El presidente Andrés Manuel López Obrador es fiel a sí mismo. Le encantan los ritos y ceremonias donde él —y sólo él— cual profeta armado, diría Maquiavelo, destaque y se note su mando. Los informes de los presidentes de México ante la nación hasta, digamos, el V de Miguel de la Madrid, consagraban la liturgia cívica, era el “día del presidente”.
Hoy es distinto, cada día es del presidente. La formalidad de presentar el informe en persona ante el Congreso en sesión plenaria pasó a la historia; quien esté al frente de la Secretaría de Gobernación, hace ese trabajo y el mandatario organiza un acto con invitados que él escoge. La pandemia forzó a que este segundo u octavo o sexto o el que sea, haya sido en presencia de poca gente. Pero no importó, su oratoria se destinó al autoelogio, no a informar. A repetir lo que dice desde la campaña y que ratifica en casi todas las mañaneras. Sin embargo, a juzgar por las encuestas, buena parte de la población le cree; en el doble sentido de concederle credibilidad y de tener fe en su persona.
El informe, en términos del artículo 69 de la Constitución, es para manifestar el estado general que guarda la administración pública del país. A partir de la llegada de la globalización y el neoliberalismo, la retórica giró a lo que la nueva gerencia pública denomina rendición de cuentas para brindar transparencia en el ejercicio de gobernar.
No obstante, el mensaje del presidente López Obrador de este 1 de septiembre estuvo lejos de ese precepto. Estuvo lleno de afirmaciones sin sustento o temerarias, como llamar arrogantes al presidente de la Suprema Corte y al Fiscal General, por no aceptar su invitación a escucharlo. O ratificar su certidumbre de que su gobierno está entre los mejores del mundo, aunque pase los peores momentos.
Lo que expresó sobre la educación, no refirió al estado que guarda, sino que desplegó una arenga para presumir lo que manda la Carta Magna, que la educación es un derecho humano, no un privilegio. También para vanagloriarse porque “Se canceló la mal llamada reforma educativa y ahora caminamos juntos maestros, maestras, madres y padres de familia, estudiantes y autoridades”. Lo único que cabría como referencia formal es que se “han otorgado 11 millones de becas para alumnas y alumnos pobres de todos los niveles escolares; el gobierno colabora en el mantenimiento de las escuelas”, aunque su obligación es construirlas y darles mantenimiento, no colaborar.
En la versión impresa, que entregó al Congreso sí ofrece detalles, pero no hay novedades. Ratifica la oratoria complaciente, cita al Plan Nacional de Desarrollo y al Plan Sectorial de Educación para revalidar compromisos. Sin embargo, hay contradicciones o, si se quiere, fluctuaciones en ciertas cifras.
Por ejemplo: “Para el ejercicio 2020, el presupuesto asignado, incluyendo el incremento salarial presupuestado y la creación de plazas, fue de 405,692 millones de pesos… De enero a julio de 2020 se ejercieron 216,426 millones”. Para el segundo semestre quedan menos de 190 mil millones de pesos; y este semestre, en especial por el pago de aguinaldos es superior al primero. ¿Cómo se resolverá el asunto?
También informa que “Se redujo la ocupación de plazas eventuales y la contratación bajo el régimen de honorarios asimilados a salarios en 19 por ciento y 10 por ciento, respectivamente, al pasar de 372 a 303 y de 1,103 a 995”. Me imagino que quiso decir en miles, pero si es números brutos, no hay mucho que presumir.
Tanto los líderes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación como de la facción mayoritaria del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación no se cansan de repetir como logros propios dichas regularizaciones y tal vez sí lo sean. Muchos de los maestros basificados entraron por chapuzas. Empero, el punto no caza con otra afirmación, en la misma página (222). En un cuadro apunta que en 2019 se pagó con el Fondo de Aportaciones de Nómina Educativa y Gasto Operativo un millón 779,714; y que en 2020 son un millón 745,122. O sea, en lugar de incrementarse la cantidad de docentes por nuevas contrataciones y regularizaciones, el número de plazas disminuyó en 34,592. ¿No se convocaron las plazas de quienes se jubilaron?, o ¿se compactaron plazas que ocupaban interinos? La diferencia es grande y, al menos en esa porción del informe, no hay explicación.
Tal vez, el gobierno se tome la redacción del informe como un asunto burocrático, la elaboración de un documento que nadie o muy poca gente leerá. Ergo, lo que importa es el mensaje del presidente, ese es para la masa y, quizá más que las palabras, cuente el cómo se dicen; importa más el simbolismo que acompaña a la presentación para revalidar el carisma del presidente. Una cualidad que cultiva con cuidado.
Max Weber, en “La política como vocación”, apuntó que el segundo tipo de dominación (o gobierno) es el carismático. Es “… la autoridad de la gracia (Carisma) personal y extraordinaria, la entrega puramente personal y la confianza, igualmente personal, en la capacidad para las revelaciones, el heroísmo u otras cualidades de caudillo que un individuo posee”. Pero lo más importante es que la gente lo vea “como la de alguien que está ‘internamente llamado’ a ser conductor de hombres, los cuales no le prestan obediencia por que lo mande la costumbre o una norma legal, sino porque creen en él”.
En síntesis, los informes de AMLO tienden a engrandecer su figura y, al igual que las mañaneras, son prácticas de propaganda —personalísima— muy lejos de la rendición de cuentas. Por ello, me temo, no sabremos cómo es posible que desparezcan casi 35 mil plazas, sin que haya habido “Ningún despido al 30 de junio de 2020” (p. 223). Lo que interesa es la voz del profeta, con tono de liturgia religiosa, además.
Referencia: Presidencia de la República 2 Informe de gobierno. 2019-2020. Ciudad de México, 2020 (https://www.gob.mx/segundoinforme).


