¿Por qué la urgencia del presidente de la República de volver a las visitas a los estados de la República? ¿Por qué ir al inicio de las obras de diversos tramos del Tren Maya? ¿Por qué desdeñar el factible ejemplo de disciplina y autocontención cuando los indicadores de riesgo —salvo Zacatecas— mantienen el rojo del semáforo hacia la recuperación de las actividades de la sociedad? ¿Por qué mover la ubicación del espacio estratégico de visión nacional para ir al encuentro de lo estatal y lo regional?
Alguien pudiera pensar que la dimensión y el cúmulo de los problemas es tal que la práctica del escapismo ha resultado un remanso en la crisis. No, no lo pienso así. A pesar de la retórica sobre la “politiquería” y que los tiempos de los comicios no han llegado, debiéndose conjuntar el esfuerzo institucional en la atención de la emergencia sanitaria del SARS-CoV-2, la razón para dejar a un lado la prudencia es el proceso electoral del 2021: la renovación de la Cámara de Diputados y 30 elecciones locales, incluidas las gubernaturas de Baja California Sur, Campeche, Chihuahua, Colima, Guerrero, Michoacán, Nayarit, Nuevo León, Querétaro, San Luis Potosí, Sinaloa, Tlaxcala y Zacatecas.
Son las elecciones y la aspiración de mantener la mayoría en el Palacio Legislativo de San Lázaro, así como de lograr para su causa gobiernos afines en esas entidades federativas.
Cabe afirmar que si bien con el nuevo y muy contagioso coronavirus las condiciones cambiaron, en el Ejecutivo Federal sólo reforzaron el ánimo por asegurar el proyecto que postuló.
Este panorama permite apreciar tres frentes de actuación, dejando implícito el de las instituciones electorales: las entidades federativas, el Congreso y los partidos.
Con los gobiernos de las entidades federativas la arena es la contingencia sanitaria. Resulta revelador que habiéndose dispuesto desde la administración federal la reactivación de diversas actividades económicas y la movilidad social inherente para el 1 de este mes, fuera un día después que se celebrara la reunión a distancia de funcionarios federales con los gobernadores y la jefa de gobierno de la Ciudad de México, en la que sólo faltaron los ejecutivos de Jalisco y Yucatán.
Es el mundo al revés. Primero el programa que requiere diálogo y acuerdos y luego los entendimientos necesarios para establecerlo. Son las prisas de avanzar hacia la “nueva normalidad”, que tuvo su instigador en el inquilino de la Casa Blanca. Como en Washington se decidió la reactivación, acá se cedió la determinación de avanzar conforme a la realidad de los contagios y las exigencias de atención en las clínicas y hospitales. Se olvidó el argumento científico y el riesgo de la saturación de los servicios médicos. Se requiere reactivar, pero en condiciones seguras. Registro el hecho, que también gravitan lo que ocurre en el Congreso.
De inicio se despreció y denostó a los gobernadores por actuar ante la pasividad y confianza del gobierno federal, luego se presumió de la planeación para atender la emergencia sanitaria y la proyección para evitar contagios y decesos e incluso hubo jactancia de haber domado la pandemia. Sin embargo, son demasiados los errores y muchas las rectificaciones del vocero López Gatell para soslayar que los escenarios que descartó están presentes y tienden a agravarse.
Ahí radica que ahora quienes presumían de ser ejemplo mundial buscan transferir la responsabilidad a los ejecutivos locales, bajo el argumento de que habrá información y se articulará el consenso entre la Federación y las entidades federativas sobre el criterio que se aplicará para el color del semáforo.
Se perdió mucho tiempo y aunque este entendimiento es mejor que nada, subsiste el diseño presidencial: responsabilidades sin recursos extraordinarios, como sí los habrá para los programas federales, y descalificación para quienes no se plegaron a la voluntad federal. Es un factor incierto para los comicios. Sin embargo, la gestión de la contingencia no ha servido para unir voluntades o coordinar esfuerzos, sino para que el Ejecutivo de la Unión afirme diferencias, mantenga el contraste y busque movilizar a sus partidarios.
Con las minorías parlamentarias la arena es la conculcación de las funciones que le permiten ser y hacer. En el Congreso se agolpan las contradicciones. Por un lado, la voluntad de mantenerlo en suspenso por razones sanitarias, por otro, el reconocimiento de la presión para que se voten leyes y decretos -por razones de la negociación o propias del gobierno federal- vinculadas con la entrada en vigor del T-MEC el 1 de julio entrante.
Ahí chocan la maquinación para no sesionar casi medio periodo ordinario y para efectuar sesiones a distancia de la Comisión Permanente, con la urgencia de convocar a sesiones extraordinarias para ese conjunto de iniciativas. Se dice que en esa fecha podría ser la visita del presidente López Obrador a los Estados Unidos y todo indicaría que desea hacerlo con ese compromiso cumplido.
La mayoría morenista cumplió clausurando el espacio natural para el debate político en momentos muy complejos de la crisis sanitaria y el comienzo de una prolongada crisis económica. Parece muy cómodo no escuchar la crítica, pero más conveniente evitar que trascienda. Con la caja de resonancia silenciada, las diferencias se recrudecen y surgen dificultades para concretar las sesiones extraordinarias.
El rompimiento del diálogo en el Congreso acomoda al diseño presidencial hacia los comicios. Primero por las ofensas del vocero de la pandemia a la Senadora Alejandra Noemí Reynoso, restañadas con la disculpa requerida, y luego la disolución del grupo parlamentario del PRD por la presidenta del Senado. El saldo que puede obtenerse: imponer la sesión extraordinaria a las minorías parlamentarias o profundizar la confrontación en la Comisión Permanente y el próximo período ordinario.
En los frentes de las entidades federativas y en el Congreso se percibe el nerviosismo ante el debate público del manejo de la emergencia: las personas enfermas y los decesos que podrían haberse evitado y la recesión económica profunda que podría haberse atemperado.
Vendrá la petición de cuentas y para evitarla se prefiere la confrontación y la descalificación. A escena los del tercer frente: los partidos de oposición, y la encrucijada de ir cada quien con su planteamiento o de articular una propuesta para lograr, conjuntamente, la mayoría en la Cámara de Diputados. Recibir la confrontación separados o en una cohesión estratégica.

