En diferentes regiones, la pandemia de Covid-19 obligó a una tregua en los conflictos, aunque estos no desaparecieron y tampoco las causas profundas que los propician. La inédita coyuntura no es esperanzadora; las voces de reclamo sobre el origen del virus encienden focos rojos y dan un imprevisto y arriesgado impulso a rencillas internacionales. Este enrarecido panorama cae como balde de agua fría a quienes sostienen que la globalización es un fenómeno virtuoso, que llegó para quedarse. Contrariamente a esta idea, distintos actores de la comunidad mundial parecen estar cada vez más interesados en fortalecer alianzas regionales y desarrollar esquemas de diplomacia preventiva, para así evitar el quebranto de equilibrios y que las pasiones se desborden.
Las causas tradicionales y nuevas que generan los conflictos van de la mano de problemas no resueltos, con frecuencia de índole estructural y de naturaleza económica, que polarizan sociedades y generan pobreza endémica. A estos problemas, se añaden las poco estimulantes narrativas políticas de regímenes nacionalistas competitivos, que aspiran a llenar vacíos de poder y ampliar sus zonas de influencia. En el caso de Europa Oriental y la Cuenca del Mar Negro, el “impasse” de los denominados “conflictos congelados” en Transnistria, Lugansk Donest, Nagorno Karabaj, Abjasia y Osetia del Sur, avala la complejidad de los acomodos y balances que, con apremio, están generándose en la posguerra fría.
El tablero de las relaciones internacionales en esas dos regiones es volátil. Esta condición de riesgo ha estimulado el fortalecimiento de vínculos de los países del área con Estados Unidos y con organizaciones como la Unión Europea y la OTAN. En un gesto de reafirmación de compromisos colectivos con la defensa del espacio euroatlántico, a estas alianzas se añaden otros esquemas de cooperación subregional, como el que ofrece el denominado Formato B-9, lanzado en 2015 por Rumania y Polonia, en el que también participan Bulgaria, República Checa, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania y Eslovaquia, el cual despliega un corredor de seguridad en la extensa región que va de los mares Negro al Báltico.
Ante el continuo estira y afloja de las tensiones en Europa Oriental y la Cuenca del Negro, zonas neurálgicas para la estabilidad europea, con ecos hacia Levante y Asia Central, la diplomacia preventiva, con sus herramientas jurídicas, políticas y militares, parece ofrecer a los países de la región la plataforma para la disuasión eficaz del conflicto. El valor estratégico de esas geografías despierta ambiciones y alerta sobre el surgimiento de una nueva edición de la Guerra Fría, la cual tendría, como principales características, la mengua del liderazgo estadounidense en el mundo y una arquitectura multilateral que no refleja los actuales equilibrios de poder. A pesar de ello y por las lecciones aprendidas, hay lugar para la reinvención y el optimismo del género humano. Así lo confirmó Thomas Jefferson cuando, adelantándose a su tiempo, señaló que le gustaban más los sueños del futuro que la historia del pasado.
Internacionalista.