retomar el control administrativo del sistema que el gobierno federal transfirió a los estados en 1992. Michoacán ya le regresó el sistema “federalizado”. Otros estados quieren lo mismo.

Pero a esa misma inclinación centralista, varios gobernadores, sobre todo de partidos de oposición, al calor de la crisis del coronavirus tomaron distancia del presidente y ejecutaron políticas propias. No que intervengan así en tiempos normales, pero si la credibilidad del presidente continúa en bajada, pudiera darse una crisis de legitimidad. El uso del poder crea hábitos; acaso varios gobernadores aprovechen para aumentar sus grados de autonomía del poder central.

Segunda, imagino que las facciones del SNTE, en especial la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación –las ganadoras con la reforma que impulsa el presidente López Obrador– no se resignarán a perder lo ganado; es más, buscarán agrandar sus ventajas, sino se puede con más plazas y recursos, entonces con puestos administrativos. Reforzarán el centralismo, pero reducirán la acción del funcionariado de la Secretaría de Educación Pública.

Conflicto o cohesión social. Aunque el presidente López Obrador hizo un llamado a los “conservadores”, que “le bajen una rayita”, no abandona su tono provocador. Acaso esté convencido de que el gobierno, su gobierno, lo puede hacer todo solo y con eficacia. No pienso que cambié su actitud, aunque el Covid-19 deje al país en la quiebra. Cohesionará a su base fiel, pero se alienará de otros segmentos sociales; incluso, grupos moderados de Morena tomarán distancia. Claro, muchos se subieron al bando ganador pero, cuando el barco hace agua, lo abandonan.

Ante la eventual escasez de medicinas y alimentos, no se descarta que haya disturbios fuertes; es posible que los maestros de la CNTE y de otras corrientes abanderen la protesta, al tiempo que buscarán acarrear agua a su molino. Más allá de disputas sindicales, el sistema escolar resentirá las secuelas de la pandemia. Padres de familia exigirán ciertas garantías de continuidad y no es seguro que la SEP actúe con eficacia. Claro, los altos funcionarios de la Secretaría pretenderán consensuar ciertos programas –tal vez con apremio– pero puede presagiarse que las cuadrillas más agresivas del SNTE no sólo no acatarán, sino que insistirán en sus exigencias de siempre, sin cambio alguno. Si lo consideran necesario –y para sus líderes siempre hay necesidad– enfrentarán al presidente López Obrador. No hay buenos augurios.

El dinero, el venero del poderío. Si desde 2019 y más en el 2020 hubo recortes financieros al sector de educación, ciencia y cultura, la conjetura que puede hacerse es de insolvencia de la hacienda pública y de los erarios de los estados por la recesión en marcha. Con exiguos recursos es poco lo que puede hacerse. Será un verdadero reto para las instituciones de educación superior públicas incrementar su matrícula y para el gobierno mantener sus programas de becas. El escenario previsible: conflictos estudiantiles.

De acuerdo, después del virus ya nada será lo mismo; el mundo será otro. No obstante, en México, dada la obstinación del presidente López Obrador de no moverse un ápice de sus inclinaciones y pensamiento, navegará contra la corriente mundial. Los sistemas educativos, en especial los de los países avanzados, aprovechan la crisis para reformarse. Sospecho que aquí, si la situación empeora, el gobierno de la Cuarta Transformación tratará de redimir el status quo. Además, le echará la culpa al neoliberalismo y a los conservadores. Eso no cambiará con la pandemia.

Con todo, hago votos porque los daños no sean mayores y al final salgamos lo mejor librados posible.

Referencia: C. Wright Mills, “Sobre artesanía intelectual”. Apéndice de La imaginación sociológica, México, Fondo de Cultura Económica, 1961, pp. 206-236.