Declarada la Fase 3 de la pandemia del Covid-19 en nuestro país y aún con los malabares de la información sesgada y las inferencias a modo del vocero gubernamental, está a la vista que el período de contagio acelerado pronto generará el colapso de las capacidades del sistema nacional de salud. En esta arena aparecen próximas las circunstancias de saturación y desolación que se han producido en Italia, España y Estados Unidos, países con capacidades mayores a las nuestras.

Vale repetirlo, ningún sistema de salud tenía referentes para la atención de esta pandemia. Ha sido inesperada y por desconocida, con exigencias que se presentan y resuelven sobre la marcha. No podemos quedarnos en las recriminaciones al estado que guarda nuestro sistema de salud al presentarse la emergencia sanitaria. No perdamos el tiempo, ahí no se construyen las soluciones. Hay que asignar el máximo de los recursos humanos, financieros y materiales factibles para atender y sanar a los enfermos y salvar vidas. El objetivo debe inspirar la adopción de los medios idóneos.

Por los efectos en el sistema productivo de las estrategias de mitigación y de contención, el impacto en la economía nacional será demasiado severo. A las condiciones de la desaceleración económica y la recesión derivadas de las decisiones del Gobierno federal durante la presente gestión, se agrega un entorno de crisis planetaria para evitar que la pausa inducida y la reactivación esperada tenga consecuencias más prolongadas que las estrictamente necesarias, mismas que hoy se analizan y proyectan con ciertas dosis de incertidumbre derivadas del desconocimiento del cuándo y qué tanto podrá irse restaurando.

Aquí la exigencia de actuar y las variables de qué, quién, cuándo y cómo hacerlo muestran no solo diferencia en los objetivos, sino -marcadamente- en los instrumentos. Si el sistema de salud no estaba previsto para la dimensión de esta pandemia, tampoco lo estaba la economía nacional. De la simple observación sobre lo que ocurre en otras latitudes se coligen elementos para el ejercicio comparativo. Si la economía entra en pausa, si el trabajo y la producción de bienes y servicios se detienen en un alto porcentaje, caen los ingresos públicos y, por ende, el gasto gubernamental, ¿cómo mantener la viabilidad hacia adelante?

En otros países apreciamos medidas financieras, fiscales y monetarias para paliar la crisis: que toda persona económicamente activa (y aquí pienso en la formalidad y la informalidad) mantenga ingresos, difiriéndose hacia el futuro el costo correspondiente. Desde los más disímbolos espacios de la vida nacional se ha planteado la necesidad de adoptar un programa económico ante la emergencia, y el Banco de México ha hecho ejercicio de su autonomía para hacer más accesible y crédito y asegurar la liquidez del sistema de pagos.

Sin embargo, el presidente Andrés Manuel López Obrador no ha sido sensible a los planteamientos, que estima provienen de adversarios políticos y de ideologías moralmente condenables. Ha preferido limitarse a mantener subsidios a la población más vulnerable, generar fuentes de ingresos con programas de empleo temporal carentes de seguridad social y prevé el otorgamiento de créditos a micro y pequeños empresarios, los cuales son útiles, pero no parecen ajustarse a la magnitud del problema. En el fondo considera que sus determinaciones son y serán suficientes.

¿Qué se está gestando? Porque la mayor gravedad de los hechos presentes y por desencadenarse, no ponen únicamente a prueba los sistemas de salud y económico, sino a la capacidad política para enfrentarlos. La crisis presente más severa es la política.

La pandemia y sus obvias consecuencias en esos dos sistemas irrumpe cuando en el país estaba en marcha un problema político: la división y, aún más, la confrontación en torno a la propuesta de transformación que impulsa el Ejecutivo Federal electo en 2018. Me abstengo de reconstruir la ruta y sus elementos, pero la síntesis es la interpretación de haberse recibido un mandato que excluye la construcción de acuerdos con quienes piensan distinto y representan -prácticamente- a la otra mitad del pueblo mexicano.

La pretensión de resolver la disputa por la Nación desde el poder presidencial transita en un terreno donde destacan tres premisas sociales de larga data que reclaman su espacio y cause:

  1. a) nuestro país es plural y siempre lo ha sido. Es parte de su esencia, aunque a veces quiera vérsele sólo en la pluralidad política hecha prácticas democráticas de cuatro décadas para acá. El mestizaje, la diversidad regional y las interacciones que producen son la raíz de la diversidad económica, social y cultural. No hay ni puede tolerarse una sola visión;
  2. b) el pueblo de México posee una enorme identidad nacional que se ancla en la singularidad del producto social del mestizaje, el sincretismo religioso, los regionalismos y la aspiración compartida por un destino propio, mejor, superior; y
  3. c) la lucha por combatir la desigualdad social –en toda su profundidad–, que constituye una encomienda presente. Desde Los Sentimientos de la Nación de José Ma. Morelos está marcada esta ruta y estará presente hasta que no quede atendida. A ello obedeció el reconocimiento de los derechos sociales a la educación, la tierra y el trabajo en la Constitución de 1917. Durante el siglo pasado podríamos apreciar un esfuerzo leal para resolver la cuestión social, pero pausado y definitivamente insuficiente. La realidad de la pobreza en un país que tuvo una revolución social es –lamentablemente– la prueba del incumplimiento.

