El desconcierto

La epidemia del Covid-19 apareció en México como una moderna plaga de dimensiones bíblicas convirtiéndose en el mayor colapso de salud pública que se ha vivido en el México desde la Gran Depresión de 1929, equivalente a los estragos que ocasionó la “peste negra” durante la Colonia. Dicho suceso paralizó la vida del país, colapsó la economía, produjo un enorme desempleo, modificó los patrones de consumo, ocasionó  crisis política, redujo la popularidad de personajes públicos, modificó la forma cotidiana de trabajo para sustituirla por el home office, transformó las emociones habituales, sembró una atmósfera de ansiedad, alimentó la violencia intrafamiliar, gestó una profunda depresión psico-social, incrementó exponencialmente el consumo mediático, impulsó el modelo de la video vida, enlutó a la nación, etc.

En una idea, transformó vertiginosa y radicalmente la vida contemporánea para crear otra etapa de convivencia y actividad colectiva para la cual la sociedad no estaba preparada, pero tuvo que adaptarse rápidamente para sobrevivir.

 

La intervención de la izquierda

Frente a dicha problemática el nuevo gobierno de izquierda morenista realizó un esfuerzo importante cerrando oficinas gubernamentales; implementó instalaciones provisionales de salud; otorgó apoyo médico universal para grandes sectores afectados; contrató a medios extranjeros para colaborar a encarar el desafío en los diferentes hospitales COVID; amplio el número de camas para hospitalización general; dotó a los centros médicos de una cantidad limitada de respiradores artificiales para los pacientes más graves; compró con urgencia miles de mascarillas a diversas naciones, especialmente a China; estableció un semáforo epidemiológico con diversos colores para señalizar las distintas fases de evolución del contagio; montó una conferencia de prensa diaria para notificar sobre la evolución del problema; etcétera.

Con todo ello, se creó un programa de acción gubernamental para enfrentar lo mejor posible la crisis derivada del SARS-CoV-2 en la nación.

 

Las contradicciones comunicativas

No obstante, la aplicación de diversas medidas materiales y organizativas valiosas para abordar la crisis a nivel federal y regional en la República, el proyecto de comunicación gubernamental para atender la pandemia produjo diversas contradicciones y errores graves que en lugar de fortalecer los programas estatales en el ámbito epidemiológico las debilitaron en grado significativo, ocasionado gran confusión, desgaste psico-emocional y pérdida de vidas humanas.

Por ejemplo, mientras al comienzo de la epidemia el contagio colectivo se encontraba en pleno apogeo, la presidencia de la República difundió un video en el cual se invitaba a la población a seguir acudiendo a restaurantes y a no paralizarse “de manera exagerada”. En otro comunicado se declaró que la calamidad “no era algo terrible, fatal, ni siquiera era equivalente a la influenza (gripe)” que se experimentó en años anteriores.

Se produjeron discrepancias y contradicciones fundamentales entre las principales autoridades que lidereaban la atención de la crisis, pues mientras el subsecretario de salud, Dr. López-Gatell, afirmaba reiteradamente que debía usarse el cubrebocas, el presidente lo contradecía no utilizándolo, salvo cuando excepcionalmente visitó al presidente Donald Trump, en EUA. A lo largo de la pandemia Andrés Manuel López Obrador desafió las medidas de prudencia sanitaria y retomó la realización de sus reuniones políticas o campañas regionales en diversas zonas del territorio nacional con el argumento que “no pasa nada”, cuando los semáforos de prevención indicaban necesidad de enclaustramiento riguroso.

En ese mismo contexto el gobernador del estado de Puebla manifestó públicamente que “los pobres eran inmunes al Covid-19, debido a que los casos asociados a la epidemia provenían de personas ´ricas´, ´acomodadas´ que anteriormente viajaron a algún lugar del extranjero y allí se contagiaron. ¡Si ustedes son ricos están en riesgo, si son pobres no, pues los pobres estamos inmunes!”. Mientras las cifras de afectados no disminuían se enfatizó que la pandemia “ya estaba domada” y ya no existía mucho riesgo por lo cual “podíamos darnos besos y abrazos”.

El proceso de comunicación gubernamental llegó a tal extremo errático cuando el Subsecretario de Salud, Dr. Hugo López-Gatell, afirmó en una conferencia matutina de Palacio Nacional que el presidente “era una fuerza moral y no de contagio”.

Todo ello ocasionó que la estrategia de comunicación del gobierno en materia sanitaria se convirtiera en un proceso confuso, con mensajes poco claros sobre la gravedad de la amenaza, abusando de explicaciones técnicas o políticas, manejo discrecional de los datos, con discordancias graves entre las autoridades y los expertos técnicos. Lejos de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud se instrumentó un prototipo de difusión que tendió a minimizar la crisis, adaptando los hechos a un relato demagógico, sustituyendo la información con propaganda, deslegitimizando a los medios de comunicación críticos, atacando a opositores al gobierno, manipulando el lenguaje y dando por terminada anticipadamente la crisis  y sin evidencia contundente. Esta práctica comunicativa produjo la pérdida de credibilidad gubernamental originando vacíos informativos que se llenaron con rumores, prejuicios y fake news que crearon ansiedad, temor y desorientación en la población.

 

El costo social

El conflicto de fondo fue que no se permitió que la comunidad científica mexicana y del mundo participara en el proceso de discusión de la política informativa sobre el enfrentamiento a la epidemia en México con objeto de generar mayor certidumbre, veracidad y certeza sobre la información ofrecida, que es una de las misiones elementales de cualquier gobierno democrático. Se subvaloró mediáticamente el nivel de la crisis, pues el patrón dominante de los mensajes presidenciales giró alrededor de la tónica triunfalista “todo está bajo control”.

Lo más grave derivado de la aplicación de este modelo de comunicación fallido fue que el Estado mexicano a través de la Subsecretaría de Salud en un principio aseguró oficialmente que el colapso de salud no rebasaría los 6,500 muertos, después 8,000, después se ajustó a 12,000, después a 25,000, después se redondeó en 30,000 y, por último, se afirmó contundentemente que muy difícilmente se llegaría a la “cifra catastrófica” de 60,000 personas fallecidas. Sin embargo, la formulación de tal calculo extremo, paradójicamente, fue superado drásticamente, pues a mediados de octubre de 2020 se produjeron más de 85,000 muertes y se registraron 840,000 personas contagiadas por SARS-CoV-2 rebasando desproporcionadamente todas las cuantificaciones oficiales y ubicando a México como el tercer país con más defunciones por COVID en todo el mundo.

Panorama tétrico que según el modelo epidemiológico del Instituto de Métricas y Evaluación de Salud (IHME) de la Universidad de Washington, México tendrá más de 98,000 muertos por este concepto para el mes de noviembre de 2020. Cifras de mortandad qué para ser objetivos, según todos los cálculos internacionales, tendrían que multiplicarse por dos o tres veces más, elevando los datos a casi un cuarto de millón de personas muertas y casi dos millones y medio de enfermos.

En síntesis, dicho modelo de comunicación oficial sobre la atención del Coronavirus antepuso los intereses políticos de defensa de la imagen gubernamental, sobre la prioridad de la conservación de la vida de los ciudadanos, conduciendo al país a un escenario catastrófico de salud colectiva.

jesteinou@gmail.com