Douglas C. North, ganador del Premio Nobel de Economía en 1993, fue uno de los pensadores que influyeron más en la teoría institucional, tanto en el estudio de la economía, como en el análisis de la política y las instituciones públicas. En su obra cumbre, Institutions, Institutional Change and Economic Performace (Cambridge: Cambridge University Press, 1990) sintetizó sus aportaciones principales.

El concepto medular fue reglas del juego. En contraste con otros autores neoinstitucionalistas que observan a las instituciones como el establecimiento de normas para regular la conducta de los humanos, North postuló que una institución es la suma de las reglas del juego. Éstas forman una estructura que los humanos se imponen —bajo cierto consenso— para constreñirse en su actuación y precisar lo que pueden hacer y lo que les está prohibido.

Aunque North se definía como un marxista de derecha, en realidad sus escritos de madurez refutan la premisa de la lucha de clases, del conflicto perene entre explotados y explotadores. También contesta a la sociología de la dominación de Max Weber. No obstante, en esa obra evita los debates. Es más expositiva.

Uno de los puntos que resultan útiles es su concepción de las reglas del juego informales, que son códigos, costumbres, tradiciones y símbolos. Pero esas reglas se ponen en práctica dentro marco institucional imperante, es decir, leyes, reglamentos y normas; éstas son las reglas formales.

Proporcionar educación es una tarea compleja y difícil de ponerle normas claras, es más engorroso aún lograr que se cumplan. Por cuestiones históricas la normatividad de la educción en México es abúndate, engorrosa y hasta contradictoria. Nada más el artículo 3 de la Constitución, que es la cúspide la institución educativa, contiene más de dos mil palabras y rebosan leyes y reglamentos.

Los párrafos 5 y 6 del artículo 3 adicionados en la reforma de 2019, fijan las normas del proceder del magisterio. Párrafo 5: “Las maestras y los maestros son agentes fundamentales del proceso educativo y, por tanto, se reconoce su contribución a la trasformación social”. ¡Qué bien que se les reconozca su labor!, aunque no entiendo cómo ese reconocimiento conduzca a la transformación social. Empero, si son los actores más importantes de la educación.

Párrafo 6: “La ley [es decir, la institución] establecerá las disposiciones del Sistema para la Carrera de las Maestras y los Maestros en sus funciones docente, directiva o de supervisión. Corresponderá a la Federación su rectoría y, en coordinación con las entidades federativas, su implementación…”.

Me parece que hay un contrasentido entre esos dos postulados. El primero dice que los maestros son los protagonistas más destacados, pero en el siguiente que el gobierno federal será el rector de las disposiciones institucionales y que las autoridades de los estados las ejecutarán. Ergo, la burocracia es el actor más importante conforme a las reglas formales. Pero —siempre hay un pero— son las diferentes facciones del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación las que imperan en el sector con reglas informales. Son poderes fácticos.

El conjunto del magisterio se comporta de acuerdo con códigos que se instituyeron de manera compleja a lo largo de la historia. El gobierno concibió al SNTE como una organización corporativa, con reglas rígidas. Concibió a los líderes como los actores fundamentales y los trabajadores como necesarios, pero no trascendentes para el funcionamiento de organización.

En los sindicatos libres, los líderes buscan ganarse el favor de los agremiados para obtener y mantener carteras en los comités directivos. En el SNTE, en todas sus facciones, los trabajadores de base tienen que ganarse el favor de los dirigentes para ingresar al servicio, cambiar de adscripción promoverse, aunque la ley hable de transparencia, equidad e imparcialidad. Los maestros saben que los líderes mandan y se ajustan a las reglas.

Claro, no hay uniformidad completa. Si algo distingue a una parte de los maestros mexicanos es la costumbre de contradecir, aunque la mayoría acepte las reglas, ya por ideología, ya por interés (seguridad en el empleo, búsqueda de promociones), ya por conformidad con el estado de cosas, el consenso del que hablaba North. Y esto se aplica tanto para la partida que capitanea Alfonso Cepeda Salas, como para las que encabezan grupos de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación.

Los símbolos queridos de los maestros, en especial de los normalistas que son la mayoría, sin embargo, rebasan normas, mandos burocráticos y caudillajes sindicales. Reside en el valor que dan al gremio, a la manera de ejercer la docencia, la forma como hablan de vocación, de servicio y de la pedagogía como principio fundamental de la profesión. Insisten en que no son valorados por el Estado ni la sociedad, por ello repiten como mantra la urgencia de revalorizar a los docentes. Consideran esenciales ritos, ceremonias y homenajes para entregar estímulos y promociones, desde el plantel escolar hasta la sede de la SEP.

Sin embargo, en la SEP y demás órganos de gobierno de la educación, se habla de las leyes como si existieran en la realidad, como si al estar dictadas fueran de ejecución automática y regularan la conducta de los maestros.

A pesar de la importancia de la administración en el sistema educativo, las escuelas públicas subsisten dentro de una estructura organizacional rígida, con normas inflexibles en la cual los directores dedican mucho tiempo a tareas rutinarias, que no están centradas en el aprendizaje, ni sirven para adaptarse a los diferentes contextos del país. No contamos con un funcionariado que pueda constituirse en una burocracia profesional, competente y cumplida, como señalaba Weber.

Y, sin embargo, las escuelas funcionan, maestros y directores, que son fieles de las camarillas sindicales, se gobiernan por reglas informales, códigos dúctiles, costumbres y tradiciones donde el simbolismo “normalista” armoniza la vida escolar. Los maestros viven y hacen vivir a las escuelas. Digo, en los tiempos normales que quizás ya no regresen.

Entretanto —adultero la conjetura de North— malicio que la burocracia hace como que gobierna con normas, mientras la dirigencia del SNTE ejerce el poder (fáctico) en el sector educativo.