El título de este artículo corresponde al de una novela del cubano Alejo Carpentier, uno de los exponentes cumbre del realismo fantástico latinoamericano. La referencia viene a cuento porque, con la culta profusión literaria del autor, esa novela recalca el valor del retorno al origen, de la recuperación de sueños sobre un mundo utópico, de naturaleza exuberante y rica, de búsqueda de las raíces que dan sentido e identidad a cada persona. Dicho origen, por cierto común al género humano, rechaza la idea hobbesiana de que la paz solo es posible cuando se impone al débil la ley del fuerte.
De manera paradójica, la suspensión de actividades y el confinamiento social que acompañan a la crisis sanitaria generada por la pandemia de Coronavirus, actualizan y materializan esa utopía ancestral, entre otras formas, con el reverdecer de los bosques, con la inusitada transparencia del aire y, por supuesto, con el acercamiento de variadas especies animales a ciudades y playas antes populosas y contaminadas. El retraimiento del hombre, su aislamiento forzado, ha dado un respiro al planeta y con ello se abrigan esperanzas de recuperación del único teatro posible para la vida. No obstante, nadie sabe con certeza qué pasará en los meses por venir, cuando todo regrese a la “normalidad” en la que hemos vivido; una “normalidad” donde el conflicto es recurrente y que tiene al mundo al borde del colapso ecológico y a las sociedades polarizadas por la riqueza de unos cuantos y la miseria de muchos.
A unas semanas de que en algunos países empiecen a levantarse las medidas adoptadas para contener la infección, existe la razonable expectativa de que todo vuelva a ser como antes, de que la actividad febril retome su curso en las modalidades y tiempos que cada nación decida, de manera soberana. Aunque poco se dice de ello, ese retorno a lo normal también se reflejará en la intensificación del fuego en geografías donde hay conflictos armados, en la rutinaria lucha por el poder entre hegemonías competitivas, regionales y globales, y por supuesto en la activación de mercados ansiosos de ganancias, que buscarán revertir, a la brevedad, las secuelas económicas negativas de esta crisis, que ya se perfila como la más grave de los últimos cien años.
Las lecciones aprendidas, gemas preciosas, deben permitir la edificación de un porvenir más justo y venturoso para todos. Desafortunadamente, hay voces que reconocen en el trance una oportunidad para la especulación financiera, que lanzan dardos venenosos para buscar culpables y formular reclamos sobre el origen de la pandemia. Son voces altisonantes que polarizan, tensan y poco ayudan a la adopción urgente de una nueva ruta de paz, que privilegie el desarrollo sustentable y los acuerdos multilaterales. De no darse una reflexión constructiva y colectiva, el unilateralismo, la carrera armamentista y la violencia seguirán siendo la principal amenaza a la ya de por sí endeble paz mundial. Triste pero cierto, si se regresa a la “normalidad” que conocemos, hay riesgo de ignorar el valor de los “pasos perdidos” a los que alude Carpentier, los únicos que permiten abrevar de la experiencia histórica y que por ello conducen a la utopía ancestral que plasmó ese genial escritor, a un mundo mejor.
Internacionalista.