Aquí y en el mundo los gobiernos enfrentan desafíos para lo que no estaban preparados. La pandemia trajo dolor que se acumula sobre aflicciones históricas: desigualdad y exclusión. El sector educativo se agita entre varias concepciones para salvar a la educación, el aprendizaje de los estudiantes y las tareas de los maestros. Y no hay salida fácil los gobernantes que hacen su tarea se ven forzados a tomar decisiones o, si se quiere, a escoger el mal menor.

No hay vuelta de hoja, regresar a clases presenciales sería absurdo, pero hacerle al tonto sería un mal mayor. El programa que concibió la Secretaría de Educación Pública, Aprende en Casa II, no es la panacea que quiere vendernos la oratoria gubernamental, pero tampoco es un placebo. Palía problemas y tal vez no sea un mal bálsamo, tiene activos de valor que los hipercríticos no le reconocen, menos los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación o, tal vez nada más sus líderes y voceros.

En la mañanera del lunes 24, el presidente López Obrador dejó ir la oportunidad de lanzar un discurso acorde con los tiempos. Nunca ha dicho nada relevante sobre la educación; sí, habla de los maestros y del sindicato y todavía de vez en cuando se acuerda de la “mal llamada” reforma educativa. Pero más allá de generalidades y una que otra frase trillada, no parece que tenga pensamiento sobre qué hacer con las escuelas. Por eso le dejó el mensaje principal al secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma. Y no estuvo mal, excepto al final cuando se excedió en chovinismo, alabó al jefe y cantó victoria antes de comenzar la contienda.

La crítica seria documenta con creces los problemas de Aprende en Casa, de las dos ediciones: aumento de la brecha digital, no se cumple el derecho humano a la educación de niños pobres (eso, dicho sea de paso, ni en tiempos regulares) y deja en situación desventajosa a los desfavorecidos, en particular a los que requieren de educación especial. También sobre las deficiencias que acusan los mismos maestros —aún aquellos entusiastas que no abandona a sus alumnos— sobre la poca o nula capacitación para trabajar a distancia y la falta de equipo y conectividad.

Hay que aquilatar el esfuerzo de la SEP. No es poco dado el escaso tiempo para preparar materiales, programas y mensajes, se trata de más de cuatro mil 500 programas de televisión, 640 de radio en lenguas originales en una cadena vasta. El Consejo Nacional de Fomento Educativo, que atiende a población pobre y dispersa con jóvenes promotores culturales, no maestros titulados, continuará llevando la carga noble, pero ahora en condiciones más infortunadas.

Otro débito que, de nuevo, es histórico, tiene que ver con los infantes con discapacidades que requieren de educación especial; hoy sufrirán más las familias de esos menores. Las maestras del Servicio Técnico a la Escuela apenas pueden hacer sus tareas de asesoría a los docentes regulares en tiempos normales; hoy no veo cómo lo harán. Sin embargo, muchas perseverarán en el empeño.

Mucho se ha escrito sobre el incremento del abandono escolar. Rumio que hay algo de alarma sin mucho fundamento. Por supuesto que muchos estudiantes no regresarán, pero no es un fenómeno nuevo. Antes de la pandemia más de dos millones de alumnos dejaron la escuela o ya no regresaron al ciclo siguiente. Es casi seguro que el fenómeno será mayor este año, pero no mucho más. El sector privado perderá clientela, muchas escuelas cerrarán, porque la mayoría de su estudiantado mudó a la pública. Además, la SEP y el SNTE echaron a andar estrategias de búsqueda para rescatar a los que se pueda.

La parte curricular es una de las broncas mayores. No basta con poner los programas en el ciberespacio. Tampoco con garantizar que se repartan los libros de texto gratuito. La relación maestro-alumno, alumno-maestro, que es la esencia del proceso pedagógico sufre mermas. La red, la TV, el teléfono, las plataformas o el WhatsApp no pueden establecerla al igual que en la escuela presencial. Allí falta la búsqueda de alternativas. Parece que la SEP trata de reproducir esa relación en condiciones por completo distintas. Les encargué a mis estudiantes que miraran un programa de TV el lunes 24; fundamentaron sus opiniones en conocimiento previo, ejercicio profesional y observación cuidadosa.

Una de ellas, Alejandra Navarrete, resumió bien la contrariedad: “Me pareció que todavía estamos lejos de educar en casa a través de la TV, no porque sea imposible, sino porque todavía no hemos sido capaces de crear una estrategia que atienda de manera más diversa y con imaginación el ejercicio educativo. En general, me parece que los contenidos están forzados, son poco creativos, no estimulan la reflexión. La TV hace gala de su papel de transmisor y escasamente contempla al alumno como un ente activo. Sin mencionar el problema de la homologación del discurso que no atiende a las diferentes zonas geográficas de nuestro país ni a su diversidad cultural”.

La retórica de la Nueva Escuela Mexicana no ayuda mucho; se requiere pensamiento innovador y aprender de las “ideas itinerantes” en el mundo. No obstante, en lugar de escudriñar, la SEP hace gala de vanidad y reclama laureles que aún no gana. El secretario Moctezuma cerró su alocución del primer día de clases con un mensaje para convencidos. Perdón por la cita extensa:

Quizá otros países no cuenten con el compromiso del magisterio mexicano; quizá otros países no posean el tamaño del corazón de madres y padres como los nuestros; quizá nuestras niñas, niños y jóvenes deseen aprender más que nadie en el mundo; quizá otros países no posean un gobierno tan cercano con su pueblo o quizá sea todo esto junto. Somos una gran nación y un gran pueblo. Ni nos rendimos ni ponemos en riesgo la salud de nuestras niñas y niños. Somos un gran México que hoy empieza el ciclo escolar 20-21 con todo el entusiasmo de aprender.

Antes dijo: que otros países se rindieron, pero que no quería mencionar sus nombres. Tal vez se refería a Haití o Sudan, pero no mencionó a los que la UNESCO señala como sobresalientes en la lucha contra el Covid-19 y por mantener sus sistemas educativos en la mejor forma posible: Corea, Polonia, Japón, Singapur, Finlandia y Taiwán.

Cierto, no es mucho lo que la SEP podía hacer, menos sin el apoyo del presidente ni fondos suficientes. Resolvió el dilema escogiendo el menor de los males.