A la memoria del polígrafo matritense Luis Miguel Madrid

 

Poderoso escritor tardío sin generación y a quien suele reconocérsele más bien en solitario, Rubem Fonseca (Mina Gerais, 1925-Río de Janeiro, 2020) contribuyó a enriquecer una valiosa tradición narrativa brasileña que hacia mediados del siglo pasado consolidó el reconocimoiento internacional a través de la llamada “novela regionalista”, tras la exploración del entreverado mundo de las grandes plantaciones, los desheredados y los terratenientes de su vasta geografía nacional. En esta línea se inscriben importantes narradores de la talla de José Lins do Rêgo, Graciliano Ramos, Rachel de Queiroz y sobre todo Jorge Amado, sin olvidar por supuesto lo que para todos ellos representó el ascendente valioso e imprescindible de una figura como João Guimarães Rosa; del creador de esa portentosa gran novela que es el Gran Sertón: Veredas (muchos la leímos en la ya referencial traducción al español de Ángel Crespo) emana, a manera de faro incandescente, su desbordada cosmogonía rural y mítica.

Como otras narrativas latinoamericanas que paulatinamente se fueron desplazando hacia un no menos intrincado ámbito citadino, hacia la urbis devorada por sus propias inclementes fauces, escritores de generaciones más jóvenes se sintieron más motivados a describir su más inmediato espectro urbano. A diferencia de sus maestros inspirados en las grandes contradicciones de una sociedad arcaica anclada en la tradición, las generaciones más jóvenes se sintieron comprometidos ante la presencia insoslayable del nuevo paisaje, no menos extraordinariamente agresivo y voraz, de las grandes ciudades. Y para comprender mejor esta nueva realidad brasileña hay que leer a talentosos escritores como João Antônio o el propio Rubem Fonseca, quienes a través de sus no menos desgarradores cuentos o novelas describen  la dura vida de São Paulo o de Rio de Janeiro, reflejando los grandes problemas de estas metrópolis como la explosión demográfica y el concentramiento poblacional, la marginalidad social y la proliferación de las favelas, la guerra y la rapiña políticas, la violencia y la corrupción, el soborno y la deshumanización, el chantaje y la simulación.

Por la superficie y los subterráneos de este inhóspito mundo urbano deambula toda clase de delincuentes, de políticos y policías corruptos, de tratantes y prostitutas, de traficantes de drogas y agiotistas, de funcionarios ineptos y sanguijuelas, de empresarios sin escrúpulos y gañanes, como protagonistas y antagonistas de la fauna que puebla los cuentos y novelas del mismo Fonseca y otros narradores más jóvenes por él influenciados. Este es el caso, por ejemplo, de Paulo Lins, autor de la estupenda y desgrarradora novela Ciudad de Dios, de la que el talentoso realizador Fernando Meirelles se sirvió para su multipremiada gran película homónima de hace poco menos de dos décadas.

 

 

Abogado de profesión con especialidad en Derecho Penal, y aunque desde joven descubrió su verdadera vocación literaria, no fue sino hasta poco antes de los cuarenta años de edad que Fonseca decidió dedicarse a escribir de tiempo completo. De hecho, de su actividad litigante empezaron a emanar los temas y personajes de su agreste y obsesiva literatura, donde afloran experiencias vividas en primera persona y compañeros de sus años de trabajo rudo como comisario en la policia de Río de Janeiro. ​Inmerso en un ambiente donde el crimen y la violencia estaban a la orden del día, porque los policías entonces eran más jueces de paz y bomberos que apagaban incendios, el entonces todavía joven escritor descubrió que de ese inframundo del caos y la sinrazón emanaban las tragedias humanas que en su obra consigue describir con detalle y una fuerza no exenta de lirismo, convirtiéndose así, como bien escribió Alejo Carpentier al referirse al oficio del escribidor, en una especie de cronista de su tiempo y sus circunstancias inmediatas.

En un estilo seco, áspero y directo, como la realidad que busca retratar sin ambages ni eufemismos, la obra de Rubem Fonseca se acerca y descorre el velo, a la vez con desenfado y ternura, de un inframundo donde el dolor desgarrado del ser y su atribulada existencia son materia de observación voyerista pero también de sensible mirada redentora. El propio Fonseca dicía que un escritor debe tener el coraje para mostrar lo que la mayoría de la gente teme decir por prejuicios o por pudor,  por miopía o por cinismo. Ejemplo de inspirada fabulación en torno a la historia son su faulkneriana e imprescindible novela Agosto (especie de homenaje a la emblemática Luz de agosto de tan influyente narrador norteamericano) donde reconstruye el universo conspiratorio que llevó al suicidio de Getúlio Vargas, o su agrestemente musical El Salvaje de la Ópera donde narra la vida del célebre compositor decimonónico Antônio Carlos Gomes (Plácido Domingo cantó y grabó su hermosa ópera-ballet El guaraní), ambos éxitos notables de la década de los noventa. No menos interesantes son, dentro de su nutrida y ecléctica bibliografía, El enfermo Molière y Diario de un libertino, donde combina muy bien su sabiduría legal y su profundo conocimiento de la literatura francesa sobre todo de los siglos XVII y XVIII.  Así como él ha reconocido la influencia de maestros anteriores como Gimarães Rosa, es innegable su influjo en otros interesantes narradores brasileños posteriores y más jóvenes, tras la consolidación de una literatura que hoy tiene ya un peso específico en la esfera internacional.

Creador del antológico abogado Mandrake, que como otros personajes periféricos de su literatura mordaz y penetrante se caracteriza por ser mujeriego, cínico y amoral, a la vez que profundo conocedor del submundo carioca, como  alter ego de su creador, fue inspiración de una exitosa serie televisiva con guiones de su mismo hijo José Henrique y el actor Marcos Palmeira que encarna al cínico protagonista fonsequiano. El propio Fonseca estuvo muy ligado al arte cinematográfico como otra de sus confesas querencias, para el que de igual modo escribió muchos guiones originales o a partir de su misma obra literaria.

Premio Camões, el más prestigiado galardón literario para la lengua portuguesa, Rubem Fonseca fue de igual modo merecedor, entre otros importantes reconocimientos, del Konex Mercosur a las Letras y el Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas. ¡Qué duda cabe que fue uno de los grandes narradores brasileños de la segunda mitad del siglo XX, con clara trascendencia en la literatura iberoamericana actual!