La política basada en decretos presidenciales está convirtiéndose en un estilo de gobernar. Cada vez más cercano al de un autócrata. Una  presidencia imperial.

Es pertinente  recordar  a Maurice Joly, quien en su libro Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo Montesquieu ante un preocupación de éste último  “…A partir de Augusto el Senado, no es más que un instrumento en manos de los emperadores…en esa época la ley ya no se votaba  en los comicios populares… ¿es acaso lo que proponéis?”  Contesta  Maquiavelo “De ninguna manera ello no estaría acorde con los principios modernos del derecho constitucional… Ni tampoco tengo porqué recurrir a ello para decretar lo que juzgue necesario. Ninguna disposición legislativa, bien lo sabéis , puede ser propuesta sino por mí; y, por otra parte, los decretos que dicto tienen fuerza de leyes”.

En las recientes semanas se han producido “escándalos” ante  diversos decretos del presidente, incluso ante  uno de ellos, se pronunció en contra Porfirio Muñoz Ledo, haciendo notar que “todo los excesos“ son innecesarios, cuando el presidente pretendía  establecer cambios  abruptos al presupuesto, siendo que es su facultad presentarlo ante  la Cámara de Diputados.

El presidente tiene obsesión por los decretos. Es tan apasionado de ese “método” que incluso “decretó” la muerte del neoliberalismo. No importa que se aplique una política económica tan rigurosamente ortodoxa a los ejes fundamentales del Consenso de Washington, que le dió un rechazo grosero a la propuesta del  presidente de Morena, Alfonso Ramírez Cuéllar, no tanto por su peligrosa invasión a la privacidad y su uso  intimidatorio, sino por sostener que: “la experiencia histórica nos muestra con una terca contundencia que el Estado de bienestar solo puede cobrar vigencia y hacerse realidad cuando pagan más los que más tienen. Solo la fortaleza fiscal de los estados puede financiar sustentablemente y con ingresos recurrentes verdaderos sistemas de salud, educación, protección del empleo y de generación de riqueza. La racionalidad de los gastos del gobierno se convierte en un imperativo. Pero un Estado austeramente pobre tiene con grandes limitaciones para convertir el Bienestar universal en una política de Estado”.

El presidente ha reiterado en múltiples ocasiones —y lo vuelve a repetir en su  ensayo— que México tiene su propia vía, una especie de no hay más ruta que la nuestra donde se construirá la llamada Economía Moral, “…sin aumentar el precio de combustibles, sin aumentar impuestos o crear nuevos y sin endeudar al país. Vamos a demostrar que hay otra forma de enfrentar la crisis sanitaria, económica o de cualquier otra índole, siempre y cuando no se permita la corrupción, se fortalezcan valores y principios como el del humanismo y se gobierne para y con el pueblo”.

Esa firmeza o terquedad, pareciera obedecer más a un estilo arrogante de gobernar que a un tipo de criterios programáticos.

Tengo que decir sin ambages que me equivoqué al considerar al presidente  López Obrador como un echeverrista tardío. Es muy difícil  establecer qué  corriente programática rige su pensamiento. Su “estatismo” en materia de política económica es aberrante, incluso algunos de los intelectuales  que simpatizan con él, a veces  se ven en aprietos para definirlo y le  llaman “estatismo sui géneris”.

Tanto es así, que ha ignorado propuestas hechas por economistas muy alejados del neoliberalismo, como los que encabeza el maestro David Ibarra, exsecretario de Hacienda en el “último gobierno de la Revolución Mexicana”, como se auto definía el presidente José López Portillo. A ellos y a otros destacados integrantes del nacionalismo revolucionario, como el mismo Cuauhtémoc Cárdenas les aplica la receta de Carlos Salinas “ni los veo , ni los oigo”.

Su “nacionalismo” es impresentable, como se demuestra con su sistemática sumisión ante el presidente Trump.

Al inicio de su gobierno al admitir, en los hechos,  “sellar” las fronteras para impedir el paso de migrantes”. Política  que se ha traducido en la persecución de cientos de miles de migrantes, convirtiendo a México en los hechos, en lo que se conoce  como “tercer país seguro”

En éstos días ha colocado al país ante una situación de grandes riesgos para darle satisfacción a Trump, para reanudar las actividades productivas en las cadenas de de la industria automovilística. Lo que nos puede conducir a un desastre sanitario de consecuencias trágicas.

En el tema de la generación de electricidad, además de un nacionalismo anacrónico, lo que se expresa es una absoluta incomprensión del presidente de los fenómenos que están destruyendo al planeta, actitud muy semejante a la de su amigo el presidente Trump.

El decreto que está generando una gran polémica, es el referente a establecer a la CFE, como única empresa facultada para generar, distribuir y comercializar  energía, con lo que se anula a las empresas que  generaban energía  eólica o solar, aunque es cierto que todas son privadas y mayoritariamente  extranjeras.

No es un debate menor. Tanto por su monto, según algunos de 30 mil millones de dólares en proyectos ubicados en 18 estados; sino sobre todo por lo que implica el regreso al uso exclusivo de fósiles para la generación de energía.

Mario Molina, Premio Nobel de Química ha dicho, “me parece un error muy, muy grande el regresar al uso de combustibles fósiles, para mi ya está obsoleto” y recordó que México ha sido uno de los promotores del Acuerdo de París, cuya apuesta “es dejar de usar combustibles fósiles y empezar a usar energías sustentables”.

Esa inmensa distancia ante los desafíos del planeta, causados por la aplicación de proyectos contrarios al medio ambiente, está presente en  sus  Proyectos  faraónicos de la refinería de  Dos Bocas , el Tren Maya, el Transístmico  y las  presas hidroeléctricas, en donde no ha  escuchado a las comunidades originarias.

En esos casos no le importa enfrentarse a sectores que fueron sus aliados e incluso votaron por él. Ese es el caso del  líder asesinado Samir Flores en Morelos. A quién unos días antes de ser ejecutado a la puerta de su domicilio, acusó de “provocador y conservador”, sin que hasta la fecha se haya esclarecido quiénes fueron los autores de ese crimen político.

Salvo sus programas de subsidio a los Adultos Mayores, a los jóvenes sin escuela ni empleo, sus distintos programas de becas y otros casi en extinción, es un gobierno sometido a los  grandes poderes financieros, a quienes beneficia con contratos  otorgados sin licitación alguna y otras prebendas.

Sus tensiones con algunos empresarios son secundarias, es mucho ruido y pocas nueces.