La pluralidad de nuestro México es, de facto, negada en lo político. Una primera contradicción de riesgo que debe superarse.

La identidad nacional se ve amagada por las voces que ante la emergencia sanitaria plantean la revisión del Pacto Fiscal al aducir que su contribución a los ingresos públicos no está debidamente compensada con los recursos federales (participaciones y aportaciones federales) que se destinan al cumplimiento de sus funciones y sus obligaciones. La coordinación fiscal puede y debe revisarse. Aunque el planteamiento ha pecado de simplista y el momento no es el oportuno, señalo el riesgo de esa división adicional.

Un elemento en la perspectiva. Luego del grave error de Luis Videgaray Caso al convencer al presidente Enrique Peña Nieto de recibir a Donald Trump en Los Pinos en 2016, la relación de tensión y amenaza que éste utilizó con nuestro país, con el presidente Andrés Manuel López Obrador pasó a la relación de amenaza a sumisión. ¿De verdad queremos una Nación dividida con criterios regionales de inspiración económica ante los Estados Unidos, y más en los escenarios inciertos del post Covid-19? Una posible segunda contradicción de riesgo que cabe atajar.

Y en la pandemia el aliento a la división y la exclusión basada en la explotación de la desigualdad social puede derivar en el escalamiento de la confrontación e, incluso, el odio social. El dolor de las muertes y el sufrimiento de carecer de medios de subsistencia adecuados puede ser una combinación nefasta. Una tercera contradicción de riesgo que debe prevenirse y atenderse.

Tres premisas fundamentales de la construcción y consolidación de la Nación mexicana en situación de negación desde el poder, de amenaza indebida y de provocación inconveniente de enfrentamientos sociales.

Son los nudos de nuestra crisis política. Hoy más que en otros momentos hace falta reactivar el diálogo, los entendimientos y los acuerdos políticos. Esa energía social debe concentrarse -por el bien de la Nación- en la atención y solución de la emergencia sanitaria y sus consecuencias económicas.

Desde muy diversos ámbitos se ha planteado al Ejecutivo Federal la construcción de una vía nacional concertada. Lo hicieron las cúpulas empresariales, los grupos parlamentarios del PAN, PRI, MC y PRD en el Senado y en la Cámara de Diputados, los dirigentes de partidos políticos de la oposición, los líderes del sector social y múltiples observadores y formadores de opinión pública en los medios de comunicación. La respuesta ha oscilado entre el reproche, la discrepancia, la descalificación y el silencio. Quizás no se repara en que la convocatoria a actuar de consuno y a ir a la vanguardia es el mejor reconocimiento a la legitimidad del mandato de las urnas.

Ante algunas provocaciones de la oposición laborista de la época y a las cuales la Sra. Margaret Thatcher no respondía, decidió declarar a los medios: “You need two to tango” (Para bailar tango se necesitan dos). Aquí y ahora no es para confrontarse, sino para acordar, para construir opciones y soluciones en un clima de concordia.

Quienes han ofrecido diálogo requieren mantener la propuesta, porque hoy existe un escenario delineándose: fuertes y acres recriminaciones por las muertes que se producirán en un sistema de salud con limitaciones que anteceden a la emergencia, y una pérdida grave de empleos y de condiciones para obtener ingresos, que propiciará el mayor agravamiento de la inseguridad pública.

Si al dolor de los decesos de la pandemia agregamos la depresión económica y la confrontación política, la tentación será por prolongar el conflicto hasta someter al contrario. Me trae a la mente -toda proporción guardada- las causas de la Guerra Civil Española de 1936-1939 y sus consecuencias de casi cuatro décadas: un pueblo confrontado al grado de inventarse una realidad para mantener el encono y contemporizar con la dictadura.

El Ejecutivo planteó una tregua y le propusieron un acuerdo nacional. No deseaba entendimiento sino trabajar sin las críticas.

¿Será posible recuperar el punto inicial de disposición para el entendimiento esencial? ¿Será ingenuo pretender regresar al punto en donde había -al menos- disposición para un entendimiento esencial?

México merece la tregua y el acuerdo. En revisión, no son excluyentes. Hay que insistir: cuidar el lenguaje o no descalificar; incidir en conductas simbólicas o simplemente sentarse a dialogar; afirmar las prioridades o coincidir en lo esencial que requiere el sistema de salud; explorar los elementos complementarios indispensables o avanzar en las medidas económicas que se advierten necesarias para la dimensión de la recesión nacional y mundial; hacer expresión de objetividad y contención o construir soluciones y no reclamaciones; prodigar generosidad con el adversario o pensar, antes que en la inclinación personal, en el interés superior de la Nación, y comprometer la voluntad por el tiempo necesario o no prejuzgar sobre la transitoriedad del entendimiento necesario.

Sin hipérbole, la Patria está en riesgo. ¿Qué cuentas desean rendir los liderazgos de hoy sobre el reto que enfrentamos?