Los maestros no la tienen fácil: de festividades en la gloria a celebrar su día en el encierro. La cuarentena por el coronavirus obliga a modificar el ritual que inauguró el presidente Venustiano Carranza, en 1918, que del encanto transitó al reclamo y a ofertas de profesionalización.
Escribo este apunte el miércoles 13; la primera parte es especulación; el resto reseña la historia del rito.
Sospecho que el presidente López Obrador, en su mañanera del 15 de mayo, Día del Maestro, envió un mensaje a los docentes mexicanos, alabó su espíritu, acaso citó La cartilla moral de Alfonso Reyes, pero acentuó lo que él, como presidente y antes como candidato, ha hecho por el gremio. La parte más importante, sin embargo, fue su diatriba contra la “mal llamada” reforma educativa del periodo neoliberal y repetir que él nunca ofenderá a los maestros con evaluaciones punitivas.
La pieza del secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma, presumo, puso al maestro en el pedestal de la Nueva Escuela Mexicana en línea, el apóstol de Aprender en Casa y la buena relación que tiene con los líderes de las facciones del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Les dará las gracias por su labor, realizada con entusiasmo, en la contingencia y en apoyo a los proyectos de la SEP. La evaluación será diagnóstica y formativa.
No pienso que me haya equivocado, pero si así fue, pido disculpas a los lectores por hacerla de vaticinador.
No tanto durante los años de la educación socialista, cuya retórica de lucha de clases no daba para la armonía, pero a partir de los 1940, el rito del Día del Maestro agarró prosapia popular, mientras que en el discurso oficial se hablaba de apostolado. En esas ceremonias los alumnos y sus padres festejaban a los docentes con agasajos modestos: música, canciones, bailables, recitales de poesía.
En poblaciones pequeñas o en los barrios, la comunidad organizaba el desayuno con tamales o menudo o los platillos de la región para agradecerles su labor. La gente en realidad apreciaba a los maestros. En algunas partes eran los únicos que sabían leer y escribir; hacían diligencias de la población ante las autoridades. Le arrebataron el liderazgo popular al cura del pueblo. Eran tiempos donde menos del 50% de la población escolar estaba en la escuela.
El nacionalismo revolucionario en la parte simbólica y el desarrollo estabilizador en la económica empujaron la urbanización, la expansión de servicios, el crecimiento de la matrícula en la educación primaria y, por consiguiente, la progresión del número de maestros. Las escuelas normales y el Instituto Federal de Capacitación del Magisterio fueron verdaderos canales de movilidad social. Muchos maestros fueron los primeros de sus familias en graduarse de secundaria y de la normal.
El sistema escolar creció; por primera vez podría decirse que era nacional. También se hizo más complejo; las tareas de los maestros se multiplicaban. Además de atender sus escuelas colaboraban con campañas de vacunación, levantaban los censos y representaban papeles más activos en la política y la sociedad.
El festejo del 15 de mayo transitó de homenaje popular a recibir halago de los gobernantes: piezas oratorias, festivales en grandes teatros con el gobernador o el presidente municipal. Por la tarde y noche los maestros entraban gratis al cine, excepto si caía en domingo.
A partir de mediados de los 1970, bajo el imperio de Carlos Jonguitud, el SNTE se hizo cargo de organizar la fiesta. Tanto en el centro como en las secciones los líderes obtenían prebendas de los gobernantes para la “rifa” del Día del Maestro: refrigeradores, televisores y otros enseres. Se pagaban con dinero público pero los jefes del SNTE se colgaban las medallas.
Si bien desde 1949 buena parte de los funcionarios de casilla electoral y representantes del Partido Revolucionario Institucional eran maestros, a partir de 1952 se convirtieron en los pilares de campañas y elecciones hasta llegar a ser los “bomberos electorales del PRI” (Jonguitud dixit). Por esas y muchas otras cuestiones, al mismo tiempo que crecía el valor del magisterio para el PRI, se devaluaba su figura ante la gente, pero todavía se le guardaba respeto.
Si bien los sueldos de los maestros nunca habían sido generosos, durante la crisis de la deuda externa se vinieron abajo. El jornal profesional medio de un maestro del ex Distrito Federal en 1988, por ejemplo, era de 1.57 salarios mínimos. Fue la década de crecimiento de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, de grandes movilizaciones de maestros que exigían democracia y más salario.
Elba Esther Gordillo, secretaria general del SNTE por voluntad del presidente Carlos Salinas, enarboló la demanda de revaloración social del magisterio desde 1989. No obstante, varias encuestas de los 1990 mostraron que el desprestigio era del sindicato, no del gremio que era bien valorado por los padres de familia, pero hubo cierta transferencia de manchas. Y todas querían ser lavadas el 15 de mayo: piezas grandilocuentes, más rifas; incluso, se sorteaban ciertas comisiones que liberaban a docentes del trabajo frente a grupo, para atender centros de maestros o rincones de lectura, por ejemplo.
Las tómbolas se acabaron en 2015, con la reforma educativa y la recentralización del pago de la nómina. El discurso oficial articulaba una oferta de profesionalismo, el de la dirigencia del SNTE, con Juan Días de la Torre, rendía pleitesía a la tradición normalista y el de los líderes de la CNTE protestaba contra la reforma y exigía que les regresara el pago a los comisionados sindicales.
Aunque los educadores recibieron elogios discursivos y el bono correspondiente, este 15 de mayo no hubo conmemoración presencial; al menos no de masas. Ni en tiempos de la segunda guerra mundial hubo un festejo del Día del Maestro tan singular: con escuelas desiertas y los docentes en cuarentena.


