La pasividad ante la política de los políticos, está convirtiendo a nuestra sociedad en espectadora a distancia o incluso en abiertamente ausente y sin rumbo ante el poder.

Coincido con Albert Camus, cuando nos dice en El Hombre Rebelde: “Desde la buena nueva hasta el juicio final, la humanidad no tiene otra tarea que la de conformarse a los fines expresamente morales de un relato escrito de antemano. La única diferencia es que en el epílogo, los personajes se dividen por sí mismos, en buenos y malos” .

Parece que esa es la conducta que prevalece ante los actos del poder, casi único, encarnados por el presidente. Por eso nos dice sin recato alguno, México era un narco Estado, porque “sin prepararlo, ni planearlo le salió decir” durante la mañanera.

Aunque se ahorre la más elemental explicación, pues de ser cierta ese exabrupto el mismo estaría bajo sospecha de ser Jefe del Narco Estado. Porque es el mismo esencialmente el que sigue vigente. No ha habido ni siquiera un cambio político de régimen, mucho menos una reforma que gestara otro estado.

Lo mismo ocurre ante la pasarela de delincuentes, que exhibe Emilio Lozoya, como parte de su condición de “testigo colaborador”, al señalar como autores de los mega fraudes al presidente Enrique Peña Nieto y al ex secretario de hacienda Luis Videgaray.

Hasta ahora lo que ha declarado Lozoya, los videos que nadie conoce y los documentos que incriminan a cinco senadores, a un diputado y a un ex secretario de finanzas (¿PRI?) así como al conjunto de la clase política del PRI y el PAN que aprobó la “reforma energética”; sumados a la condena anticipada del presidente, pero administrada bajo su criterio de “punto final” y “mirar hacía adelante” o en todo caso “consultar al pueblo”, si se procesa a los ex presidentes o no.

Todo ello requiere más que un análisis político, el auxilio de una bola mágica, dado que el presidente actuara seguramente en función del beneficio político que más le sirva en el momento que lo requiera.

Nada del otro mundo, mejor dicho absolutamente todo lo que ocurre bajo las “reglas” de un poder omnímodo.

Todo lo demás es pura y simple especulación.

Si se participa en el juego del merolico, que pregunta: “¿dónde quedó la bolita?”, seguramente el resultado será quedar en ridículo.

Como bien dice Erasmo de Roterdam en Elogio a la locura: “Es pues necesario que todos se engañen, se adulen, y se sonrían hipócritamente, en una palabra, que se unten mutuamente la miel de la locura”.

Quedarse fuera es casi equivalente a ir en sentido contrario por el periférico, convencido que todos los demás son los que transitan equivocadamente.

Prefiero esa condición a ser parte del coro de lambiscones del presidente.

Efectivamente, resulta desconcertante conocer que el incremento de la aprobación del presidente ha sido de casi 20 puntos, en relación a los puntos que tenía en abril, cuando simultáneamente en casi en todas las encuestadoras se desaprueban sus políticas con relación a la seguridad, la corrupción, la economía y la pandemia del coronavirus.

Esta actitud esquizofrénica de una parte muy importante de la sociedad consultada y que acepta participar en esas consultas, es un pésimo augurio para que se implante, casi fatalmente, una dominación legitimada por varios años o incluso sexenios.

Entonces, pregunta Jean Jaques Rousseau, “confieso que, suponiendo a los súbitos siempre perfectamente sumisos, el interés del príncipe sería entonces que el pueblo fuera poderoso, a fin de que, siendo ese poder el suyo le hiciera temible a sus vecinos; pero como ese interés no es más que secundario y subordinado, y como las dos suposiciones son incompatibles, es natural que los príncipes den siempre preferencia a la máxima que les es más inmediatamente útil”.

Por más que se quieran justificar las políticas arrogantes y de centralización del poder en la persona del efe de Estado, para restaurar el antiguo presidencialismo imperial; bajo el criterio de que ese poder es necesario, para enfrentar a los “conservadores” y a la “derecha”, con el objetivo de consolidar la “Cuarta Transformación”, el final de esa ruta conducirá siempre a un poder omnímodo, que a fin de cuentas será contrario a los intereses de la sociedad y en primer lugar de los más excluidos, aunque toda esa operación autoritaria y totalitaria, se haga en nombre de “los intereses de los de abajo” o en palabras del presidente López Obrador, “por el bien de todos , primero los pobres”.

En todo ese escenario, cada vez más tedioso, por tener como actor central y prácticamente único al presidente, que se siente cómodamente en ese marco de ausencia de contrapesos, tanto institucionales, como de los muy débiles movimientos autónomos; es donde es necesario estar dando la batalla por buscar una opción, una ruta, un camino que le de la palabra a la sociedad, asumiendo que ésta no es un coro, sino una armonía de la diversidad.

Lo anterior pareciera una fantasía, pero si nos atenemos al proceso que hizo posible los espacios democráticos, que a pesar de todo siguen perviviendo; entonces no será inútil mantenerse en la perspectiva de que surja un movimiento social, civil, político y cultural, que retome los pasos hacia la construcción de una sociedad distinta a ésta, que vive una decadencia a nivel nacional y planetario.

La vida está mucho más allá y más acá de los rituales estatales de una presidencia con la mirada puesta en un pasado mítico, donde el destino inevitable era la conducción del país por un líder “moral”. Aunque éste no tenga proyecto, ni ruta de navegación. Pero esté obsesionado con escucharse todos los días, a si mismo y verse como el líder solitario, acompañado de su “corneta” llamando a “silencio” en homenaje a las víctimas de una pandemia, que los de la prensa amarilla y derechista manipulan para ofender a su alteza serenísima, o si se prefiere a su “alta investidura presidencial”.

Antes que someterse a esos rituales, habrá que hurgar por todos los rumbos, dialogar con todos los ciudadanos y ciudadanas, escuchar a las voces juveniles, a las del feminismo, a los trabajadores prisioneros de los aparatos sindicales, a los pobladores de todos los barrios y con ese multifacético y multicolor caleidoscopio, ir diseñando un nuevo escenario nacional.