La segunda guerra mundial no sólo registró millones de muertos, soldados y civiles, masacres de judíos y gitanos, devastación de ciudades y destrucción de la economía. También dejó millones de niños huérfanos, hambrientos y sin perspectivas de vida digna.

Con el fin de abordar ese problema a escala global, nació en 1946 el Fondo de la Naciones Unidas para la Infancia, la Unicef, es el acrónimo en inglés. Para muchos es la organización que representa más el espíritu humanista de paz y cooperación internacional de la Organización de las Naciones Unidas.

En su página web, la Unicef apunta que se rige por la Convención sobre los Derechos del Niño con el propósito de convertir tales derechos en principios éticos perdurables y en códigos internacionales de conducta para favorecer a infantes y adolescentes. Sus objetivos se centran en la supervivencia y desarrollo infantil, educación e igualdad de género, servicios sanitarios, nutrición, maltratos infantiles, la infancia, y el VIH. También, a juzgar por el Informe que brindó el titular de la Unicef para México, Christian Skoog, se ocupa de la protección de los pequeños en casos extraordinarios, como la pandemia que hoy afecta a la humanidad.

En México, tal vez más que en otras partes del mundo, el Covid 19 evidenció la debilidad de las instituciones del Estado, que se agravaron por efectos de recortes al presupuesto federal y malas decisiones del gasto —y seguimos en ese camino— dentro de la denominada austeridad republicana. Estamos en una crisis sanitaria, económica y con problemas severos en la educación, los más afectados entre los afectados son los niños pobres.

El informe que rindió Skoog muestra cifras de 2019; que ya eran dramáticas. El 49.6 por ciento de los infantes vive en condiciones de pobreza, casi la mitad en pobreza extrema. Y, con base en las mismas cifras del gobierno, apunta que, en sexto grado de primaria, el 80 por ciento de los infantes no alcanza el aprendizaje deseado (o esperado, según la Secretaría de Educación Pública). No es necesario ser sabio, para entender que, con la pandemia y la respuesta de la SEP, Aprende en Casa, la situación empeoró.

Ese programa tuvo activos, que algunos no le reconocen, pero a todas luces insuficientes, aún para las clases medias. Digamos que la SEP hizo lo que pudo. Los niños y adolescentes con déficit de aprendizaje ya por incapacidades o problemas familiares, pero más por la pobreza, no pudieron aprovechar el esfuerzo de sus maestros ni cursos en línea o por televisión. Las cifras que presentará Unicef el año que viene serán más trágicas todavía.

Es probable que el encierro haya provocado más daños en el entorno familiar, la violencia creció, niños y mujeres fueron los más afectados. De nuevo los recortes y el afán del presidente López Obrador de señalar que las denuncias eran falsas provocaron más violencia, los violentos se sienten impunes. El informe de la Unicef acredita que el 63 por ciento de los infantes sufrieron algún tipo de violencia en el hogar. ¿A cuanto ascenderá la cifra de este año? El pronóstico está colmado de desaliento.

El calendario escolar quedó trastocado, no se completó. Aún es temprano para calcular los daños —más los que vienen— para pensar en regresar a la enseñanza presencial. La curva continúa en aumento, la idea de que se aplana y que salimos del túnel ya no es creíble. Por eso, aunque el subsecretario López-Gatell y el secretario Moctezuma hayan dicho que no habrá regreso a clases hasta que el semáforo esté en verde, hay una danza de fechas y estimaciones.

No dudo que, en las familias, no en todas por supuesto, haya hartazgo por la cuarentena, no están acostumbradas a tener a los niños tanto tiempo en casa, menos a darles clases o a apoyar a la escuela; en tiempos normales si acaso con las tareas. Los líderes sindicales claman por que se consulte a los maestros la mejor fecha y las condiciones del retorno. Alfonso Cepeda Salas mandó a hacer una encuesta nacional, los jefes de la CNTE dicen que no habrá regreso hasta que su semáforo lo dictamine.

De por sí, el derecho a la educación —y a una vida digna— de niños y adolescentes era una ilusión —planteada en normas, pero de escasa aplicación— desde antes de la pandemia, hoy el panorama futuro se presagia oscuro. No obstante, es posible que la Unicef, en México y en el mundo, refuerce ciertas de sus acciones, como creación de espacios seguros y amigables para la infancia, apoyar a las oficinas públicas de atención a la niñez, así como la capacitación de maestros y personal de las procuradurías de protección. O labores de desarrollo infantil temprano, salud, nutrición y promoción de la lactancia materna y atención a flujos migratorios donde son los niños quienes más sufren. Pero la crisis económica global le reducirá fondos y es de dudar que los estados nacionales aporten más. La Unicef no puede esperar mucho del gobierno mexicano.

El director de la Unicef para México concluyó su informe con un tono casi optimista, pues señala que renovó el convenio con México hasta 2025 para continuar con los programas de apoyo para poner en práctica los derechos de infantes y adolescentes con el fin de que “crezcan saludables, educados, en condiciones de igualdad y protegidos contra toda violación a sus derechos”.

Una visión que acaso el alto funcionariado de la SEP comparta en la retórica, pero que está lejos de ser realidad cuando no hay recursos seguros ni siquiera para mantener a las escuelas. ¡El horizonte se mira desolado a pesar de las acciones trascendentes de la Unicef!